En Madrid, después de gastarse una millonada en remodelar la Puerta del Sol, están colocando unas pérgolas metálicas para habilitar algo de sombra porque cuando ... el sol se impone y no hay nubes ni brisa, cuesta transitar por aquella sartén urbanística. A kilómetros de distancia de allí, en Texas, están contando aún las víctimas tras la crecida del río Guadalupe.
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Son dos episodios que ilustran el precio que se paga por hacer oídos sordos a la evidencia científica de que el clima ha cambiado. Y no porque se hayan vuelto locos los dioses de la climatología, sino porque la acción humana pasa factura y acelera unos cambios que, además, llegan acompañados de efectos más intensos:o tenemos sequías más acusadas o lo que padecemos son lluvias en tromba.
En cuanto a lo de Madrid, uno se pregunta si es que en las escuelas de Arquitectura y en las mesas que fijan los pliegos de las contratas hay negacionistas del cambio climático, pues de otra forma no se explica. Y menos sentido tiene que esto suceda en España, donde las horas de exposición al sol son mayores que la media comunitaria. Uno puede entender que en el Reino Unido, en el centro de Europa o en los países nórdicos no fueran previsores en materia de habilitar zonas de sombra y garantizar corrientes que hicieran más llevadero el calor, pero en España tiene delito que sigamos mirando para otro lado. Esto vale tanto para esas plazas sin un solo árbol ni una sombra con la que protegerse que para esos patios de colegio en los que se condena a los niños a abrasarse en el recreo o en las actividades deportivas.
Respecto a lo de Estados Unidos, desgraciadamente están empezando a probar los efectos secundarios de la medicina en forma de negacionismo que se autorrecetaron al apostar por un segundo mandato de Donald Trump. Se incluyó el cambio climático como parte de la doctrina 'woke' y se desmantelaron las políticas orientadas a minimizar los daños medioambientales. Cuando se empieza por ahí, se criminaliza a los meteorólogos por alertar de lluvias intensas o sequías extremas y se consigue de inmediato que el científico dé un paso atrás y que el ciudadano no se fíe de los avisos. La consecuencia la hemos sufrido en Valencia, donde la estrategia de defensa de los imputados pasa por culpar a los técnicos de la Aemet, cuando es evidente que la gestión de las emergencias está en otro lado.
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Busquemos, por tanto, sombra con urgencia porque la sequía o las lluvias de la ignorancia institucionalizada nos van a arrasar.
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