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En Las Palmas de Gran Canaria es muy fácil viajar por el mundo sin salir de la ciudad. Eso es gracias a su rica variedad de comida internacional, que convierten a la capital en una de las principales ciudades en este sentido, lo cual es un verdadero placer para los que adoramos conocer todos los sabores posibles de cualquier parte.
En Momoland (Ruiz de Alda, 26) tenemos una fantástica oportunidad para volar lejos, concretamente a Nepal, país donde nació su chef y copropietaria Sony Gurung. Es ahí, en ese rincón de la bonita calle peatonal de la capital, donde hace cerca de dos años abrió el negocio junto a su pareja, Vinay Moorjani, que es el encargado de sala. Con una interesante carta de elaboración precisa, aquí sin duda el producto estrella está claro: los momos, seguramente el plato más característico de Nepal.
«Aprendí a hacer esta receta de manera autodidacta, practicando y practicando hasta que salió el momo perfecto», relata la cocinera, que recuerda que «comencé a venderlo por instragram a amigos, hasta que se corrió la voz, creció la fama y se convirtió en un producto muy valorado». De ese experimento salió un proyecto, y de ese proyecto un negocio que se mantiene con la misma ilusión del primera día y superadas ya las extremas dificultades de la pandemia.
En una reciente visita, me dejé aconsejar por Moorjani para esa primera aproximación a esta cocina, que si bien en este caso no es puramente nepali, pues aquí estamos ante una fusión de Nepal, China, India e incluso Japón, con una visión muy personal de Gurung, sí sirve para adentrarse en los célebres momos. Se trata de una masa de harina rellena y cocida al vapor, todo realizado a mano, y con gran protagonismo también en la gastronomía tibetana.
En Momoland hay una buena variedad de ellos, desde las opciones veganas, hasta el de queso, pasando por los de pollo, ternera o cerdo, además de langostinos. El de shiitake, con verduras frescas, las setas y vermicelli de arroz, además de especias himalayas, espléndido. Al igual que el sorprendente de carne, relleno de ternera molida, lechuga de napa mezclados con hierbas aromáticas, pasta de ajo y jengibre. Jugoso a más no poder. Un deleite que no necesita de salsas ni de nada, solo pedir muchos más.
Además de los momos, plato obligatorio por motivos obvios, probamos las alitas de pollo a la siracha, con una reducción de tomate y el toque picante que debe tener, además de un crujiente perfecto. Para rematar antes del postre, otro plato fascinante, el Momoland Mix. Se trata de unos tallarines yakisoba con pollo, huevo frito, setas shiitake, brotes de soja, cebolla frita y salsa cacahuete-siracha, muy reducida, que le aporta ese sabor final sin monopolizar el plato, además del punto picante -sí, siempre tiro al picante- tan necesario.
En el postre, y una vez más siguiendo el consejo de Moorjani, nos deleitamos con la tarta de limón mama Rosa, de una receta familiar «única, no encontrarás una igual», tal y como confesó. Y lo cierto es que estaba muy buena, suave y cremosa. Un gran final para un local que enriquece más la oferta culinaria de una ciudad imparable.
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