La langosta del restorán Misono MHB

Osaka-Kobe

El auténtico atún rojo (hay falsificaciones), al que yo venía echándole el ojo en los muchos restoranes al paso por los dos barrios gastronómicos es, sin dudarlo, la creme de la creme de los túnidos

Mario Hernández Bueno

Sábado, 31 de mayo 2025, 20:49

Llevábamos días en Osaka y no habíamos ni probado los sashimis y los sushis a pesar de que el hotel «ponedero de palomas» estaba a pasos de miles de restoranes. Queríamos comerlos en uno muy bueno. Un día fuimos a los también cercanos grandes almacenes Takashimaya, inmensa colmena de tiendas de sencillas y grandes marcas. Queríamos canjear en su agencia de viajes los dos bonos por los tickets para viajar durante una semana en trenes rápidos. Resulta ser que la mayorista Civitatis nos los emitió con el mismo número ordinal y cuando aterrizamos, muy cansados y tras una inacabable cola para canjearlos y hacer el primer viaje: el transfer, nos informaron de que la pifia era irreparable. Así que tomamos un taxi, 160€, y la muy responsable Civitatis…, ojos que te vieron dir.

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Y ya con un nuevo bono, que adquirimos vía internet, le pedimos a la agente de viajes que nos hiciera los canjes, pero la gestión quedó trunca: no lo hacían. Así que antes de marcharnos, rabos entre las patas, le pedimos a la señora que nos chivara un restorán de sushis con garantías y en su lugar nos acompañó hasta los distantes ascensores y ante el cartelón-directorio nos señaló las plantas 7 y 8, y aseguró que allí los había muy buenos. Y deambulando después por una de aquellas plantas nos topamos con uno español, Miguel y Juani. Nos acercamos para charlar con su chef, pero la estrella de los fogones no estaba ¿Era el alquiler de una marca?.

Sashimi en el restorán Sushi MHB

Por la tarde nos fuimos a comer a uno de aquellos restoranes: Sushi. Eran las 20h. Iba a cerrar. Y como en su puerta había varias personas esperando, intuí que ofrecía aun más garantías. Pedimos sushis y sashimis con arroz blanco así como un plato con anguila asada -bocado que adora el japonés- dos langostinos, tortilla, berenjena al horno, pollo frito… y, aparte, una ensalada y hasta un huevo frito metido en un bowl cuadrado. No entendí el potpurrí y el camarero nunca me entendió a mí. Era japonés cerrado.

Plato combinado en el restorán Sushi MHB

El auténtico atún rojo (hay falsificaciones), al que yo venía echándole el ojo en los muchos restoranes al paso por los dos barrios gastronómicos es, sin dudarlo, la creme de la creme de los túnidos. O escómbridos. Por aquí apenas lo veo ya. Aquel daba ese rojo intenso, brillaba y en boca (como dice el catador), una golosina. Fuimos atendidos por un par de ancianos. No podía entender cómo aguantaban las jornadas de trabajo de un joven camarero y encima en un local tan pequeño como incómodo. Vimos en Japón a muchos ancianos trabajando. La comida, magnifica y la cuenta, con cerveza y refresco, 30€.

Complemento de huevo frito y ensalada en el restorán Sushi MHB

No quería comer la carne de Kobe en alguno de los tantos restoranes de Osaka. Quería hacerlo en Kobe, que, por cierto, atesora un destacado puerto de mar. Como a muchos senectos, la película Este Perro Mundo, que se estrenó por los pasados años sesenta, nos marcó. Fantástico y sorprendente documental que recoge las actividades más extrañas, insólitas, que hacen los humanos en ciertos lugares del planeta. Y precisamente la de Japón se filmó en Kobe y fue sobre el trato a sus vacas: les dan a beber cerveza y las masajean. Esto impresionó al mundo entero y muchísimo a nuestra isla; eran tiempos en los que sobre la carne de vaca ni se soñaba con la popularidad y las variedades que hoy gozamos. Aun no había llegado de Argentina el primer solomillo y no se había inaugurado la primera churrasquería. Tiempos de leche, gofio, quesos, potajes de verduras, rebogaos de legumbres, pescado, poca carne, frutos secos: la Dieta Mediterránea del Atlántico. Por cierto, la música que ambienta el documental: More, Mas, se convertiría en un clásico y ha sido interpretada por no sé cuántas orquestas y cantada por famosos trovadores.

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El tren nos llevó en 22 minutos a Kobe. Saldríamos desde la Estación Osaka, a 15 minutos en taxi del «hotel de la emboscada». Ir casi a diario a una estación era como ponerme bajo las garras de un dentista. En aquellas decenas de laberínticos pasillos no se dejaban de ver, ni un solo segundo, a cientos y cientos de seres en tropel, silenciosos, a prisa. Parecía la madrileña estación de Atocha el primer día de las vacaciones de agosto. Nos perdíamos y nunca dábamos con el tipo de máquina o la oficina que podía expendernos los tickets y, además, aun no habíamos podido canjear los bonos. Y para más molestias nos encontramos con que solo se pueden sacar las idas; las vueltas, al regreso.

De Kobe solo conoceríamos el centro: los alrededores de la estación de ferrocarril: una calle repleta de restoranes de carne de su wagyou (vaca japonesa) y poco más. Sabíamos a qué restorán iríamos, el histórico Misono: el primero del mundo que en septiembre 1945 implementó el teppanyaki. Su comedor es modesto y con esa pátina que generan muchos años de sobeo. Ofrece un par de menús: el de entrecote y el de entrecote con media langosta. Optamos por el segundo. El silencioso cocinero también nos preparó la guarnición: algunas verduras y un montón de ajos cortados en láminas.

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El entrecot de wagyou y los ajos en crudo del restorán Misono MHB

Esto pareciome extraño. Lo entendería. La carne la picó en cubos, y los salteaba constantemente. Y lo mismo la langosta. Al final emplató ambos alimentos así como las verduras y doró los ajos.

El caldo con los restos de la langosta del restorán Misono MHB

Es obvio que todo estuvo muy bien. Por fin, había comido la auténtica carne de Kobe sin empalagarme con su excesiva grasa; estar hecha en cubos y, por lo tanto, bien tostados por sus seis lados, más el contrapunto de los ajos tostados, fueron clave. La cuenta, con un caldito hecho con las sobras del crustáceo y unas cervezas, fue tremendo disparate.

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Y nos fuimos a lamernos las heridas al inmenso e impoluto puerto y ante un seto con césped vimos tumbada una vieja ancla. Nos acercamos. Era la de una réplica de la carabela española que en 1992 hizo un viaje conmemorativo desde Huelva a Cipango, el actual Japón.

El ancla de la carabela española. Puerto de Kobe MHB

Y a su lado un enorme mural de mampostería que reproduce un mapa y el itinerario que hicieron aquellos aguerridos marinos. Y allí, en el Atlántico, en el otrora Mar de las Tinieblas, aparecía escrito, como para acallar nuestras heridas, «Las Palmas».

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Parte del mural con la ruta de las carabelas españolas MHB
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