Soy uno de los pocos ignorantes que no ha escuchado nunca una canción del tal Pablo Hasél. En los últimos días la intriga por su habilidad artística me llevó a dedicarle algunos minutos a navegar por Youtube en busca de su repertorio, pero el entusiasmo me duró poco. Deberían haberlo detenido mucho antes, y así nos hubiéramos ahorrado este atentado contra el arte musical.
He intentado entender el motivo por el cual tantas personas están destrozando todo lo que pillan por delante como protesta por la detención de este individuo. Curiosa forma, por cierto, de protestar. Acorde al nivel intelectual del sujeto en cuestión. Este delincuente, además de alentar acciones violentas, desear la muerte de todo el que no piense como él, o referirse continuamente a las mujeres como «zorras», ha agredido a un periodista y ha amenazado a un testigo, entre otras tropelías.
Por este elemento, con esa carta de presentación, numerosos jóvenes han considerado oportuno que es su nuevo mesías, y por lo tanto tienen el deber moral de rescatarlo. Pero la cosa va más allá.
Echenique, portavoz de Podemos, en lugar de condenar las barbaridades que estamos viendo a diario en ciudades como Madrid o Barcelona, anima a los energúmenos a seguir la fiesta. «Todo mi apoyo a los jóvenes antifascistas que están pidiendo justicia y libertad de expresión».
Es decir, el partido que cogobierna España, además de legitimar la violencia, se pone del lado del delincuente Hasél.
Sánchez, que tardó lo suyo, finalmente salió ayer a condenar la violencia. Y todo este follón, recuerden, por un tal Hasél, el delincuente común.
