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Eduardo Sacheri escribió sobre Maradona que ante el Diego conservaba el deber de la memoria. De esta forma describía la eterna gratitud que le profesaba ... por todos aquellos momentos de explosiva felicidad que D10S tributó a toda una nación y, por extensión, a todo el planeta fútbol.
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Algo similar me ocurre con este oficio de contar historias, degradado desde dentro y desde fuera, y al que algunos quieren reducir a un titular para Google y a un contador de visitas. Tengo el deber de la memoria con aquellos que me hicieron feliz con sus historias y con los que aprendí a volar bajito porque allí sucede lo que de verdad le pasa a la gente.
Uno de esos inolvidables es Adolfo Santana, del que se cumple ahora una década de su fallecimiento. Adolfo, teclista de bajas pulsaciones, compuso melodías hermosas sobre personajes desconocidos. Nos enseñó que el más bello de los reportajes nace de la observación, de entender a las personas que en pocas palabras cuentan un mundo de vivencias.
Las historias de Adolfo hoy nos esperan en las hemerotecas sin que este oficio, ahora cautivo del algoritmo, respete el ejemplo de este hombre del pueblo que nos enseñó a hacer mejores periódicos. Pero, sobre todo, nos enseñó que a nuestra gente se la respeta.
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PD: Otro maldito final de enero, justo ocho años después de robarnos a Adolfo, también nos quitó a Alexis Ravelo; novelista de timbre palmense y mirada rasa. En eso se parecían mucho. Eran hombres de su isla, que escribían como tales, y siempre estaban más cerca de la verdad de los humildes que de la impostura de los que mandan. Cómo les extrañamos.
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