25 años del inolvidable ascenso en Elche con el sello de Pacuco: «La gente me sigue parando por la calle»
Gran Canaria explotó de felicidad el 22 de junio de 1996 con el regreso de la UD al mapa del fútbol profesional. Aquella celebración fue única
IGNACIO S. ACEDO
Las Palmas de Gran Canaria
Martes, 22 de junio 2021, 01:00
Nadie ha olvidado aquel 22 de junio de 1996, un día en el que Gran Canaria explotó de felicidad, con parámetros que han quedado sin igualar, a cuenta del ascenso de la UD a Segunda División tras ganar en Elche por 0-4. «Han pasado 25 años, pero la gente me sigue parando por la calle», resume Pacuco Rosales, el hacedor de uno de los mayores éxitos de la historia de la entidad desde su responsabilidad como entrenador. «No subimos a Primera, pero por la trascendencia que tuvo para el club, que no podía permitirse otro año en Segunda B, y por la manera de celebrarlo por parte de la afición, con una apoteosis total, parece que sí fue así», insiste el carismático preparador de La Isleta y cuyo nombre ha quedado asociado para la eternidad con una fecha ya en el santoral de la memoria colectiva.
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Hay que poner en contexto lo que sucedió en la temporada 1995-96 para alcanzar a entender la magnitud de lo logrado. La UD venía de encadenar tres años de fracasos en la categoría de bronce del fútbol español, todo un oprobio para el Insular, y su viabilidad comenzaba a resquebrajarse por la ruina económica y desgaste institucional que significaba competir en ese escenario sin soluciones a la vista. Adrián Déniz, entonces presidente, apostó por Pacuco Rosales, revalorizado luego de su excelente desempeño en el banquillo del Mensajero, y, desde el primer instante, elevó a sagrada con él una promesa que sería fundamental para el desenlace esperado: «Nos subimos juntos en este avión y aterrizaremos, también, juntos». Déniz no faltó a su palabra, pese a que hasta en tres ocasiones quisieron moverle la silla a Pacuco dirigentes que llegaron a negociar con García Remón en mitad del calendario. Acabaría recogiendo el premio a su ejercicio de lealtad.
«El ascenso no es una ilusión, es un reto», proclamó Pacuco en la presentación del equipo y ante casi 5.000 espectadores. Él sabía que afrontaba una misión en la que no valía con intentarlo. Había que conseguirlo. No buscó excusas, asumió las urgencias y se metió a la faena en cuerpo y alma.
«Acertamos con los fichajes y la unión de la caseta resultó capital. Éramos una familia, con una mezcla de veteranos y jóvenes en la que el compromiso era innegociable. La regularidad fue nuestro gran aliado. Llegamos a abril con solo tres derrotas, acabamos siendo los campeones de grupo y obtuvimos el pase a la promoción de ascenso sobrados, con muchas semanas de antelación. Tanto es así, que nos dio tiempo a espiar a posibles rivales. Junto a Pepe de la Rosa hice un viaje a Jerez y Málaga y, curiosamente, vimos al Elche. Planificamos todo al detalle y nos anticipamos a muchísimas circunstancias», insiste Pacuco.
En la UD que tutorizó «se jugaba de memoria» al tener un once «consolidado» y en el que los cambios «eran mínimos y por lesión o sanción». Manolo López bajo palos, línea de cuatro con Paquito, Axier, Eléder y Espejo, Ángel Rodríguez y Jaume por delante en el doble pivote y un frente ofensivo con Socorro, Orlando, Eduardo Ramos y Eloy al que, a mitad de curso, se uniría Chili. Juan Carlos Valerón debutó al inicio de esa campaña y tuvo un papel destacado, aunque sin llegar al rol estelar de otros compañeros. Eso da cuenta del nivel colectivo de aquel equipo.
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Pero si importante fue la respuesta de los futbolistas, tampoco conviene minimizar el papel ejercido por los seguidores, con los que se vivió un idilio continuado y que hizo del Insular un fortín: «Recuperamos la ilusión de la gente y sentimos un apoyo impresionante. Ver en nuestro estadio las gradas casi llenas nos daba una motivación tremenda, era una fuerza total que nos empujaba y daba aliento».
Y esa combinación, implacables en el césped y protegidos fuera, elevó a la UD, que, llegado el momento clave, la famosa promoción, alcanzó la excelencia: ganó los cinco primeros partidos con un balance de 14 goles a favor y ninguno en contra hasta tocar cumbre en Elche.
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«Decidí realizar una concentración en el sur antes de afrontar esos encuentros decisivos -detalla Pacuco-. Quería romper la mala tradición de antes, no repetir rutinas. En esos diez días se realizó un trabajo físico espectacular y la convivencia nos ayudó a mentalizarnos al máximo de que nos jugábamos a cara o cruz el sacrificio de tantos meses y no podíamos fallarle a Gran Canaria. Salimos a morir y los números están ahí. Nos sobró hasta una jornada para algo que había sido imposible durante tanto tiempo».
De la noche mágica en Elche, la que coronaba su obra maestra, los recuerdos permanecen vivos y limpios. Fue una explosión de felicidad que arrancó en el Martínez Valero («hicimos el calentamiento a propósito en el sector del campo que utilizaban siempre ellos y eso les desquició por completo»), y, gol a gol, los firmados por Orlando, Eloy (2) y Chili, se trasladó a miles de kilómetros, con una isla entera esperando, de madrugada, el aterrizaje de sus héroes. «El vuelo de vuelta a casa fue una fiesta, brindando y cantando en el avión. Y al llegar, lo que vimos nos superó a todos. Me emociona recordarlo. Todo colapsado. Las Canteras a rebosar, un griterío ensordecedor. A mí tuvieron que escoltarme varios policías y hay una foto de ese momento en la que parece que me acaban de liberar de un secuestro».
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«Dicen que nunca se había vivido eso ni ha vuelto a verse. Especial fue porque, repito, es raro el día en el que alguien no me dice algo de ese ascenso. Pasan los años pero sigue muy vivo en la mente de los seguidores. Sin duda es un día que marcó mi vida al igual que la de muchísimas personas. La afición de la UD tenía una necesidad inmensa de llevarse esa alegría que pudimos darle y retroceder a esos momentos únicos lo justifica todo. Sobran las palabras», añade el veterano preparador que, a sus 72 años, conserva una memoria enciclopédica, además de presumir de «guardar una gran relación» con todos los futbolistas que se instalaron en la posteridad.
El regalo añadido fue completar el calendario con un último encuentro de trámite, ya certificado el ascenso una semana antes, frente al mismo Elche y que llenó hasta la bandera el Insular como homenaje extra a sus ídolos vestidos de amarillo en lo que considera «otro momento especial», ya que permitió dedicar la gesta deportiva a todos los que creyeron en esa plantilla.
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El destino no fue agradecido con un Pacuco que hizo una UD de autor, muy asociada a su manual y bajo el que tocó la gloria. «Desde entonces no he vuelto al club. Me destituyeron al inicio de la temporada siguiente y, a diferencia de otros muchos que coincidieron conmigo en ese proyecto que sí han vuelto a tener distintas responsabilidades en la entidad, ya no he regresado por lo que sea. El motivo no lo sé y admito que muchas veces esa pregunta ha estado presente en mi vida».
Eso sí, en 2016, cuando se cumplió el vigésimo aniversario de este ascenso, Pacuco recibió la insignia de oro y brillantes de la UD, de manos de Miguel Ángel Ramírez, en reconocimiento a su contribución y en un acto que valora «con honra y orgullo». Pero todo comenzó en Elche, tal día como hoy, 25 años atrás.
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