Imagen del parque de Santa Catalina. Arcadio suárez
CRÓNICA

Eduardo Vargas, fotógrafo del Parque

Otro de los personajes que se potenció en el ambiente del mentidero de Vargas fue el Gallina, también aficionado al ajedrez pero que desarrolló su éxito profesional en el festivo y alegre concurso de jugadores del estudio fotográfico al aire libre

FRANCISCO JAVIER GÓMEZ

Las Palmas de Gran Canaria

Domingo, 11 de abril 2021, 01:00

Ya en los años 70 y antes, el peninsular, el marinero o turista que llegaban al parque Santa Catalina, entre las muchas cosas sorprendentes que veían. cosmopolitismo, músicos, pintores callejeros, hippies artesanos, una mujer intemporal como la maga Morgana del mito cubierta de maquillaje y vestida como un alegre pavo real vendiendo flores, chicles, alegría y libertad, también se asombraba a la vista de un estudio fotográfico donde podía subirse a lomos de un camello de verdad pero disecado y hacerse una foto para después contar que se había dado un paseo por las dunas de Maspalomas. Y se sorprendía aún más de que justo al lado de los camellos podía con suerte sentarse en una de las mesas donde un tablero de ajedrez desafiaba a cualquier aficionado a la estrategia militar medieval a echar una partida con un desconocido, anónimo que podía ser un profesor de universidad o un armador de barcos de pesca, un chulo de cabareteras con mucho tiempo libre o un finlandés atraído más por la torres o los monarcas de madera que por el astro rey esperándole en la Playa Chica de Las Canteras, hasta un recién cumplido de la trena, un hindú adicto al tablero blanquinegro o un burlanga grande del póquer podían esperarle al otro lado de la mesa incoónitos y anónimos para competir en pericia, en estrategia, en táctica, en ensimismamiento sin conocerse de nada.

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El estudio fotográfico al aire libre del parque heredaba la clase que décadas antes había iniciado el fotógrafo sevillano Yáñez, ataviado con guardapolvos, con su enorme máquina de fuelle sobre tosco trípode de las de va a salir el pajarito. Si gran fotógrafo, también antes charlatán de categoría, discípulo nada menos que de León Salvador, el charlatán de Valladolid al que le escuchaban políticos oradores del Parlamento e intelectuales conferenciantes para aprender y del que escribieron los mejores columnistas de la primera mitad del siglo XX, encareciendo su inventiva pícara, su improvisación continua, su fuerza persuasiva de encantador por igual de paletos y urbanitas, de analfabetos y cultivados. Yáñez tuvo luego estudio en un portal de la calle Luis Morote y fue el antecesor de Vargas en el arte del retrato al aire libre, pero el verdadero innovador que se adaptó al nuevo tiempo que se veía venir en la isla fue el mencionado Eduardo Vargas. Su expositor con fotos de personajes pintorescos del parque, de famosos del espectáculo que venían a la isla, con la mujer vestida de maga o de sevillana pintada en madera con el hueco para asomar la cabeza y perennizar el momento fugaz de la impostura, más los camellos disecados sobre los que cabalgaban los turistas alborozados y por último las mesas de jugar al ajedrez y las tertulias de personajes incomparables que se formaban en el entorno de las mesas... todo el que recuerde aquel tiempo y que lo vivió de cerca sabe que la popularidad de la impar Lolita Pluma, por ejemplo, se acrecentó asociada y promocionada por la actividad fotográfica de Vargas, pues este la retrató en un sinfín de fotos en los dispares y pintorescos atuendos con que aquella ave del paraíso se engalanó con los plumajes más luminosos y diversos; fotografías que, convertidas en postales, adquirieron de las manos de Lolita incondicionales simpatizantes y admiradores de todo el mundo, publicidad reforzada aún más por las cajas de cerillas con su imagen, también feliz idea de Vargas, que ofreció al publico por las terrazas del parque en su canastilla junto a sus flores y sus chicles. Sin Eduardo, Lolita no hubiera alcanzado tamaña popularidad entre los turistas de tantos países. Otro de los personajes que se potenció en el ambiente del mentidero de Vargas fue el Gallina, también aficionado al ajedrez pero que desarrolló su éxito profesional en el festivo y alegre concurso de jugadores del estudio fotográfico al aire libre. El Gallina, ya jubilado de su puesto de carne avícola en el Mercado Central desarrolló su proyecto de sanador naturista por magnetismo de aleaciones metálicas por efecto de autoplacebo. Por lo visto un aventurero alemán de la pandilla de Hitler mucho tiempo atrás le había vendido en secreto el péndulo-imán con que el médico personal aliviaba a Hitler como por ensalmo de sus múltiples padecimientos. El Gallina se inició tímidamente al ofrecer de buena voluntad su socorro paliativo a algún otro jubilado afligido de achaques, congojas o dolores y a la postre algún ajedrecista ocurrente y chocarrero inició la broma--farsa que proporcionó tan buenos ratos a la animada y risueña concurrencia del mentidero, con algún espontáneo que simulaba un desmayo cuerpo a tierra a veces con algún ron de mas para más naturalidad en el performance. enseguida reclamaban al Gallina filantrópico que con su metalizado péndulo-imán de aleación secreta y pase va, pase viene dejaba al paciente como nuevo. Así un día y otro, uno una angina de pecho, otro un ataque epiléptico, un tercero un atroz dolor de muelas, todos fingidos pero milagrosamente aliviados provocaron el auto--placebo de imaginarse el Gallina un sanador fuera de lo común al extremo de instalar su consulta en un piso de la calle la Naval sin faltar las tarjetas para publicitarse como sanador por electromagnetismo y lo que empezó en noble filantropía acabó en más noble todavía generador de beneficios pecuniarios que tan bien vienen a todo hijo de vecino.

A la mesa de ajedrez de Eduardo se sentaron grandes ajedrecistas de prestigio, uno de ellos fue el argentino Gerardo, el ajedrecista más alto en España, pues medía dos metros con zapatos. Fue un jugador que ganó varias veces el primer premio de las islas en diferentes competiciones y que llegó a las Palmas como pintor retratista en los hoteles turísticos aureolado por la leyenda de haber vencido, atestiguado por la prensa de la época, nada menos que al campeón mundial entonces Fischer, en Mar del Plata, su ciudad natal, y contó con variedad de aficionados para en sus partidas en el rincón de Vargas disfrutar con sus originales estrategias de la escuela clásica: aperturas francesas, columna cerrada o semiabierta, enroques tradicionales etc. nada de modernismos, de ajedrez relámpago ni martingalas de ordenador. Dicen que se ganó la M.F. de 'maestro fide' e incluso quizá solo leyenda la G.M. de Gran Maestro.

Muchos grandes de toda Europa jugaron reñidas partidas a veces con un contrincante anónimo, que podía ser nada menos que un presidiario de permiso de fin de semana o un chulo de los grandes con mucho tiempo libre para entrenarse en el tablero, como el de nombrete el Pájaro Loco, hombre con el mismo arcaico oficio que el apellido de un famoso diputado andaluz-catalán, o quizá otros que no sabían que pugnaban la partida con el conocido con los nombretes de el Troni o el Compradito, que igual dibujaba retratos y caricaturas por las mesas del parque que toreaba novillos en el coso portátil de Playa del Inglés.

Aquel mentidero del ajedrez atraía unidos por la común inclinación ajedrecista igual al periodista brillante, al cómico ocioso del Molino, al militar fuera de servicio, al marinero en tierra firme. al patrón de pesca de altura, al turista nórdico, al mago del interior, al godo venido más que seducido por las caricias del sol invernal, por las novedades más avanzadas del mundo en material electrónico made in Japón, Hong-Kong o Singapur de los bazares hindúes y hoy ya desde hace muchos años, a pesar de la decadencia del parque, lo que empezó con una mesa y un tablero de ajedrez para solaz de Eduardo Vargas y algunos aficionados al ajedrez se ha convertido a espaldas de las terrazas en un casino más al aire libre aunque techado, donde en pleno invierno, caso único en todo el hemisferio norte, para sorpresa de turistas, cientos de jugadores cada día ocupan un montón de mesas, dedicadas no solo al ajedrez las más elitistas, sino también al dominó, al tute, al póquer, sin faltar como es de ley los más típicos y peculiares de canarias como el envite, la zanga, el cinquillo o el majo robado y hasta al parchís y la oca, y los más de los jugadores son gente de la tercera edad que al aire libre viven cada día sus horas de asueto, de tertulia, ejercitan su memoria, su concentración, sus habilidades lúdicas contra el paso del tiempo.

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Y cabe señalar que también, como lo esencial en el espacio de Vargas fue la fotografía al minuto, y siendo él un gran aficionado que tuvo también un estudio fotográfico de interior en un local en Tamaraceite para bodas y otros eventos, aparte de profesional de ganarse el pan, parece ser que su inquietud más cultural que comercial le llevó a coleccionar un gran archivo con cientos y cientos de personajes que posaron para él en los buenos tiempos del parque, personajes de fama, muchos populares por su singularidad, algunos habituales de la zona puerto como el Charlot de las Palmas, el mejor disfraz de Carnaval y pantomimo imitador incomparable, el acordeonista catalán Agustín, alias Cocodrilo Dundú por su indumentaria, el Kubala hincha del Barcelona, el Palmero verseador de punto cubano, el Pío Pío y El Bandera, forofos de la Unión Deportiva Las Palmas, el Tarzán, el ya mencionado Gallina, el limpiabotas y a veces mimo espontaneo e imitador de perros Nicasio, el incomparable pantomimo también Celso Bugallo, actor y a la vez en el parque mimo callejero, el vendedor de flores Blancanieves, el famoso grabador Polo de la terraza del Casablanca, el faquir de Madrid, El Jóse que se identificaba con el demonio cuando echaba fuego por la boca, músicos ambulantes, pintores retratistas peripatéticos, limpiabotas, magos, mimos, faquires, estatuas vivientes como el hombre sin cabeza, el Far West, El hombre en el aire, el Mosquetero, el Quijote... todo un mundo que, tras pasar o hacer sus pinitos en el Parque, huyendo de su decadencia acabaría en el paseo de Las Canteras.

No le faltaban tampoco fotos de personajes locales de primera división como el profesor Reina, eL Pollo de Arrecife, cantantes como José Vélez, Mari Sánchez, la número uno mundial del trapecio circense Pinito del Oro y, por supuesto, imágenes de numerosos artistas del mundo del espectáculo, nativos o internacionales de los que venían a actuar al Molino, la réplica del del Paralelo de Barcelona, y que tras solazarse en las terrazas concluían posando subidos en un camello de Vargas, del que cabe señalar que, como hombre serio y reservado, a contados mostró su archivo, aunque algunos que le ojearon consideraban que podía ser de interés cultural público en el campo del revival fotográfico del ayer.

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Ahora que por desgracia ya es un personaje del Parque del pasado por haber fallecido recientemente, víctima, como tantos de aquel entonces, de la ley inexorable del tiempo, es obligado el compromiso de señalarle como uno de los forjadores de la notoriedad del Santa Catalina y de los que contribuyeron a su esplendor y renombre, y cabe para finalizar el relato como muestra de su ejecutoria vital señalar que, aparte de fotógrafo artista y creativo, no fue ajeno a las inquietudes literarias y el que escribe esto tuvo ocasión de leer un sainete de corte costumbrista escrito por él con una temática en la línea de los 'Famosos cuentos de Juan Canario' y en las 'Memorias de Pepe Monagas' del ilustre Pancho Guerra. Y como conclusión vaya la sugerencia de que, igual que ya existe la estatua del limpia anónimo, que en un principio dicen se proyectó como sujeto de la efigie a Pepe el limpiabotas, y para que no esté sola Lolita Pluma, no estaría nada mal una estatua de D. Eduardo Vargas junto a una Lolita, a ser posible policromada, como ella adoraría si pudiera opinar desde el otro barrio.

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