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Luis Sánchez, Ana María y Cristóbal se encontraban de regreso de su paseo de cada tarde cuando vieron a un vecino con cara de susto junto al estanque de Cruz de Piedra. Este les contó que el pánico le acababa de atravesar al oír un estruendo cerca de su casa que, posteriormente, comprobó había sido provocado por el derrumbe de parte del muro del viejo estanque del barrio. Un peligro del que los vecinos llevaban mucho tiempo alertando y que acabó pasando de pesadilla a realidad.
Un pequeño acontecimiento que no terminó en tragedia de casualidad. Gran parte del muro de contención que da la cara hacia el barrio lleva años degradándose y yace ahora en el fondo del ingenio hidráulico. Cristóbal Marrero pasa por allí cada tarde y cuenta lo que suele pasar. «Al estar la escalera intacta hay mucha gente que no se da cuenta del peligro y baja al fondo. Niños que se ponen a jugar a la pelota, otros que se esconden ahí a fumar sus cosas...», efectivamente, pudo pasar una catástrofe.
Esta pieza con más de 200 años de antigüedad es un estercolero improvisado sobre la corona del Guiniguada, justo anclado en la intersección entre Cruz de Piedra y San Francisco. Al lado de la histórica cruz. Sobre el muro original hace años que se añadieron una fila de bloques que con el paso del tiempo se han ido deteriorando y dejando el vaso vacío a la vista de todos. Con una altura considerable convertida en un peligro público.
Hoy, tras la última caída del pasado martes, todo un frontal, en el que precisamente se encuentra la puerta y la escalera que baja al fondo, está descubierto cayendo ladrillo a ladrillo durante años hasta el desprendimiento salvaje de esta semana.
Luis Sánchez oficia de líder vecinal y denuncia desde hace tiempo el estado del estanque. Luce como una medalla el día que José Manuel Soria quiso expulsarlo de un pleno municipal por denunciar a viva voz los problemas de un barrio en el que vive desde junio de 1968.
Ahora se encuentra indignado porque la inseguridad que llevan tiempo subrayando haya tomado cuerpo. A menos de un centenar de metros de donde se encuentra el ruinoso estanque confluyen dos centros educativos, el CEIP Alcalde Ramírez Bethencourt y el IES Navarra. «Es un milagro que no pasara nadie por aquí, que no cogiera a un chiquillo», indica.
En presencia de los redactores de este periódico, Sánchez llamó al menos dos ocasiones a la Policía Local para solicitar que acudiera algún servicio de emergencia al menos a acordonar la zona y evitar que nadie se acercara sin conocer el peligro que tiene el muro en estos momentos. En la segunda de ellas la respuesta fue que ellos no tenían porque acudir a ese servicio y que fuera al Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria a solicitarlo.
Ante la falta de respuestas por parte de las autoridades Sánchez pensó en montar un dispositivo de alerta construido por él mismo, como artesanal es el cuidado de la Cruz de Piedra que él mismo practica. Los vecinos le conminaban a no hacerlo para evitar posibles líos.
Durante la mañana de este martes la caída del muro no paraba de concitar miradas expectantes. Ante la zona derruida se amontonaban curiosos que no dejaban de repetir el peligro que supone para el barrio el estado de esta infraestructura.
Esta pieza está hecha en piedra y cal, de planta rectangular de 30 metros de ancho por 110 metros de largo. Una superficie de 3.300 metros cuadrados.
«Llevo muchísimos años solicitando al Ayuntamiento, que expropió este estanque hace muchos años, que se haga cargo de la seguridad de los vecinos. Esto no puede seguir así porque un día va producirse una desgracia de verdad aquí», expresa.
En el barrio de Cruz de Piedra llevan años lamentando el abandono de la zona. La Cruz de Piedra, un emblema que lleva fijada a la tierra desde 1737, quedó fuera del contrato de mantenimiento de patrimonio de la ciudad por un error burocrático que ahora el gobierno de la ciudad trata de solucionar.
Pero al margen de esa circunstancia, todo el escenario está contaminado. La basura campa a sus anchas por el terraplén, de suelo rústico, que se acomoda al lugar. Justo frente al estanque se encontraba un banco de obra en el que los mayores del barrio se reunían por las tardes a jugar a la baraja. De aquella estructura solo queda una pieza plana de hormigón acostada sobre el suelo, entre restos de desechos de perros y alguno humano.
Los peores pronósticos se han cumplido y apenas queda protección para los ciudadanos que transitan la zona. Por la noche no hay una simple farola que le de luz al descampado en que se ha convertido el viejo punto de acceso a la ciudad, cuando esta lindaba con San Lorenzo y este era un municipio. Los vecinos piden sentirse seguros, algo elemental en una capital que presume de ser «tu ciudad para vivir».
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José A. González y Lidia Carvajal
José A. González y Álex Sánchez
Borja Crespo, Leticia Aróstegui y Sara I. Belled
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