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En un balcón del Guiniguada vive la Cruz de Piedra. Sola y sobre un montículo de tierra que conduce a ninguna parte. En un cruce de caminos entre San Francisco y el Lomo Apolinario; antigua frontera de una ciudad que casi desconoce su existencia, su valor histórico y que a ella es a quien el famoso polígono de Las Palmas de Gran Canaria le debe su nombre.
La Cruz de Piedra vive sola y rodeada de basura. Junto a un estanque derruido hace años y en el que los lagartos conviven con todo tipo de desechos. Solo la acción de los vecinos, que han plantado una bandera de Canarias para ilustrar su defensa del territorio en el que habitan, protege el legado de este bien singular cuyo origen se remonta en el cronograma de la ciudad hasta el siglo XVII.
Este monumento, que ocupa una superficie de cinco metros cuadrados, se plantó en la zona en 1737 y tuvo una importancia trascendental en la historia de una ciudad que hoy vive ajena a su existencia, como le sucede a gran parte del patrimonio que resiste en el abandono o todo aquel que ya fue demolido fruto de una expansión urbanística incontrolable a lo largo de décadas.
Ladera abajo crece la basura. Distintos tipos de desechos se concentran en un espacio único, con una vista privilegiada de la ciudad y con las faldas del barranco a sus pies. Una vieja lavadora descansa en su lecho, como muestra de esa doble violencia de la suciedad: la institucional que no la recoge; la cívica, con una ciudadanía maleducada que mancha las calles.
La Cruz de Piedra tuvo un papel fundamental en la historia de la isla. Desde su construcción sirvió para señalar el lugar de descanso de los peregrinos que acompañaban a la Virgen del Pino desde Teror hasta la Catedral de Santa Ana. Este monumento de basalto recibía cada bajada de la virgen en una ciudad que en aquellos momentos no tenía acceso por Mata, por lo que se consideró muchos años fuera de la portada.
Además, allí se levantaba una frontera. Las Palmas todavía no era de Gran Canaria y la mitad de su extensión pertenecía al desparecido municipio de San Lorenzo, anexionado a la ciudad por el franquismo a punta de pistola en el año 1939. Justo la cruz marcaba el límite entre un municipio y el otro. Historia de una ciudad antigua que mucha ciudadanía de la capital desconoce.
En su 'Origen y noticias de lugares de Gran Canaria', Manuel Pérez Hidalgo habla sobre los antecedentes que propiciaron la construcción de la cruz. «La proliferación de bajadas durante los siglos XV al XVII, por diversas calamidades (sequía, langosta, enfermedad...) llevó a situar una Cruz de cantería en 1737, dándole realce a este enclave. Conviene recordar que desde 1816 hasta 1936, transcurre más de un siglo sin Bajadas de la Virgen a nuestra ciudad, siendo 1936, el punto de inflexión en los hábitos e incluso en el itinerario, que abandona el camino tradicional hacia la plazuela de San Nicolás.
Las bajadas que se han producido en los años posteriores ya se han adaptado a los caminos que llegaron con la urbanización del territorio y a la masiva participación en cada una de ellas.
La Cruz de Piedra no solo se ha quedado sola por la ausencia de devotos de la virgen. Nada atestigua el valor simbólico que tuvo para Las Palmas de Gran canaria. El monolito apenas tiene unas inscripciones, completamente ilegibles y afectadas por el deterioro natural del paso del tiempo y la falta de conservación. Una de las quejas de los vecinos de este barrio es la de que nada, ni una placa, indica que en aquel punto cardinal de la ciudad sucedieron cosas de magnitud histórica.
El del espacio en el que se encuentra la Cruz es suelo rústico. Esa explanada terrosa que acompaña una larga acera en la que se suelen encontrar excrementos de perros y que en uno de los caminos lleva directamente a la fortaleza de San Francisco y el Hospital Juan Carlos I. Al fondo, el caos de la calle de Sierra Nevada que ya lleva seis años cerradas. Y en el otro extremo el mirador de la Punta del Diamante, donde duerme sin protección y convertido en lugar de botellón un trazo de la muralla original de la ciudad. Una ciudad que no respeta su pasado.
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