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El Gobierno, el PSOE, sus socios, sus rivales y el conjunto de la ciudadanía están a oscuras desde las siete de la tarde del miércoles, cuando el presidente Sánchez respondió a las diligencias judiciales abiertas a su mujer por supuesto tráfico de influencias anunciando un insólito retiro para resolver, este lunes, el dilema hamletiano que ha dejado 'in albis' al país: si sigue siendo él mismo lanzando un órdago para acabar quedándose y ganarlo –intentar amarrar la legislatura tras el exigente ciclo electoral– o si se mantiene, también, fiel a su ejecutoria, tan impredecible como calculada, para dimitir. Entre los socialistas, nadie apuesta nada cuando ni siquiera se sabe cómo dará a conocer su líder la decisión de la que pende su futuro y el de su familia, la suerte inmediata de un partido descolocado y el presente de un país dividido sobre las intenciones de una disyuntiva cuya resolución le pertenece a él y atañe a todos.
Sánchez optó por una comunicación sorprendente –dirigir una misiva a la ciudadanía a través del nuevo cauce de las redes sociales– para anunciar su paso al lado con dos argumentos de cabecera: pone pie en pared ante lo que denuncia como una injusticia insufrible contra su mujer, de la que se declara «profundamente enamorado», y defender una democracia hostigada en sus principios y valores fundamentales, según su descripción, por «la derecha» de Alberto Núñez Feijóo y «la ultraderecha» de Santiago Abascal. Sánchez se presenta como víctima de un acoso que lo que buscaría, en realidad y por elevación, es derrocar el sistema de libertades. Es la tesis que ha permeado la empatía de su partido y de algunos de sus socios –Carlos Puigdemont ha ironizado con que él sale a hacer política «llorado de casa»– para galvanizar una reacción social en torno al «Gobierno progresista». Y lo que hace sospechar a sus detractores que el hoy enclaustrado presidente prepara, bajo el paraguas del «chantaje emocional», un nuevo asalto para tratar de atar una legislatura que no carbura y que pende del –opacado– 12-M catalán.
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Sánchez puede optar por mantenerse al frente del país como si (casi) nada hubiera ocurrido, pero esa decisión –que será recibida por sus oponentes como la evidencia de que todo responde al enésimo golpe de timón para camuflar la debilidad de un Ejecutivo cautivo del independentismo– invita a su protagonista a dotarla de contenido para aprovechar, a modo de palanca, el caudal de solidaridad ciudadana percibida –encuesta 'flash' del CIS mediante–, la adhesión sin fisuras de los suyos exhibida en Ferraz y el aval de sus socios; unos aliados a los que, singularmente ante la decisiva campaña catalana, ha dejado maniatados adueñándose de la escena con un guion –el perseguido por «el lodo» de «la fachosfera»– difícilmente rebatible para ellos.
En un contexto en el que su mutismo hace cundir las especulaciones, Sánchez podría renovarse a sí mismo con varias piezas posibles en el puzle. Puede continuar anunciando un paquete de medidas legislativas para transmitir que el Gobierno tiene aire, un impulso que le piden sus socios incluyendo una reforma para rebajar las mayorías del Consejo General del Poder Judicial que Europa ya frenó. Puede hacer eso sin más, dando carrete a a la legislatura la espera de Cataluña, o sometiéndose a la cuestión de confianza del artículo 112 de la Constitución, con la que comprometería a Junts (ERC y Bildu se han mostrado ya dispuestas a apoyarla). Y puede alargar su mandato pero para firmar el decreto de disolución de las Cortes y un anticipo de las generales, algo que no puede materializar hasta el 29 de mayo.
Quienes apuestan en los aledaños del partido por que Sánchez resolverá consumar el terremoto político marchándose –siempre con la elucubración al fondo de un posible destino en la UE (el liderazgo del Consejo tras las elecciones del 9 de junio)– o algún organismo internacional– creen que, de hacerlo, lo hará este mismo lunes, no en diferido. Ese drástico abandono, impensable hasta ayer y con la duda de si sería o no de la presidencia y la secretaría general, dejaría al Ejecutivo en funciones y con la vicepresidenta María Jesús Montero al frente, lo que la convertiría en la primera mujer en gobernar España aunque sea de forma interina. Montero o cualquier candidato opcional –ha aflorado en estas horas de chismorreos el rescate de José Luis Rodríguez Zapatero–, habría de ser propuesto por el Rey para una nueva investidura, trámite que no tendría sentido si el país se encamina hacia un inminente adelanto electoral.
Circula una hipótesis que aventura que Sánchez podrá irse temporalmente para regresar como cabeza de lista. Alambicada, sí, pero nadie se atreve a descartar nada –tampoco lo que no llega a discurrirse– tratándose de Sánchez. Una dimisión sin vuelta sí abrirá, tras un hiperliderazgo como el suyo, un proceso sucesorio complejo aunque solo sea por absolutamente imprevisto ahora en un socialismo en 'shock'.
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José A. González y Leticia Aróstegui
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