La historia absolverá a los jugadores
La UD era equipo de Primera. Quedaba poco más de un minuto. La fiesta estaba ya montada. De repente, una invasión que secuestró el partido, hizo descarrilar el orden natural. Y lo que siguió fue desgracia, luto y reyerta callejera sobre el césped. La de unos vándalos que no deberían ni existir.
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La historia absolverá a los jugadores, que sí estuvieron a la altura del escudo y se dejaron la vida en el campo. Nada que objetarles. Pusieron corazón y orgullo, pelearon hasta el límite, justificando el lleno en el estadio y tantas ilusiones concentradas. Bien por ellos, aunque el final fuera de una crueldad extrema y deje secuelas irreversibles. Muchos no seguirán, a otros tampoco les alcanzará otra oportunidad. Y, como todos convienen, tardará la UD en tener otra como ésta. Es de conocimiento público. Los trenes se demoran en volver. Si es que lo hacen. Mereció el ascenso la UD por fútbol y desgaste. Suyo fue el partido, con ocasiones de sobra para dinamitar al Córdoba, fuera siempre de toda opción y que si llegó al final con opciones fue de pura casualidad. Ocasiones de todos los colores se registraron en su área en virtud del empuje anfitrión, indiscutible siempre aunque la intensidad oscilara en curvas. De repente, comportamiento salvaje, el enemigo en casa, y una interrupción forzada que resultaría fatal. Porque un centro colgado a ninguna parte de Pelayo, con posición de orsay de Arturo, fue empujado por Raúl Bravo a la portería de Barbosa con un remate que no parecía complejo. El portero no la agarró y llegó Dávila para empujarla dentro. La secuencia fatal que nadie quería ver y que terminó sembrando de llantos el graderío. Lo que ocurrió tras el pitido final no es deporte. Merece consideración de suceso, de acto delictivo, está en las antípodas de la pelota, de los sueños de infancia y el espíritu limpio que siempre adornaron este deporte. Por desgracia, formó parte del paisaje, mancillando una derrota que pasará a los anales ligada a la guerra civil que sembró de pánico el Gran Canaria. Una infamia que no debe repetirse jamás.
Con Valerón a los mandos, Momo y Nauzet hiperactivos y muy entonado Aranda, Las Palmas pronto puso cerco al área del Córdoba y justificó la propaganda previa hecha por Josico. «Proponer fútbol y atacar». Así se manejó la UD en su día grande, con soltura en las piernas y decisión en cada palmo del césped. Hasta los balones divididos acababan en dominio propio. Arreciaron las ocasiones. Antes del descanso, Momo había probado ya dos veces los guantes de Juan Carlos, por no hablar de un zapatazo de Nauzet que escupió el poste cuando ya se colaba, superado el portero visitante. También apareció Barbosa en la foto con alguna tapada marca de la casa. Pero no más. Más tráfico y más influencia en la franja del Córdoba, que tuvo que tirar de equilibrio para alcanzar el intermedio.
No decayó la determinación de la UD en el segundo acto. Y logró su premio a la constancia en una acción afortunada, pero con justicia, que es lo que cuenta. Raúl Bravo se hizo un lío de cuidado con el balón en un costado, Aranda robó y profundizó hasta la cal para servir a Apoño, quien llegaba en carrera y la reventó con la derecha. Era el 1-0 y la certeza de que sí, de que el ascenso estaba ahí. Entró en combustión el auditorio, que reventó todos los sismógrafos a golpe de garganta y aplausos. Al acierto del Apoño le sucedió una UD desatada, que pudo solucionar la cuestión en varias acometidas diáfanas, ya con el Córdoba rozando la ruina, asumiendo que se quedaría en el camino. Bravo sacó in extremis un balón de Momo directo a la red, a Aranda le faltaron unos centímetros y Vicente, en una presión convincente, también estuvo a punto de meterla. El rebote salió como también pudo haber entrado. Falló la suerte en ese instante y ahí comenzó a labrarse la desgracia.
Comenzaron a fallar los pulmones y al Córdoba, a medias de enterrar, le inyectó Ferrer nuevos bríos con Arturo y Xisco arriba. No le quedaba otra que irse a por Barbosa a riesgo de que le clavaran el segundo en uno de los contragolpes.
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Pero estuvo muy entera la UD, académica en el control del tiempo, en medir esfuerzos para llegar cohesionada al arreón final. El reloj corrió y corrió hasta volar. El salto al ruedo de un gamberro interrumpió el ritmo. Era el presagio de la fatalidad. Ya en tiempo de descuento, con todo vendido, entraron en escena los que no estaban invitados, invadiendo los aledaños al verde y amenazando con una crecida. Peligraba el orden público, la integridad física de los jugadores. El árbitro mandó parar. Y quiso suspenderlo, aterrorizado por lo que se venía encima. Bajó el presidente, imploró seguir. Así fue. Casi siete minutos de parón. Vitamina al enemigo. Tiempo para un despeje. Y para que el Córdoba colgara un balón. Maldita rosca. Maldito parón. Malditos los que nunca tuvieron que aparecer y provocaron una herida que hoy sangra y rompe el alma.
LAS PALMAS: Barbosa; Ángel López, Aythami, Deivid, Xabi Castillo; Javi Castellano, Apoño; Nauzet Alemán, Valerón (Vicente Gómez, min.65), Aranda(Figueroa, min.72); y Momo (Hernan, min.82).
CÓRDOBA: Juan Carlos; Gunino, Iago Bouzón, Raúl Bravo, Pinillos; López Garai (Pelayo, min.76), Abel Gomez; Lopez Silva, Pedro (Xisco, min.69), Nieto (Arturo, min.46); y Ulises Dávila.
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GOLES:
1 - 0, min.47, Apoño.
1 - 1, min.92, Ulises Dávila.
ÁRBITRO: Sánchez Martínez (C. Murciano). Amonestó a Aythami (min.15) y Nauzet (min.30) por parte de los locales. Y a López Silva (min.21), López Garay (min.56), a Pelayo (min.84) y a Bouzón (min.90) por parte del Córdoba.
INCIDENCIAS: Lleno con 31.240 espectadores.
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