Vanessa Winship: "Gran Bretaña es una isla que se está hundiendo"

La fotógrafa británica explica algunos aspectos del trabajo que expone estos días en La Regenta. En su obra busca claves visuales para entender lo que ocurre en lugares como los Balcanes, EE UU o Turquía.

Jueves, 16 de julio 2020, 13:03

P. - ¿Cuál es la clave para que la fotografía documental transcienda y se convierta en arte?

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R. - No creo que pueda responder. Son otros los que tienen que juzgar si lo que hago es fotografía documental o arte. Además, pueden ser las dos cosas a la vez.

P. - ¿Afronta su trabajo como un diario de viaje?

R. - No es exactamente un diario de viaje, por lo menos no solo como eso. Para mí, todo mi trabajo tiene un carácter polifacético, con muchas capas, y por supuesto, una de ellas puede ser el de un diario de viaje. Además, entiendo que el diario de viaje tiene que ver con un aspecto introspectivo y es cierto que mi trabajo también lo tiene, pero, por encima de eso, tiene que ver con experimentar el mundo, mirar hacia fuera e intentar comprender lo que ocurre. Sí, hay algo de diario de viaje y de introspección, pero también es una mirada hacia el exterior.

P. - Desarrolla sus series lentamente. ¿Cuánto tiempo invierte en sus viajes?

R. - Habría muchas respuestas a esa pregunta. Depende de cada caso. Hay casos en los que la producción de la serie es muy breve, como en el caso de las niñas de Turquía, en Sweet Nothings. El tiempo de producción fue relativamente breve, pero estuve viviendo en Turquía durante cinco años, así que considero que la producción de esa serie duró cinco años porque tardé ese tiempo en comprender la naturaleza de ese país, las líneas generales y perfiles de ese sitio para que después desembocara en un trabajo así. Además, anteriormente hubo un trabajo previo para obtener permisos. Prefiero invertir mucho tiempo en cada serie, no tanto para la preparación técnica, sino para habituarme y hacerme con el sitio.

P. - ¿Desecha muchas fotos de las que hace?

R. - Depende, cuando hago retratos de carácter más formal, con una cámara de gran formato, solo hago una o dos de cada una de ellas. Es una cuestión práctica, porque es una técnica más compleja y más cara. Además, no quiero abusar de la gente, no quiero exponerla delante de la cámara durante mucho tiempo, sobre todo a las niñas. Cuando hago fotos en 35 milímetros hago una edición radical. Dejo fuera un montón. Los encuentros con los modelos son muy breves. Soy consciente de que las personas que se ponen delante de la cámara son completos desconocidos, pero esos breves encuentros son suficientes para comprender algo de cada una de las personas que tengo delante, comprender lo suficiente para poder transmitir algo. Volviendo al tema de cuántas fotografías desecho, depende también del formato, cuando uso los 35 milímetros ese formato permite tomar más fotografías, y entonces sí que hago una edición muy radical, dejo fuera un montón. La selección es tan importante en mi obra como el momento mismo de tomar la fotografía. La elección es una parte central de mi trabajo.

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P. - Sus imágenes tienen el regusto del siglo pasado, y no solo por el blanco y negro. Creo que usa la fotografía analógica, eso condiciona mucho la forma de asumir una serie, porque no tiene la posibilidad de manipular la imagen. ¿No es más limitado y arriesgado?

R. - Creo que tiene el mismo riesgo. No existe gran diferencia entre la digital o la analógico en lo que se refiere a la manipulación de la foto. Una foto siempre es una candidata perfecta para ser manipulada. Puedes manipular una imagen con la edición digital pero también manipulas la imagen dependiendo de la forma en que selecciones la fotografía. No creo que lo analógico sea muy distinto.

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P. - La fotografía documental de carácter más social parece tener más arraigo en EE UU, quizá por la rápida transformación del país en el siglo XX. ¿Se siente heredera de estos fotógrafos? ¿Cuáles son sus referentes?

R. - Nací como fotógrafa antes de la era digital y mi aprendizaje lo hice a través de los libros. Entre los libros que manejé había, y sigue habiendo, de fotógrafos americanos, pero no menos que de fotógrafos europeos. De alguna manera, hay un equilibrio entre los dos mundos. Me gustan mucho los fotógrafos estadounidenses, pero también me gustan los europeos. Y yo soy europea.

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P. - George Georgiou, su marido, también es fotógrafo, ¿cómo consiguen que sus miradas no lleguen a contaminarse mutuamente, que no terminen mirando los dos las cosas del mismo modo? y ¿qué caracteriza la mirada fotográfica de su marido?

R. - Nos influimos mutuamente mucho, sin duda. Hemos crecido juntos, tanto como personas como fotógrafos. Nos hemos ido conociendo en paralelo tanto en lo personal como desde el punto de vista creativo. Nuestra influencia es innegable e inevitable. Hemos llegado al punto de reconocer algo, y cuando lo vemos, y pensar: este tema, este motivo, es una foto para George y él también detecta las imágenes que me pueden interesar a mí. La fotografía de George es más política que la mía. Mi política es más personal. Valoro mucho lo que hace como fotógrafo. Me gusta muchísimo.

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P. - ¿Qué lugares o situaciones le interesaría retratar?

R. - Empecé como fotógrafa en el lugar en donde nací, en Gran Bretaña, y ahora me interesa explorar en su paisaje, pero de una forma poco convencional, diferente.

P. - La condición humana es difícil de retratar en un mundo plagado de cámaras, selfies y gente posando continuamente. ¿Es difícil encontrar ese punto de intimidad con los retratados?

R. - No. Me alegra el hecho de que todo el mundo pueda autorrepresentarte y fotografiar sus vidas, que no sea algo exclusivamente de los ricos. Es importante y saludable. Cuantas más voces tengamos, mejor. Es bueno que no sea un solo musical.

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P. - En las redes sociales la gente cuelga fotos de lo que hace, de lo que come e incluso de lo que defeca. ¿Cree que es valioso desde el punto de vista documental?

R. - (Risas). Bromas aparte, naturalmente eso es documentar algo, aunque algún límite ha de haber. Pero si alguien consigue defender su fotografía, pues está bien. Por ejemplo, Stephen Shore, un fotógrafo «serio», fue uno de los primeros en fotografiar ese tipo de cosas banales, como platos de comidas, y es un gran fotógrafo. Las banalidades de la vida son muy importantes.

P. - ¿En qué está trabajando?

R. - En el paisaje de Gran Bretaña, pero tardaré mucho en encontrar las trazas de lo que está pasando y a darle forma al proyecto. Todavía estoy en estado de shock.

P. - ¿Por el Brexit?

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R. - Sí, claro.

P. - ¿Se siente más lejos de Europa o más lejos de su país después de los comicios?

R. - Me siento más lejos de Gran Bretaña. Es una isla que se está hundiendo y en la que están ocurriendo cosas bastante vergonzosas.

P. - ¿En algún momento se ha sentido discriminada dentro de su actividad profesional por el hecho de ser mujer?

R. - No lo me he sentido discriminada, pero en realidad sí lo he sido. Fui la primera mujer que recibió el premio Henri Cartier Bresson (en 2011) lo que demuestra que el reconocimiento de la mujer en el mundo del arte va muy lento. Cuando enseño fotografía el 40% de los alumnos son hombres y la mayoría son mujeres.

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R. - (Interviene George Georgiou, su marido) Claro que sí, claro que ha sido discriminada. Hace 20 años se sentía menos representada seguramente por el hecho de ser mujer. El reconocimiento de la mujer artista es lento. En la historia de la fotografía hay muchísimas mujeres eclipsadas. De hecho, ahora mismo Vanessa no está siendo subestimada por ser mujer, sino por su estilo, por una cuestión de moda. Ahora su trabajo gusta más en el Sur de Europa que en Reino Unido donde se lleva la fotografía más conceptual.

PERFIL. Vanessa Winship (Barton-upon-Humber, Reino Unido, 1960) ha venido a la isla para ver la reacción de los canarios ante su trabajo, que hasta el 24 de septiembre se exhibe en el Centro de Arte La Regenta, en la capital grancanaria. La muestra reúne las imágenes captadas durante sus largos periplos por los Balcanes, por los países ribereños del Mar Negro, por Turquía, por Georgia y por Estados Unidos. También expone imágenes de los parajes fantasmagóricos y desolados de Almería, en una serie realizada en 2014 por encargo de la Fundación Mapfre. Las entrevistas no le gustan demasiado, pero a medida que avanzan las preguntas se va relajando. Es parca en palabras. De hecho, también lo es sacando fotos. Busca el instante decisivo y, cuando se le escapa, no duda en retratarlo a través de un texto, como cuando presenció el ensimismamiento de una niña bailando en un andén de la estación chicagüense de Jackson. Su relato escrito sustituyó esta imagen incluida en la serie por la que ganó el premio Henri Cartier Bresson en 2011. Winship sitúa su trabajo entre la ficción y la crónica. A través de sus instantáneas indaga en la identidad, la frontera, el deseo y la historia. En sus paisajes y retratos, casi siempre en blanco y negro, nos propone buscar las huellas y gestos que marcan el devenir de un territorio y sus habitantes.

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