Divertida y golfa
'Si le digo le engaño', Carlos Álvarez retrata la sociedad insular en una novela rápida, gamberra y nada frívola.
Alexis Ravelo
Viernes, 17 de julio 2020, 09:44
Carlos Álvarez sabe lo que es la intriga novelesca. Eso lo habrá comprobado cualquiera que le haya leído. Sabe arrancar una historia, hacer que nos enamoremos de sus personajes en solo unas páginas y que el argumento fluya como un río sin interrupciones bruscas ni aumentos ni disminuciones imprevistas del caudal; en definitiva, sabe atraer al lector página a página, casi línea a línea hasta el desenlace, que siempre acaba abierto a la reflexión y la relectura.
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Por eso yo llevaba diez años esperando a que, entre guión y guión, se dejara de películas y volviera a sentarse y escribir una novela, porque después de Negra hora menos, aquel libro de cuentos de tendencia neo-pólar en los que se hablaba con pocos pelos en la lengua y mucha mala baba sobre cosas como el GAL o el Frente Polisario; y después de La pluma del arcángel, que cuenta con no menos mala uva algunos avatares ocurridos en la isla de Canaria en el siglo XVI, me había quedado con ganas de más.
La espera valió la pena, porque Si le digo le engaño da lo que prometía. Es una novela rápida, divertida y golfa, pero nada frívola, pues toca, con esa levedad necesaria en todo pulp, muchos temas importantes, desde la laxitud moral a la violencia; desde la supervivencia de las contradicciones de clase al proceloso asunto de la despenalización de las drogas.
Kristo y Yeray, sus protagonistas, son dos pobres diablos que salen de pesca en una barquilla por la costa sudoeste de Gran Canaria y en lugar de una vieja o un sargo pescan dos sacas con cincuenta kilos de cocaína cada una, así que el asombro, la alegría y el miedo les asaltan al mismo tiempo.
Kristo y Yeray no son policías ni detectives ni atracadores ni asesinos a sueldo ni periodistas de investigación. Se trata de dos currantes que de vez en cuando se fuman un cigarrito de la risa y se echan una cerveza mientras se olvidan de las preocupaciones pescando. Y preocupaciones tienen las mismas que cualquier proletario: Kristo regenta un bar de barrio que va de capa caída y Yeray es diseñador gráfico en un periódico que lleva un par de meses sin pagar la nómina.
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El hallazgo (y lo que nuestras dos flores de barrio hagan con él) vendrá a involucrar a una buena docena de personajes de todos los estratos de una sociedad, la insular, que ha entrado en el siglo XXI sin desprenderse de las desigualdades del XIX. Señoritos de toda la vida se reúnen en selectos restaurantes con paladines de la globalización mientras intelectuales, periodistas y artistas gastan sus subvenciones y aguinaldos en cenas opíparas con sobremesas eternizadas por los estupefacientes. Y, al mismo tiempo, pequeños camellos hacen de nexo entre ambos grupos, con la ciudad turística y la señorial sirviendo de pantalla a los trapicheos, las intrigas y las corruptelas. Este es el mundo en el que Kristo y Yeray desean dejar de ser dos muertos de hambre, pero sin dejarse por el camino ni la piel ni el alma. Una tarea difícil cuando los cantos de sirena son casi tan poderosos como los legítimos propietarios del alijo que podría abrirles la puerta al ascenso social. Álvarez consigue enclavar una ficción amena y penetradora en el mismo centro de la realidad social, con la corrupción institucionalizada como trasfondo.
Y cuando acaben de leer esta novela, puede que ustedes se digan, como me dije yo: sí, es una novela, es ficción. Pero, seamos sinceros, ¿es demasiado distinto este mundo del que yo veo cada día? ¿Esos dos tipos que salen de ese restaurante caro no son los mismos que el otro día vi en una terraza con un determinado político? ¿Y no tiene uno de ellos negocios con otro tipo que conozco y de quien se sabe que no es trigo limpio, aunque nadie podría decirlo en un periódico? O, por el contrario, ¿no será más bien que ahora que los veo se me ocurre que ellos se parecen bastante a los personajes de Carlos Álvarez?
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En cualquier caso, esta novela les alimentará la mirada cuando salgan por Vegueta o por Las Canteras o el Puerto, les hará ver de forma diferente esta ciudad (y esta sociedad) de doble moral, intereses oscuros y trapicheos de calibres diversos, en la que el pez grande se come al chico, pero solo porque el pez chico se deja comer.
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