Me gusta Las Palmas de Gran Canaria cuando llueve. Especialmente en los minutos que suceden a la descarga de las nubes. El cielo de la ciudad se tinta con un gris diferente al del verano, la atmósfera respira limpia y el pulso ciudadano se acompasa. Los que callejean se homogeneizan en una estampa coincidente, con el paso apretado y apenas levantando el pie del suelo para no resbalar y caer de bruces.
Publicidad
El mismo temor, la misma precaución. En ese momento suelo imaginar que esta es una ciudad en la que no importan las clases, sin fracturas. En los que el peritaje de cada vida suma el mismo valor.
Hasta que te das de frente con una realidad compleja. Por ejemplo la semana pasada, cuando el Instituto Nacional de Estadística dio a conocer su Atlas de Distribución de Renta de los Hogares, una herramienta en la que mapea las desigualdades sociales que se viven en los distintos distritos de la ciudad.
Es fácil levantar el periscopio y enfocar a la sexta planta de las Oficinas Municipales del antiguo Hotel Metropole. Quizá el gesto tenga hasta cierta carga de demagogia, y hablamos de un problema demasiado enraizado en nuestra sociedad local.
Pero luego esa sensación de desprotección se alimenta con casos como el de la Obra Social de Acogida y Desarrollo. Una entidad sin ánimo de lucro que lleva 31 años trabajando por las personas en exclusión social en esta isla. Entidad en graves problemas económicos porque un atasco burocrático, y la escasa flexibilidad del gobierno local para solucionarlo, propicia que el Ayuntamiento no le haya abonado su parte correspondiente del convenio. Y así con todos los acuerdos de bienestar social.
Sí, quizá también es demagogia, pero para subirse el sueldo no tuvieron tantos obstáculos.
Regístrate de forma gratuita
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión