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En los primeros meses de 1983 sonaban en la radio ¿Y cómo es él?, de José Luis Perales y Embrujada de Tino Casal. Toda una premonición para lo que se nos venía encima a final de temporada. La afición amarilla llevaba 19 años seguidos disfrutando con los mejores del país un partido cada fin de semana.
Para la última jornada, el 1 de mayo, se presentó en el Estadio Insular el Athletic Club de Bilbao – en aquellos tiempos el Bilbao- con aspiraciones a ganar el campeonato de Primera División. Le peleaba el título al Real Madrid que jugaba en Valencia. Un cruce endiablado, los cuatro se jugaban algo, la Unión Deportiva se disputaba el descenso con el equipo de Mestalla.
El asunto no empezó mal, un gol de De Andrés en propia puerta nos dio esperanza, pero antes del descanso los rojiblancos ya le habían dado la vuelta al marcador. Las noticias de Valencia no acompañaban. Tendillo hizo el 1-0 para los locales, así llegaron al descanso.
En el segundo tiempo nada cambió, al final victoria valencianista. Eso obligaba a Las Palmas a ganar pero en Ciudad Jardín las cosas fueron a peor, los chicos de Clemente se fueron a por la puerta amarilla, nos dejaron al descubierto todas las costuras. Al terminar el partido en el Insular, sobre el césped, había con un campeón y un descendido. Alegría y amargura al mismo tiempo.
El grueso de la afición amarilla aguantó a pie quieto el jolgorio vasco por el título, aplaudiendo a los campeones y lagrimando por su escudo al mismo tiempo. No parecía real la pérdida de categoría, era como una pesadilla, ni siquiera la hora del partido era habitual, 16:30.
Se cerraba una etapa del club y también de la ciudad, de la isla. Por el camino quedaron subcampeonatos, victorias de relumbrón, juego vistoso, y pérdidas de seres queridos a los que jamás olvidaremos: Tonono y Guedes.
Se juntaba todo en pocos minutos. Era un duelo.
En eso los txikarrones del norte, que estaban a lo suyo, como es natural, se disponen a dar la vuelta de los campeones. Por primera y única vez el Estadio Insular era el escenario de la proclamación de un campeón de liga de Primera División.
Desde la zona del banquillo visitante enfilaron hacia el córner de la Grada Curva, saltando y saludando al público que aplaudía en reconocimiento. Dieron la vuelta el rectángulo completo. Pero ¿de dónde viene esta tradición de la vuelta de los campeones?
Se presentó la selección uruguaya en los Juegos Olímpicos de París en 1924, que se disputó en el Estadio de Colombes. Los celestes hicieron un campeonato sobresaliente, eliminando a Estados Unidos, Francia, Holanda y finalmente venciendo en la final a Suiza por 3-0.
El público francés, al principio de los juegos, se tomó la participación del equipo sudamericano como algo exótico, pero poco a poco por su estilo de juego se fue ganando sus simpatías.
Así que al terminar la final, y como manera de dar las gracias a la afición por su apoyo, los jugadores dieron la vuelta al estadio saludando al público y recibiendo el calor en forma de aplausos y vítores.
La vuelta olímpica, o vuelta de los campeones, siempre se realiza en sentido contrario a las manecillas del reloj, como las carreras de atletismo en pista -de izquierda a derecha-.
La excepción a la norma la pone un club de Montevideo, Defensor Sporting Club que cuando gana la realiza en el sentido de las agujas del reloj.
Hay dos teorías sobre el cambio de sentido, una de ellas dice que todo comenzó cuando en 1976, Defensor Sporting ganó el campeonato nacional uruguayo y lo celebró dando la vuelta al revés como reivindicación de los equipos chicos frente a los dos grandes del país. Por primera vez, desde que había empezado en 1932 la liga profesional, no lo ganaba Peñarol o Nacional. ¡En 43 ediciones de Liga solo había habido dos campeones!
Desde luego la excepcional victoria merecía una celebración singular.
La otra dice que fue una manera sibilina utilizada por los jugadores de Defensor Sporting, para manifestarse contra la dictadura del presidente Juan María Bordaberri quien gobernaba el país tras un golpe militar en 1973.
Esa selección uruguaya de 1924 puso en marcha lo de la vuelta olímpica y sin quererlo también lo del gol olímpico.
Al volver de las Olimpiadas de París, se organizó un duelo a doble partido con los vecinos argentinos. Los argentinos querían demostrarles que ellos eran mejores, que lo del oro olímpico no era nada.
El partido de ida en Montevideo finalizó con empate a uno. La vuelta definiría cual era el equipo más potente, se tenía como una reválida. El triunfo cayó del lado argentino por 2-1, uno de los goles lo marcó Cesáreo Onzari al introducir desde el córner el balón en la portería uruguaya sin que ningún otro jugador lo tocara.
Pero hubo polémica pues el saque de esquina hasta ese momento era saque indirecto. Unos meses antes la Federación Internacional de Fútbol -FIFA- había modificado la norma, el saque de esquina dejaba de ser indirecto, pero no lo había comunicado de manera oficial a las Federaciones, por tanto la nueva regla no estaba en vigor y el gol debió ser anulado.
A pesar de las protestas uruguayas el gol subió al marcador y quedó para siempre como el primer gol olímpico de la historia, a pesar de no ser legal.
Los comentaristas radiofónicos lo narraron así: «¡GOOOL a los Olímpicos!». Y la prensa del día siguiente se manejó en los mismos términos así que los aficionados adoptaron la denominación rápidamente.
El primer gol olímpico en un Mundial lo marcó el cubano Magriñá en un Cuba- Rumanía durante el Mundial de Francia de 1938, el 5 de junio.
Nadie escapa a estos goles, ni siquiera los mejores porteros de la historia, a Lev Yashin -la araña negra- un colombiano de nombre Coll le hizo uno en el mundial de Chile en 1962, 3 de junio.
Una rareza que implica un gran golpeo por parte del lanzador y un poco de despiste por parte del portero.
La afición amarilla también ha podido, a lo largo de la historia, disfrutar de alguno de esos lanzamientos.
El historiador de fútbol Javier Domínguez recuerda haber visto uno de Bosmediano y otro de Vegazo al que el portero del San Fernando le desvió a córner el lanzamiento de penalti. Vegazo sacó el córner y lo metió directamente.
Uno de los que tenía una habilidad tremenda para estos tiros era Gabino, que debutó en el Betis en 1983, un artista que consiguió, al menos, diez goles olímpicos durante su trayectoria profesional.
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