La imaginación en la política

Pero también nos plantea retos y nos pone al borde del precipicio. Confundir lo que se fabula con la realidad o sucumbir a la tiranía del deseo de aquello que imaginamos que podemos poseer son solo una pequeña muestra.

Para conocer el catálogo completo basta con atender a la campaña electoral que acaba de comenzar, al menos oficialmente. Ya tenemos unas cuantas capitales ubicadas en el mapa, miles de Canarias convertidas en epicentros de esto, de aquello y de lo otro o decenas de grancanarias hipermegaecológicas.

Palabras, eslóganes y promesas que se quedan en eso para las miles de personas que sufren las listas de espera de sanidad, la dependencia o para ocupar una plaza en un centro ocupacional. Palabras, eslóganes y promesas que se quedan en eso para los niños y niñas que necesitan atención temprana, para las familias que dependen de la ayuda de los bancos de alimentos o que sobreviven porque las ONG les pagan el agua, la luz o el alquiler. Palabras, eslóganes y promesas que son frases vacías para la ciudadanía que soporta el mal estado de las carreteras, barrios sin aceras y servicios básicos, viviendas infradotadas o jornadas desquiciantes sin posibilidad de conciliar. Palabras, eslóganes y promesas que se quedan en nada para las miles de mujeres víctimas de las violencias machistas, enmarañadas en un sistema pensado para sortear a los lazarillos mientras los comandan verdaderos quinquis. Para las decenas de personas que viven en contenedores, aunque con futuras vistas a un nuevo campo de golf sobre la lava.

La imaginación también sirve para pensar en un mundo mejor. En todo aquello que podría ser y no es. Quizás ahí tengamos una oportunidad en las elecciones del próximo 28M. Cada una de las papeletas que se meten en una urna es una esperanza. Cada una es una responsabilidad. Cada uno de los sobres es una posibilidad de que las cosas cambien. Y también de que, como es lo más probable, permanezca todo igual.