José Manuel Albares, ministro de Asuntos Exteriores, está recomponiendo el equipo. Mala cosa cuando no se ha llegado al ecuador de la legislatura y ya hay que hacer cambios en un departamento de ese calibre. Y más grave si resulta que los relevos afectan no solo al titular del Ministerio, sino a la propia estructura del mismo.
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La salida de González Laya y la entrada de Albares no fue parte de esa pretendida estrategia de Pedro Sánchez para relanzar la imagen del Gobierno y, en paralelo, del Partido Socialista. Y no es así porque raramente un ministro de Exteriores consigue votos en suelo patrio. Lo de quitar a Laya y poner a un embajador que es persona muy afín a Pedro Sánchez conecta directamente con la evidencia de que España se había desdibujado en el concierto internacional y, por supuesto, está estrechamente ligado a la grave crisis diplomática con Marruecos. Veremos cómo termina en la vía judicial el asunto de dejar entrar a hurtadillas en España al líder del Frente Polisario pero, al margen de eso -que no es menor- estoy seguro de que el asunto se estudiará en las escuelas diplomáticas como perfecto ejemplo de cómo no se deben hacer las cosas.
En su toma de posesión, Albares aplicó un correctivo verbal sin reparos a González Laya al referirse a Marruecos como un vecino que debe ser aliado preferente de España. Pero decirlo y que vuelva a ser no es cosa fácil. La confianza, ya se sabe, se quiebra en un instante pero se consigue con mucho tiempo. Yse recompone todavía con más dificultad.
Además, España va con el paso cambiado en este asunto. Mientras Albares está rehaciendo su departamento, Rabat tiene una hoja de ruta perfectamente diseñada y que lleva aplicando hace tiempo. Incluso a pesar de los contratiempos de la pandemia. Básicamente, pivota sobre estos ejes: 1) profundizar en s u vocación africanista, como país que puede contribuir al desarrollo de otras naciones de ese continente; 2) ir a más en su alianza con Estados Unidos y con los aliados de Washington, incluyendo a Israel; 3) mantener su condición de bastión frente al integrismo islámico; 4) seguir con reformas internas lentas pero efectivas para demostrar que está a años luz de las formas de otros países de credo musulmán y 5) mantener su apuesta por una autonomía para el Sáhara Occidental que supone un movimiento de fichas en un contencioso donde la otra parte no se ha movido un milímetro.
Albares, por tanto, tiene mucho trabajo. Muchísimo. Y poco tiempo.
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