Pocas cosas avergüenzan tanto como acostumbrarse al dolor ajeno. Cerrar los ojos cuando alguien sufre resulta inaceptable para cualquier sociedad que se auto denomine desarrollada. Sin embargo, el peso de la llamada 'normalidad' parece haber enterrado ese instinto básico de ayudar al prójimo, sobre todo cuando los que necesitan apoyo son anónimos inmigrantes. Siguen ahogándose, continúan desapareciendo en el Atlántico, llama pidiendo auxilio… y aquí les negamos lo mínimo: un trato digno.
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Tras las vergüenzas del aeropuerto viejo de Fuerteventura y del muelle de Arguineguín, los colores del sistema de acogida del Estado vuelven a salir con el hacinamiento de más de 300 personas en una nave de Lanzarote. El recinto triplica su capacidad mientras la política juega a tirarse la pelota de las culpas, la distracción preferida de los gestores públicos cuando hablamos del inmigración. Ratas, colchones por el suelo, pocas posibilidades de aseo, inexistentes medidas covid...y las pateras continúan llegando.
Tristemente la historia se repite y lo que ocurre en esa nave de Arrecife mientras usted lee esta columna ya se ha escrito. A finales del siglo pasado, cuando la ruta del Estrecho se complicó, comenzaron a llegar a Canarias las primeras pateras desde Marruecos. Pero lo hacían fundamentalmente a Fuerteventura y la bola de nieve creció hasta que fue imposible de esconderla: la antigua terminal del aeropuerto majorero llegó a albergar a 1.300 inmigrantes en 1.500 metros cuadrados en condiciones infrahumanas que fueron denunciadas por varias ONG ante la ONU. Nunca se autorizó la visita de periodistas y en cuatro años pasaron por esas instalaciones, a pocos metros de la entrada a la isla de los turistas, unas 16.000 personas. Esa vergonzosa «solución provisional» se cerró el 11 de julio de 2004.
Ese pobre episodio de nuestra historia se repitió, esta vez ante la mirada del mundo, cuando hasta 2.600 personas llegaron a malvivir sobre el muelle de Arguineguin. Desde el 20 de agosto hasta el 30 de noviembre de 2020, el Gobierno español retuvo en metros cuadrados y a la intemperie a miles de inmigrantes que llegaban exhaustos tras jugarse la vida. Días comiendo solo bocadillos, haciendo sus necesidades en el suelo, durmiendo sobre una manta, sin la asistencia jurídica, sin hablar con sus familiares…Otro desatino sin que el peso de la ley haya caído sobre nadie. La Justicia no encontró culpables de esa vergüenza y quizás por eso hoy estamos contando una más. ¿Cuántas hacen falta?
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