Dolores Lourido (Loli), una gallega canaria de 54 años, es una de las vecinas del palmeral. JUAN CARLOS ALONSO

Infraviviendas en el palmeral del Oasis: «Aquí no se vive, pero se sobrevive»

Dolores Lourido pone rostro a los sintecho del palmeral del Oasis. Estos días cumple un año en la calle, bajo un tarajal. «No me ayudan», lamenta

Gaumet Florido

Maspalomas

Sábado, 16 de abril 2022

No es una casa, porque nunca lo es. No así, en la calle, con paredes de cañas y hojas de palma secas y con ramas de tarajal como techo, pero al menos a Dolores Lourido (Loli), una gallega-canaria de 54 años, le sirve de refugio. «Cuando me dicen dónde vives, yo les digo que en el camping y ya sé que no hay ningún camping, pero yo monté uno debajo de un tarajal. No me avergüenzo. No es un sitio para vivir, pero para sobrevivir sí, para no trastornarme».

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Duerme en una caseta de campaña, se asea en un baño químico y hasta se habilitó un pequeño comedor. Aquí lleva algo más de un año, en una parte del palmeral del Oasis, en San Bartolomé de Tirajana. La desahuciaron, asegura que de manera irregular, de una casa en la que vivía de alquiler en El Tablero, y decidió venirse al lugar a donde, paradojas de la vida, tantas veces vino a repartir pan gratis entre los acampados.

«Antes de mi desahucio yo venía a darles de comer a la gente que vivía aquí. Trabajaba en una panadería y todo lo que sobraba a las diez de la noche, el pan, los cruasanes, los sándwiches, lo metía en una bolsita que me daban los jefes y todos los días por la mañana cogía la guagua y se la traía a la gente».

Una de las infraviviendas habilitadas entre el parque Tony Gallardo y el Hotel Residencia. Juan Carlos Alonso

Y es que Loli no es la única que mora en este palmeral. Ella y el Ayuntamiento coinciden en cifrar entre 12 y 15 las personas que viven en esta zona verde, a caballo entre el parque Tony Gallardo y el Hotel Residencia, uno de los más lujosos de la isla. No hay una casuística común, aunque en su mayoría son extranjeros, como Otto Bomberg, entre los más veteranos, el alemán que se gana unas monedas para comer haciendo de estatua en el paseo de Meloneras.

Invisibilidad física y administrativa

Lo que sí comparten todos es la invisibilidad, la física, porque viven como camuflados, pese a que al día pasan junto a ellos cientos de turistas que pasean o corren junto a la Charca de Maspalomas. Y también la invisibilidad administrativa. Siguen sin estar en la agenda de las instituciones. El Gobierno canario se comprometió hace un año a buscar una salida con el Ayuntamiento, pero desde entonces nada se ha hecho. Se habló incluso del encargo de una valoración de cada caso. Nada ha trascendido.

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Mercedes Díaz, edil de Servicios Sociales, insiste en lamentar que el Ayuntamiento no tiene competencias en materia de vivienda, de ahí que no cuente con recursos para facilitarles una alternativa habitacional. Además, advierte de que se trata de un colectivo muy heterogéneo. «No todos son usuarios de ayudas sociales», señala.

Sillas, bicicletas, hamacas y otros enseres adornan el entorno de las chozas habitadas. Juan Carlos Alonso

A Díaz le consta que una parte son extranjeros que vienen a trabajar unos meses a la zona turística y a los que no les interesa pagar un alquiler. Otros arrastran problemas de adicciones o de salud mental, y la normativa no facilita sacarlos de esa espiral si ellos tampoco quieren.

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Cuenta que a aquellos que en efecto no tienen ingresos, se les facilitan ayudas para alimentos, y que, incluso, si son extranjeros y quieren regresar a sus países, se les costea el billete de ida.

Una marroquí y un italiano

«Hace poco intervenimos con una joven marroquí que estaba embarazada y sola, residiendo ahí en una caseta de campaña. Le ayudamos, le hicimos controles médicos para comprobar su estado de salud y el de la criatura que esperaba y le ofrecimos salir». Aceptó y regresó junto a su familia. Pero no siempre es viable esta salida. «A un italiano le pagamos el billete y a los tres meses regresó otra vez». La normativa dice que ahora no podrá recurrir a ayudas sociales durante un buen periodo de tiempo.

Loli, en cambio, sostiene que la mayoría de los que están aquí no lo están por decisión propia. Ella tampoco. Y echa de menos ayuda. Es más, está convencida de que contar su caso en los medios le ha perjudicado. «Sacudí el árbol y me ha salido caro». Se queja de que ni siquiera aparecen por allí ni la edil Díaz ni el primer teniente de alcalde, Samuel Henríquez, ni la alcaldesa Conchi Narváez.

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«Prometen, pero aquí no aparece nadie». Recuerda que a los tres les ha pedido cita y que sigue sin respuesta. «En un año y varias semanas no han tenido la decencia de asomar la cara, no me los encuentro ni en la calle». Solo percibe una ayuda del paro. «El mes pasado fueron 349 euros, pero este fueron 235». Entre eso y unas horas pocas horas extra que ha podido hacer ha ido escapando. Ahora no, ahora está parada del todo.

El Ayuntamiento estima que en el palmeral del Oasis viven entre 12 y 15 personas. Juan Carlos Alonso

«Con 54 años no te contrata ni Dios. Y para colmo, te obligan a trabajar en B si quieres comer, pero ahora mismo ni eso». Fue durante años camarera de buffet, pero asegura que le da a lo que sea. Ha atendido en discotecas, en panaderías, ha limpiado locales.... «Llegué a ganar en el 94 unas 200.000 pesetas al mes». Sin embargo, la covid la dejó varada en el camino, como a tantos. Sin casa y sin trabajo.

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Sus críticas se centran al Ayuntamiento. Asegura que en este año no le han dado ni una ayuda de emergencia social y que los alimentos que recibe cada mes se los facilita, casi por caridad, la encargada de una ong con la que ella misma colaboró durante años. También se queja del trato que recibe, «con altanería y arrogancia, como si molestara».

Ayuda de Servicios Sociales

Aquí las versiones difieren. A Loli le reprochan que acuda a Servicios Sociales «con malas maneras». No en vano, señala Díaz, en una de sus últimas visitas se le invitó a salir de las instalaciones. Respecto a la ayuda, aclara que su problema es que, según la normativa municipal, no puede beneficiarse de una ayuda de emergencia porque no tiene un gasto deducible a los ingresos que percibe y la ordenanza fija el tope en 300 euros por cabeza.

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La vida de Loli no ha sido fácil. Ni durante su infancia y adolescencia en Galicia ni durante su estancia en Gran Canaria, a donde llegó en los 90. «Fui víctima de violencia de género y llevo como usuaria de Servicios Sociales desde 1992». Desde 1999 está en una lista de espera para una vivienda pública y sigue esperando, y ello pese a que entonces tenía a su cargo a dos hijos menores, uno de 7 y uno de 10 y estaba embarazada de un mes de la que hoy tiene 22 años.

«Estoy aquí por una necesidad»

«Pasa gente por aquí y dice: ellos están aquí y están de puta madre, tienen la playa al lado», se queja Loli. «Pero yo no he ido a la playa. Yo no estoy aquí por estar cerca del Faro e ir a la playa todos los días. Estoy más blanca que un bufo. Estoy aquí por una necesidad, ¿dónde me meto?», lanza la pregunta, consciente de que ahora no tiene respuestas.

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«No me da la gana estar ahí fuera debajo de cartones». ¿Qué necesita entonces? «Solo necesito una ayuda. En Santa Lucía, a gente de mi situación le buscan una casa de protección oficial, pagan 90 euros al mes, y están en una casa. No quiero que me regalen nada, solo un alquiler que me pueda permitir».

Dice que no se rinde, que eso no va con ella. «No tengo nada que perder y voy a seguir luchando, que no me quiten la poca dignidad que tengo porque no lo van a conseguir». Y seguirá recordando que ella y los que viven como ella existen, por mucho que no se les vea. Por eso hace días rellenó una instancia y la registró en el Ayuntamiento. «Soy Loli y un año después, sigo viviendo en la calle».

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