Fase 3

Benito Pérez Galdós escribió en 'Tormento' que la verdad mira y calla. De alguna forma siempre me siento atrapado dentro de esa frase cuando veo a alguien que rebusca entre nuestras sobras en un contenedor. Hay una incomodidad patente en mi postura como observador; me aprisiona ese sentimiento tan poco productivo de la compasión pero también consigo alcanzar un estado de consciencia sobre la realidad social de esas calles sobre las que sembramos el relato de nuestras vidas.

Vivo en un edificio en cuyos bajos se domicilia un supermercado desde hace unos pocos años. Durante un tiempo prolongado contó con su pedigüeño de guardia en la puerta y la fuerza de la costumbre le convirtió en uno de esos invisibles con los que nos acostumbramos a cruzarnos sin reparar en sus historias personales. No era un hecho aislado.

Desde hace semanas se han multiplicado. A la hora del cierre hacen cola junto al contenedor para hacerse con lo que desechan en el comercio. Buscan la comida caducada y otros restos de almacén que van camino del vertedero. Es una realidad con la que ya me había visto las caras en otras ocasiones, pero nunca en la puerta de mi casa y a la hora del toque de queda. Y el bofetón es como un gancho al mentón de Samuel Carmona.

Las víctimas de la pandemia no solo hay que buscarlas en los hospitales o las residencias de mayores, están mucho más cerca de lo que creemos. También son aquellos que eran dependientes de un tejido productivo oscuro y frágil, presos ahora, a su vez, de una administración electrónica que se ha convertido en una mayor cortina burocrática que el tránsito por los edificios oficiales. En Canarias lo sabemos bien, estamos en fase 3 (de pobreza) hace mucho tiempo y nos pilló una crisis sin resolver otra.