Ya no importan las aficiones ni sus sentimientos porque el dinero se ha convertido en el motor del balón. Y si a un jugador le ofrecen una oferta multimillonaria para irse a otro club, la acepta sin más, por mucho que diga que su equipo anterior siempre será el de su alma. Esto no es fútbol, se priorizan otras cosas ajenas al deporte.
Publicidad
Nos alarmamos con lo que cobran los jugadores por dar patadas a la pelota. Pero lo realmente disparatado es que todos apoyamos a ese tipo de futbolistas objeto, e incluso nos peleamos por ver quien es mejor, minimizando gestos y actitudes de dudoso valor social. Incluso llegamos al extremo de justificar sus regates al Fisco. «Yo no sabía nada, soy analfabeto», se defienden.
Lástima que se haya desvirtuado el fútbol del siglo pasado, de esos peludos que nos hacían saltar con cada gol, y no cobraban ni la mitad que ahora. Entonces los medios no hablábamos más de sus músculos o de sus coches que de sus goles, como ahora. Los jugadores de ahora no son más que carne de mercado.
Con respecto a los señores Tebas y, hasta diez días el investigado Villar, que controlan el fútbol desde sus despachos creyéndose todopoderosos, su nefasta gestión ha llevado a la mercantilización del fútbol sin límites, empezando por tener que pagar para ver los partidos por televisión, y acabando por adaptar los horarios a los países asiáticos, con el mero objetivo de solo ganar dinero, sin importarles los aficionados de los equipos.
Los balones son de distinto color cada año y las camisetas de los equipos también se renuevan anualmente. El negocio no puede parar. Solo interesan las audiencias televisivas, los pinchazos en los canales de pago, qué equipo llega antes al millón de seguidores en Facebook o Instagram. Interesa cada vez más crear audiencia y seguidores y menos los hinchas propios. Las teles mandan y la jornada de fútbol que antes seguías los domingos por la tarde en un carrusel con pitidos anunciando cada gol ha dado paso a jornadas que comienzan un viernes y terminan un lunes por la noche. El fútbol ha dejado de ser un deporte para acudir al campo y se ha convertido en un espectáculo televisivo con las gradas vacías.
Publicidad
Los valores deportivos han sido sustituidos por criterios mercantiles y los jugadores son productos para comerciar. Los futbolistas son una especie de gladiadores, que se dedican a entretener al pueblo. Y el aficionado, un simple espectador. Solo.
Regístrate de forma gratuita
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión