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Cuando tanto, y tan bueno, se habla de algo, uno se obliga a ir y a probarlo. Más aún si hay que esperar por un ansiado asiento en la barra de Hikari que, nada más verla, se incrementan las ganas de que se abran las cortinas y de comienzo el espectáculo.
La sonrisa y la bienvenida de David Rivero, chef y propietario de esta nueva joyería gastronómica nipona, empiezan a guiar al comensal al centro del corazón de Japón, sin artificios que obliguen a hacer escalas y sin tiempo que perder, ya esperan en la sutil, evocadora y serena barra, los aperitivos de un menú «omakase» con toda la escuela, pasión y sabiduría que David trae en su mochila.
Más de quince años de intensa formación que arrancaron en Gran Canaria, en el Hotel Escuelaa, para continuar con las prácticas en la vecina isla de Tenerife con una meta que no difiere de la de los demás compañeros de profesión: practicar y aprender de los mejores, trabajar en equipo hasta conseguir la soñada estrella Michelín y emprender para hacer realidad los sueños propios.
El amor y el respeto de David por la cultura japonesa le viene desde que tiene uso de razón y, como anécdota, allá por los 90 ya era fiel seguidor de los cómics manga, cuando casi el resto de la población ni sabía que existían.
Lo de dedicarse, con los cinco sentidos, a la gastronomía japonesa, Patrimonio Cultural de la Humanidad declarado por la UNESCO, se podría decir que llegó a su vida de manera accidental: trabajando en las cocinas del Hotel Ritz Carlton Abama, uno de los chefs del laureado Kabuki sufrió un corte y le tocó a David que ese día los astros de confabularan con todo a su favor y fuera él quien lo sustituyera.
David lo ha logrado, ha llegado, paso a paso, hasta esa meta que no significa en absoluto un fin de trayecto. Al contrario, empieza un nuevo camino donde cuelga el equipaje de la experiencia, abriendo un espacio a todo su talento y, desde el más absoluto respeto, recrea, como pocos saben hacerlo, la auténtica y tradicional cultura gastronómica japonesa en la capital grancanaria.
Tras los aperitivos, con una delicada y auténtica galleta de arroz, recién aterrizada de Japón con un atún toro imposible de olvidar, estimularán al paladar hasta que lleguen los entrantes y, solo con esa parte del trayecto andado, uno ya sabrá hasta donde lo dirigirá David, sin turbulencias.
Las gyozas, que David varía en proteína según el mercado del día y un sorprendente tartar de berenjenas, al que le sale cierto acento andaluz, porque esa sangre, aunque nacido en Gran Canaria, a David también le corre por las venas, harán que el destino se acerque aún más a los comensales, para avanzar con un sashimi moriwase, de corte y selección excepcionales. Pero, antes de llevar el primer bocado a la boca, deberá deleitarse con el auténtico wasabi que lo acompaña. Y mucho más no voy a contarle, porque escuchar las indicaciones de David se le hará mucho más placentero.
Durante la experiencia, dedique tiempo a observar a David tras la barra, seguro que también le parecerá como a mí, un escultor terminando una obra de arte, porque eso será lo siguiente que llegue a su barra: un tartar con el pescado del día y un sushi variado perfectamente ejecutado al que le costará darle un mordisco, sobre todo, para que el viaje se haga más largo. Y seguir atento a las indicaciones del chef, es totalmente indispensable y altamente recomendable.
Dentro del menú que David propone, llegados a este punto, el comensal decidirá ampliar y lanzarse por un plato, con la proteína como actor principal o zambullirse en su propuesta dulce. Decida lo que decida, acabe antes o después, ambos le harán levantarse de la butaca para aplaudir hasta cansarse.
Y solo dos observaciones: antes del aterrizaje, recréese en el mural de la pared y asegúrese butaca para regresar a Japón de la mano de David Rivero y su cocina, tradicional, sin estereotipos, sin modas, sin tendencias, sino desde la pasión, la experiencia y una magnífica ejecución.
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Josemi Benítez
Patricia Cabezuelo
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