En los días de Año Nuevo
Cada cual recibe el Año Nuevo con distintas inquietudes, deseos, desasosiegos, e incluso algunos con indiferencia
Una hoja literaria dedicada a la Navidad en Gran Canaria, en diciembre de 1896, en aquellos años finiseculares tan convulsos, en los que acontecimientos como ... la 'Guerra de Cuba' no parecían estar tan lejos de Canarias, resaltaba que era época de esperanza, pero «también es tiempo de recuerdos ¡y yo tengo tantos!». Y es que cada cambio de año, desde tiempos inmemoriales, como una práctica instituida en ritual colectivo, y al tiempo personal, íntimo, se mira al pasado con nostalgia, un pasado fecundo, lleno de recuerdos; pero esa nostalgia no debe impedir el que se mire al futuro, un futuro que, asentado en tan hermoso pasado, se antoja muy brillante, ante el cual florecen nuevas perspectiva y otras aspiraciones, nuevos propósitos e inquietudes.
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Y es que cada cual recibe el Año Nuevo con las más diversas y distintas ilusiones, inquietudes, deseos, desasosiegos, e incluso algunos con cierta indiferencia. Sin embargo, la gran mayoría lo acoge con la esperanza de que sea mejor que el anterior, o al menos igual, siempre en función de las perspectivas y el regusto que haya dejado. Este puede ser un buen indicador, un termómetro, que señale la opinión, el concepto, que una comunidad tiene del tiempo que ha pasado y del que le gustaría vivir, especialmente cuando recorremos, una vez más en la historia, tiempos no tan tranquilos, convulsos para una gran parte de la humanidad, situaciones que se viven más a flor de piel cuando, de uno a otro confín, son días en los que nos disponemos a recorrer el largo y trascendental umbral que nos introducirá en un nuevo año, al que ya se le está pidiendo quizá mucho más de lo que pueda dar de si.
Pero si todo en la vida tiene un tiempo determinado, es finito por principio, también es verdad que han existido y existen instituciones, empresas, que, a través del empeño de muchas generaciones, son capaces de prolongarse a través de los siglos, aunque, en un momento dado, también alcancen su punto 'omega'. Es tanto el orbe de los 'estados', como de eso que hoy denominamos 'sociedad civil', algo que en la Gran Canaria del siglo XIX se aprendió muy bien, se buscó y se recibió con los brazos abiertos, pues, la segunda mitad de aquella inquieta y expectante centuria, fue el momento en que aparecieron muchas de las sociedades e instituciones civiles que contribuyeron decisivamente a remodelar el orbe insular, su propia identidad, y que aún persisten en la actualidad, con mayor o menor insistencia y capacidades, en su papel de actores intemporales. Y en aquellos años, en especial en los de cambio de siglo, aparecieron poco a poco personajes que hoy son columnas vertebrales de ese pasado que, en días como estos de final y comienzo de años, pueden ayudar a mirar al futuro, a ese futuro condensado en el nuevo año que llega, con más confianza y mayores matices. Son días propicios para reencontrarnos con mensaje como el que dejaba un gran artista, de la estética, pero también del intelecto, como Néstor Martín Fernández de la Torre, un hombre que supo ser 'profeta en su isla', junto a un grupo de destacados personajes de finales del siglo XIX y comienzos del XX, una verdadera 'edad de plata' para el orbe cultural grancanario, entre ellos el doctor Chil y Naranjo, junto a todas las gentes, que hicieron posible aquella aventura fecunda de El Museo Canario, Domingo J. Navarro, Domingo Doreste 'Fray Lesco', José Franchy Roca, Francisco González Díaz, Carlos Navarro Ruiz, todos verdaderos pensadores de lo insular con trazas universales.
Así, en estos largos días de asueto que este año trae el calendario, en los que se celebra el tránsito a un nuevo año, en esas horas largas de tranquilidad, tras la bulla de la fiesta, debería aprovecharse para reflexionar sobre los mensajes, las ideas, que Néstor Martín Fernández de la Torre, y todos los demás, legaron para adecuar Gran Canaria a los nuevos tiempos, mostrando como soñar la isla desde la perspectiva hermosa que ellos tuvieron, y que hoy sólo queda adecuar a la realidad del nuevo siglo que ya toca a nuestra puerta. Días de fin de año en los que quizá, como Alonso Quesada en sus versos, muchas personas se pregunten '¿Será que, en verdad, acaso seamos sólo ¿trocitos de ayeres sobrepuestos?'.
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Acaba un año, comienza otro, y, una vez más, tendremos la sensación que fue ayer, hace unos pocos días, cuando se saludaba el comienzo de este tan traído y llevado 2023, que, al final, con sus glorias y sus penas, sólo ha sido un año más en nuestras vidas. Un año más en el que, de nuevo y como afirmó el aviador y escritor Antoine de Saint Exupéri, las personas se descubren a sí mismas cuando se enfrentan a los obstáculos, una idea que nos recuerda, como propósito para el año nuevo, esa 'cultura del esfuerzo personal' que es imprescindible recuperar. Y no digo esto con candidez, sino con ese grado de cierta inocencia con el que también es bueno afrontar la vida, si se quiere que triunfe la buena voluntad. Por ello es elocuente que, en los días, en las horas previas a la despedida de un año y a la llegada de otro, exista esa antigua costumbre de celebrar la inocencia, la 'Fiesta de los Inocentes', esa mirada sana, ilusionada, positiva que recarga el futuro ante las incertidumbres. Una actitud y un sentimiento que, en estos días tan desabridos que nos ha tocado vivir, en los que costumbres y tradiciones se disuelven en un océano cultural cosmopolita, pero más anodino, pueden ayudar mucho a conformar visiones del mundo y del propio entorno, al tiempo que, con sus bromas sanas y un tanto ingenuas, hagan las delicias de mayores y pequeños.
En los días de Año Nuevo se valora lo que se tiene, se supera lo que duele y se lucha por lo que se quiere. Pero, sobre todo, como señaló el escritor y novelista inglés Charles Dickens (1812-1870), que este año ha protagonizado tan gratamente las celebraciones navideñas de Las Palmas de Gran Canaria, tengamos «un nuevo corazón para un nuevo año, ¡siempre!. Así que, de todo corazón, ¡feliz Año Nuevo!
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