El Alpendre de Félix y El Ñame
Me mostró una foto donde se veían unas paredes de piedra seca en ruinas. «Ese era el alpendre de mi padre cuando lo heredé hace treinta años», me dijo
Mario Hernández Bueno
Las Palmas de Gran Canaria
Sábado, 6 de abril 2024, 22:50
Lo reconstruyó y consiguió un curioso inmueble: El Alpendre de Félix, que es una referencia para ese turismo inquieto, ávido de conocer aspectos genuinos del destino.
La primera vez que se va asusta: la carretera desde Vecindario al casco urbano de Santa Lucía la bordean precipicios que horripilan. Menos mal que se va junto al risco, por lo que, a la vuelta, tiraríamos por Temisas. Y poco antes de llegar al pueblo se divisa allá abajo, como una advertencia, el cementerio. Bajamos y, casi a tientas, dimos con unas casitas de piedra y tejas, muy canarias, en un bucólico paraje. Y allí dimos con el figón, pegado a un amplio aparcamiento que también anima a visitar el museo arqueológico La Fortaleza. A la entrada hay leña apilada y antes de ingresar dejamos a un lado una terraza repleta de turistas; unos miraban al sol como lagartos; otros comían.
Dentro ya, una abigarrada tienda-bazar expone desde comidas: huevos, confituras…, hasta los tópicos suvenires: los típicos del destino chinos. Y nos recibió un tiarrón, Félix González Pérez, quien, desde el primer momento, demostró ser un guasón. No paraba de bromear. A mí me gusta eso y hacer los ripios. Su amable esposa, Pino Vera, andaba en la cocina presidida por un hogar, donde se asan las carnes. Félix es un perro viejo de la hostelería: ha abierto siete restoranes: en Vecindario, El Doctoral, Playa del Inglés...
Éramos dos comensales y pedimos sendos Potajes de berros, que nos parecieron correctos pero destacaban unos frejoles rojos, tipo mejicano, de bote. Se pueden emplear judías de esa guisa -la hostelería ya no es lo que fue- pero es mejor emplear las blancas. De hecho, ese genuino plato canario las lleva. Después vino la omnipresente Garbanzada y sobre los «gabrieles» se recostaban trozos de pollo y, encima, papas fritas. Nunca vi algo así. Lo mejor fue la parrillada: pollo deshuesado, generosa chuleta de cochino, entrecote de res y chorizo asados a las brasas sobre un colchón de ricas papas fritas (20€). Tarta Santiago y Mousse de chocolate, que son mejorables. Mas fueron de agradecer los trozos de un rico pan de millo cubiertos de un fresco concassé así como unos pequeños bowls con Gofio escaldado.
Y al llegar a mi casa, y tomar datos para estos folios, revisé la cuenta y encontré varios errores que elevaban notablemente el importe. Seguro que fue el típico fallo: que nos dio la de la mesa contigua. Y también fue error mío no haberla revisado in situ. Así que, sin los gazapos, la cuenta hubiese sido 50€. Y por eso vale la pena y por catar su Queso frito, Arroz caldoso con pollo y verduras, Croquetas, Lomo de angus… o las tapas variadas. Bodega suficiente. Después nos llegamos hasta el casco urbano, que está orgullosamente limpio, bien surtido de restoranes y con otro museo, el histórico Hao del mundo aborigen. Una creación de aquel inquieto don Vicente Sánchez Araña. ¡Ah! la camarera nos hizo varias fotos y Félix también nos pidió si las podía poner en las redes.
No sé por qué al otro figón lo bautizaron El Ñame, olvidé preguntárselo al camarero y propietario, José Martín. Otro tiarrón, más que Félix. El local es aparentemente pequeño, y sobresale una barra, y por eso dice llamarse Bar Pub El Ñame. José me informó de más cosas; su apariencia de hombre de pocos amigos se torna bonachón, amable y amigable en cuanto se le da pie a la charla. Dijo que es un negocio familiar: tres hermanos y la madre, Ignacita Suárez, que lleva la cocina. Pero no nos dio mesa en aquel habitáculo: nos condujo, escaleras abajo, hasta un par de comedores más que sobrios: nada de cuadros ni otros elementos decorativos, siquiera manteles. Pero la minuta me gustó. Es de las mías, pocos platos.
Me habían dicho que las raciones son grandes y los precios bajos. Dos razones de peso para tener el local a tope. Y José continuó informándome que la clientela viene de la capital y de los numerosos negocios ubicados en El Cruce de Arinaga. Barrio dormitorio feo, impersonal, donde estábamos. Pero así se ha construido en las Islas desde hace 50 años.
Quería pedir para dos comensales varias raciones, pero José hizo hincapié en que fuesen medias. Pues bien, las pedí de longorones fritos, que estaban bien, quizá demasiado fritos; costillitas de cochino fritas con ajos. Estos pequeños bocados son muy de los restoranes chinos, mucho hueso, poca carne. Calamares a la romana, que, en realidad, eran a la andaluza; los primeros se rebozan con pasta tipo Orly (como los churros de pescado) y los segundos con harina solamente. Y, por último, un plato con el que se luce Ignacita: Ropa vieja de pollo. Me gusta así, seca. Pide un huevo frito encima. Pero, para mi gusto, le faltaban los toques aromáticos del tomillo o el orégano. Y José me informó que en su día hizo una encuesta entre sus parroquianos y la mayoría eligió aquella.
La carta también ofrece estofados de ternera y de cabra, taquitos de cerdo fritos (es lo que debí pedir), lomo de atún a la plancha, Pulpo a la gallega o en salsa. Bodega pequeña con vinos que van desde 8,90€ a 22,90€, un Yaiza. Los postres son de la logística de la firma Doña Lourdes, que no valen. La cuenta, con dos cervezas, agua y un café, 48€. Al final le pedí a José si podía fotografiarlo. Es un ejemplar aborigen. Un guanche, como dicen los tinerfeños. Pero se negó. «No me gusta la publicidad», me aclaró.