De Roosevelt a Trump a través de la mirada de Rubén Darío
El poeta nicaragüense publicó en 1904 la 'Oda a Roosevelt' en la que hace una defensa de la América indígena e hispana frente a los Estados Unidos, país al que califica de futuro invasor.
The Washington Times' en diciembre de 2023 concedía este titular: «Donald Trump y Teddy Roosevelt: Nuestra nación ya ha visto esto antes y ha sobrevivido». ... El 31 de diciembre de 2024 Ian Vásquez escribía en 'El Comercio' de Perú que «como Roosevelt, Trump desprecia la inmigración, el libre mercado y los límites y contrapesos al poder estatal». Más recientemente, en enero de este año, Eugene Doyle titulaba un artículo de opinión en 'The New Daily' recordando la política del garrote de Teddy Roosevelt: «Cómo las ambiciones internacionales de Donald Trump revitalizan la 'diplomacia del garrote' de Roosevelt». Este presidente fue calificado en su época como un individuo susceptible, caprichoso, egocéntrico y rencoroso. Todo esto, las poses y los gestos amenazantes del oligarca americano me trajeron hasta Rubén Darío, el poeta nicaragüense considerado por muchos el padre del modernismo literario, quien en 1904 escribía la 'Oda a Roosevelt' en la que hace una defensa de la América indígena e hispana frente a los Estados Unidos, país al que califica de futuro invasor. Al presidente estadounidense lo señala como un cazador brutal, soberbio, violento y a la vez culto y moderno, como su propio país: «Los Estados Unidos son potentes y grandes. /Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor/que pasa por las vértebras enormes de los Andes». El poema fue escrito como reacción a la intervención de los EE UU en la guerra de Panamá que hasta noviembre de 1903 formaba parte de la Gran Colombia. Darío es consciente de la voluntad expansionista del gobierno norteamericano presidido por Theodore Roosevelt quien el 3 de noviembre de 1903 declaró literalmente: «I took Panama» (yo tomé Panamá). Se certificaba así, por si había alguna duda, la política exterior intervencionista de los EE UU, claramente hostil e imperialista desde la guerra de Cuba en 1898. Se acogía el 26.º presidente a la Doctrina Monroe de 1823, que establecía básicamente que América es para los americanos, y rechazaba la colonización europea o la intervención de países ajenos al continente americano. La interpretación subjetiva de dicha doctrina considera una amenaza para la seguridad de Estados Unidos a todo país que intervenga o mantenga relaciones con América Latina.
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En estos tiempos en los que surgen por doquier patriotas de pacotilla, ignorantes, tramposos y defensores de las políticas de Washington, aunque perjudiquen a España y Europa, hay que recordar algo olvidado o ignorado por muchos: la Guerra Hispano-estadounidense, que comenzó en 1898 con la intervención de Estados Unidos en la guerra de independencia cubana contra la que España luchaba. Cuba era la llave del golfo de México y los mandatarios estadounidenses no dudaron en intervenir militarmente. Desde 1890 hasta 1898 Estados Unidos se consolidó como una potencia naval y militar de primer orden. Y ahí comenzó todo, hasta hoy. El Tratado de París, firmado en 1898, puso fin a la guerra y rubricó la derrota de España que se vio obligada a ceder los territorios de Cuba, Filipinas, Guam y Puerto Rico. Caía un viejo imperio y nacía otro con más fuerza y más poder destructivo. Al poeta estos hechos lo inquietaron, lo violentaron y lo dejó por escrito en sus artículos periodísticos sobre el nuevo imperio que surcaba los océanos con la prepotencia del que se considera invencible: «No, no puedo, no quiero estar de parte de esos búfalos de dientes de plata. Son enemigos míos, son los aborrecedores de la sangre latina».
Por cierto, en ese contexto de tensión internacional y de confrontación hispano estadounidense España temía por Canarias. Para el investigador Amós Farrujia Coello el Archipiélago, situado en una posición estratégica «que no pasaba desapercibida a ninguna potencia colonial», se vio amenazado por una invasión de los norteamericanos. Tal era el temor que en 1898 se inició la construcción de la Batería de San Juan en Las Palmas de Gran Canaria. Pero esta es otra historia.
La 'Oda a Roosevelt' aparecería en 'Cantos de vida y esperanza' (1905) con un prólogo del poeta que, sin rodeos, deja claro su compromiso: «Si en estos cantos hay política, es porque aparece universal. Y si encontráis versos a un presidente, es porque son un clamor continental. Mañana podremos ser yanquis (y es lo más probable); de todas maneras, mi protesta queda escrita sobre las alas de los inmaculados cisnes, tan ilustres como Júpiter». Frente a la agresividad conquistadora («el águila yanqui mira hacia el Sur, como orientándose para un vuelo de rapacidad») Darío aboga por la unidad de los países latinoamericanos. El tema, por desgracia, es actual y mantiene en tensión al mundo. Desde México a la Patagonia resuenan los versos del poeta: «Eres los Estados Unidos, / eres el futuro invasor/de la América ingenua que tiene sangre indígena, /que aún reza a Jesucristo y aún habla en español». Todos los imperios entran en crisis y acaban por derrumbarse. Pero antes de que suceda, la agonía es lenta y los síntomas de crisis económica, inflación, deudas, conflictos internos y externos hacen tambalear la soberbia del «Cazador». Ahora que redoblan tambores de guerra, que animan a una absurda y mortal carrera por el armamentismo, también los versos del poeta son esclarecedores. Según el profesor Niall Binns el extenso poema '¡Pax…!' constituye su testamento poético: «¡Oh pueblos nuestros! ¡Oh pueblos nuestros! ¡Juntaos/ en la esperanza y en el trabajo y la paz! /No busquéis las tinieblas, no persigáis el caos, /y no reguéis con sangre nuestra tierra feraz. / Ya lucharon bastante los antiguos abuelos/por Patria y Libertad, y un glorioso clarín/clama a través del tiempo, debajo de los cielos, /Washington y Bolívar, Hidalgo y San Martín». Darío se dirige esperanzado a las repúblicas americanas, aterrorizado por la Gran Guerra que desangra Europa, para que eviten la barbarie. Rompe así con la falsa creencia de que los escritores modernistas estaban alejados de la realidad social y política. Ciertamente no podemos decir lo mismo de muchos escritores y artistas actuales que sí viven en su burbuja cultural. Nos quedamos con las palabras esperanzadoras e ingenuas del poeta. La ingenuidad y la esperanza sostienen la utopía y evitan a la bestia que llevamos dentro: «Juntaos/ en la esperanza y en el trabajo y la paz, / no persigáis el caos /y no reguéis con sangre nuestra tierra feraz». Hay que ser utópico, como ha escrito Emilio Lledó, cuando los medios de comunicación y las redes sociales nos muestran en directo la monstruosidad y la barbarie que nos invade. Estamos con el filósofo en que no podemos renunciar a la esperanza porque la filia y la justicia acabarán por imponerse.
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