¿Semana Santa?

Dos son las únicas explicaciones que se me ocurren. Por un lado, que por mucho que hayamos padecido desde que arrancó la maldita pandemia, poco o nada hemos aprendido y por tanto se volverán a cometer los mismos errores. La segunda es aún más grave y consiste en una dejación de funciones porque no se tiene el valor de tomar la decisión adecuada, ya que se es consciente de que será muy impopular.

Desde hace días se ha empezado a hablar de la Semana Santa. Está lejos, pero ya se atisba en el horizonte. Y parece que se repetirá la jugada, tal y como sucedió con el 'black friday', el puente de diciembre y las Navidades. Se rompió la rutina laboral, la población se aglomeró y relajó olvidando las medidas de prevención y a día de hoy bien que lo estamos pagando en casi todo el planeta, con los efectos de la devastadora tercera ola de la puñetera Covid-19.

La Semana Santa es en la pandemia un peligro mayúsculo. Y la solución no consiste solo en que los aforos de las iglesias se controlen y se supriman las procesiones. Hay que suspenderla por completo, porque los festivos del jueves santo en adelante provocarán una cuarta ola. Así de claro. No hay que ser Nostradamus para adivinarlo. Es sentido común y ya lo hemos vivido. La Semana Santa tiene que ser lectiva y para que los alumnos y profesores no se levanten 'en armas' el curso se reduce una semana y santas pascuas. Y el resto, a trabajar o a sobrevivir como se pueda a la espera de que nos toque vacunarnos. Es la única forma de que lleguemos bien, sin más sobresaltos evitables, al verano que esperamos que sea el de la recuperación.