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Tribuna libre

Agaete, víspera de La Rama

Juan José Laforet

Cronista oficial de Gran Canaria

Miércoles, 30 de julio 2025, 23:15

El mes de agosto grancanario se enmarca de un conjunto de festejos, celebraciones y divertimentos que, aun siendo fiestas locales, se han instituido y vertebrado ... como un auténtico rosario de hitos estivales propio de la isla en su conjunto, realzando su tiempo veraniego y vacacional ante propios y foráneos. Puede ser el pueblo de San Lorenzo con sus característico 'Volcán de fuegos artificiales' la víspera de su día patronal, o esa tan vibrante y jubilosa 'Traída del agua' por las tierras de Lomo Magullo en Telde, e, indudablemente, el baile de 'La Rama', en la Fiestas de la Virgen de Las Nieves en Agaete, festejo al que vale la pena rememorar desde las mismas horas de su víspera.

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Gran Canaria, cada mes de agosto, se despierta con el alegre compás de una diana floreada, que, en las calles blancas, sencillamente íntimas, de Agaete es, desde antes del amanecer, todo un preludio de la explosión de alegría, de impulso infinito, de entusiasmo a raudales, sin que haga falta una advocación concreta o mínimamente definida, que supondrá, de la mañana a la tarde, el baile de 'La Rama' por cientos de romeros que, con ramas de Tamadaba o con sus propios cuerpos, golpearán el mar al ocaso, en una tradición que se pierde en la prehistoria isleña, y luego depositarlas en la entrada de una pequeña, blanquísima y muy marinera ermita de 'Las Nieves' junto a su puerto atlántico.

La noche del 3 de agosto el pueblo siempre vivió, bullicioso, inquieto, esperanzado, una celebración que se sueña a lo largo de todo el año en Agaete y en los puntos más equidistantes de la geografía insular, o de fuera de ella. Una verbena animadísima, un delicioso paseo por las calles, el saludo con los amigos que allí se reencuentran de año en año, el enyesque en los ventorrillos.

Sin embargo, en algún tiempo, quizá por ese devenir en el trasiego de usos, costumbres y modas, la presencia de grupos de visitantes no sólo ajenos a aquella comunidad, sino a sus prácticas y a su identidad, trastocaron un poco el discurrir de las cosas y ya, para muchos, 'La Rama' parecía ser la verbena o los chiringuitos en la noche de la víspera. Esto es apenas un mal pasajero, creo, pues con el tiempo sólo permanecen las costumbres auténticas, las tradiciones creadas y arraigadas en el alma de un pueblo.

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Que hermoso misterio se contempla en las altas horas de la noche, si uno se fija bien, cuando decenas de lucecillas, como pequeños luceros y estrellas, bajan de ese firmamento que es Tamadaba sobre Agaete, guiando el camino de quienes traen las ramas con las que al día siguiente se bailará La Rama, y se ofrendará a la Virgen de las Nieves.

El trompeteo de la caracola rompe de vez en cuando el silencio de los altos riscos; a cada momento se le escucha mejor, con más fuerza, por lo que, en las afueras del pueblo, algún timple anónimo le responde con la cadencia de la folia y la alegría de la isa. Todo ello resuena y se multiplica en los recodos, salientes y grietas del valle y los barrancos, auténtica caja de resonancia en la que, esa noche única, canta y vibra el corazón de la Gran Canaria.

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Aún no se han despejado las sombras del amanecer cuando, desde una plaza recoleta, en la parte alta del pueblo, camino del Valle, un volador rompe el sopor estival y, al instante, la banda, fresca, bullanguera, simpática, con una fama bien ganada en toda la isla, arranca con el toque de la esperada y deseada ansiosamente diana floreada; incluso los papahuevos, o los cabezudos, que aún deben reposar hasta bien entrada la mañana, parecen dibujar una sonrisa en sus rostros amplios y deformes.

La Rama ha amanecido así, un año más, en todo su antiguo y siempre actual esplendor; ahora romeros - o más bien 'rameros'-, venidos de todas partes se disponen, en unión profunda con todo el pueblo de Agaete, a bailar durante horas uno de los ritos ineludibles del estío grancanario.

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