La suposición es que, a través de diferentes mecanismos de participación ciudadana, la población participe y se involucre en la toma de decisiones públicas, ... especialmente en aquellas que afectan a su vida cotidiana. Como idea, en el papel queda bien; en la realidad, supone el reconocimiento de que, aunque se elija a un político o política para que, por ejemplo, dirija la ciudad los próximos cuatro años, no significa que todo lo que se le ocurra al líder o lideresa interese a la ciudadanía. Quizás por eso la «participación ciudadana» es, como poco, selectiva. Por ejemplo, se permite que se elija cambiar el nombre de una calle, que se pueda fumar o no en la arena de Las Canteras, o que se decida qué proyecto se desea para el futuro paseo del Guiniguada.
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La letra pequeña, en cambio, apunta a que en este último caso solo un ridículo 10% de la puntuación depende de la ciudadanía, por lo que no es extraño que la población ni se tome la molestia en abrir el ordenador para buscar la web. Solo 1.500 personas, de más de 150.000 potenciales, lo hicieron.
Pero es más: se puede poner en duda la mayor. La ciudadanía elige entre cinco proyectos que, a su vez, ha elegido el Ayuntamiento capitalino, con lo que la opción «no hacer nada» o hacer «otra cosa completamente diferente» tampoco está disponible.
Imagínense por un momento que el tema se pusiera realmente en manos de la ciudadanía. Podría preguntarse si se hace algo con el Guiniguada, con el carnaval o con el «ansiado por la sociedad anónima» estadio de Gran Canaria. Si optamos por la bandera azul, por si se crean más plazas de dependencia o preferimos centros comerciales.
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Pensándolo mejor, eso ya existe, pero votar cada cuatro años no puede ser la única vía para que la ciudadanía influya en las decisiones que le afectan a diario.
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