Mentiras para recobrar lo perdido
En 1919, en una pequeña localidad teutona, un joven francés visita la tumba de Frantz, un alemán de su edad caído solo un año antes en la Primera Guerra Mundial.
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Con las heridas aún sin cicatrizar, la aparición del extranjero crispa los ánimos de sus recientes enemigos. Pero, al parecer, el desconocido era amigo del malogrado joven. Su presencia es un lenitivo para el brutal desgarro que sufren los padres y la joven prometida del soldado abatido en el campo de batalla.
Este es el punto de arranque de Frantz, la última película del director François Ozon (En la casa, Sitcom, 8 mujeres), una obra que supone su consolidación como uno de los directores más interesantes del panorama cinematográfico europeo.
La película, inspirada en Remordimiento (The Broken Lullaby, 1932) de Lubitsch, es una tragedia romántica que parte de un discurso antibelicista para internarse en otros aspectos más íntimos de la condición humana.
Preciosista en la forma, con una ambientación primorosamente orquestada y una fotografía soberbia, la película tiene como principal protagonista a la joven prometida del soldado muerto, interpretada magistralmente por Paula Beer, cuyo trabajo fue reconocido con el premio a la mejor actriz novel en el Festival de Venecia.
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Las imágenes en blanco y negro nos trasladan a un tiempo inmerso en un duelo intenso y asfixiante, que solo se ve roto por unas pinceladas de color que aparecen cuando las más bellas de las invenciones irrumpen en la narración; la música, la poesía y la pintura.
Ozon se vale del arte para horadar el corazón del espectador sin echar mano al patetismo y despertar su sensibilidad.
De hecho, la historia se articula sobre sensaciones expresadas con las palabras justas y el relato fluye de una forma natural, movido por el deseo de buscar una luz que atenúe el dolor en unos corazones arrasados por la guerra.
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El problema es que la realidad es tan terrible que no es asumible y es ahí cuando la película aborda un dilema moral: ¿es lícito usar la mentira para hacer felices a los demás? ¿hasta qué punto nuestra vida puede ser una mentira piadosa? ¿puede el infierno del mentiroso ser el cielo del prójimo?
Ozon propone esta reflexión a través de una tragedia romántica en la que el amor obedece, por encima de todo, a la necesidad de encontrarle un sentido a una existencia triste y terrible. ¿Y acaso no es el amor un paliativo para esa herida de muerte con la que todos nacemos?
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Frantz tiene el don de perdurar en la mente del espectador más allá de la sala de cine, igual que los desoladores versos de Verlaine. (...) Y lloro/ y me voy/ con el viento malvado/ que me lleva/ de acá para allá, /igual que a la hoja muerta.
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