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Los camellos de la inteligencia artificial

Desde el desierto llega una tormenta de datos, chips y ambición

Juan Carlos Fernández

Las Palmas de Gran Canaria

Viernes, 16 de mayo 2025, 23:01

La reciente alianza entre Estados Unidos y Emiratos Árabes Unidos para construir el mayor campus de inteligencia artificial fuera de territorio estadounidense marca un punto ... de inflexión en la carrera global por el dominio tecnológico.

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El anuncio, realizado durante la visita de Donald Trump a Abu Dabi, no solo implica la edificación de un gigantesco complejo de centros de datos de 5 gigavatios en la capital emiratí, sino que también redefine los ejes de poder en el desarrollo y control de la inteligencia artificial.

El acuerdo contempla una primera fase de construcción de un centro de datos de 1 gigavatio, con el objetivo de expandirse hasta cubrir una superficie equivalente a 26 kilómetros cuadrados, más de 3,600 campos de fútbol.

El campus será gestionado por empresas estadounidenses en colaboración con la emiratí G42, y pretende convertirse en el principal punto de entrada para los servicios de nube e IA de las tecnológicas norteamericanas en Oriente Medio y el Sur Global.

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En este inicio contará con una capacidad energética digna de abastecer una ciudad entera, el proyecto no solo es una demostración de músculo, también es un recordatorio: el que controla la infraestructura controla el futuro.

A la cita acudieron pesos pesados como Jensen Huang, CEO de Nvidia, cuyas tarjetas gráficas son hoy más codiciadas que el petróleo. Los acuerdos incluyen la exportación anual de hasta medio millón de chips avanzados, lo que convierte a Emiratos no solo en un cliente estratégico, sino en un socio tecnológico de primer orden.

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Washington lo sabe: en la era digital, quien domina la IA, domina el relato. Ya no basta con tener armas o petróleo, ahora hay que tener servidores, modelos y algoritmos. Y si es posible, que estén bien vigilados.

Durante décadas, la política exterior de EEUU en la región se estructuró en torno a dos palabras: petróleo y seguridad. Hoy, esa narrativa se reemplaza por servidores y datos.

La visita de Trump, flanqueado por ejecutivos de Silicon Valley, formaliza un cambio de paradigma: los países del Golfo ya no son solo compradores de defensa, sino aspirantes a polos tecnológicos globales. Emiratos lo tiene claro: su plan nacional aspira a convertirlos en líderes mundiales de inteligencia artificial para 2031. Y, a diferencia de otros, están dispuestos a invertir lo que haga falta.

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La jugada tiene múltiples lecturas. La eliminación de las restricciones impuestas por la administración Biden a la exportación de chips a Oriente Medio, con el objetivo de frenar el avance tecnológico de China, abre ahora una vía de negocio multimillonaria.

Pero también reactiva viejas tensiones: ¿hasta qué punto es seguro transferir tecnología tan sensible a gobiernos que no destacan precisamente por su transparencia? El dilema entre competitividad y seguridad nacional sigue sin resolverse. Mientras las empresas celebran los contratos, los servicios de inteligencia encienden las alarmas.

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Pero toda esta efervescencia tecnológica en el desierto contrasta con la modesta ambición europea. Mientras en Abu Dabi se alzan campus digitales del tamaño de distritos urbanos y se firman acuerdos por cientos de miles de procesadores, Europa sigue afinando borradores legislativos, lanzando plataformas de debate y, si hay suerte, convocando alguna consulta pública.

La UE habla de liderazgo ético, pero invierte con la intensidad de quien no quiere molestar. El resultado es el que ya sospechábamos: otros construyen el futuro, nosotros lo regulamos. Desde la distancia. Sin prisas. Y con suerte, en varios idiomas.

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No se trata de caer en el alarmismo ni de rendirse al pragmatismo desbocado. Pero si Europa aspira a algo más que ser el comité de ética del mundo, tal vez debería empezar a considerar que la IA no se desarrolla solo con buenas intenciones, sino también con inversión, infraestructura y alianzas estratégicas. Mientras aquí se debaten los riesgos del reconocimiento facial, en el Golfo se preparan para controlar las redes que decidirán qué contenido vemos, cómo funcionan nuestros negocios o qué decisiones toman nuestros gobiernos.

La asociación entre Trump y Abu Dabi para levantar el mayor campus de IA del planeta es sin duda una jugada ambiciosa. Representa una oportunidad para la innovación, el crecimiento y la redefinición del equilibrio de poder mundial. Pero también es una advertencia. Una sobre cómo los nuevos imperios ya no se levantan con ejércitos, sino con clústeres de datos y millones de chips.

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Una sobre cómo los valores democráticos pueden quedar relegados en nombre del liderazgo tecnológico. Y otra, aún más incómoda: sobre cómo Europa, en su empeño por ser garante de la ética digital, corre el riesgo de quedarse sin papel en la función. Ni protagonista, ni antagonista. Solo espectador. Eso sí, muy informado.

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