Confianza, ilusión

Hay crisis económica, financiera, climática, alimentaria, política, pero, sobre todo, de confianza. Y lo curioso es que una y otra vez nos dicen que no habrá manera de remontar si no somos capaces de recuperar esta última. Lo paradójico es que esos mismos que nos apuran a acicalarnos para enfrentarnos radiantes al espeso futuro, a poco que terminan las cuatro frases hechas de buen rollito se apuran a sembrar los más sombríos augurios que, por lo que nos cuentan, nos llevan al Apocalipsis.

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Pasamos del «España va bien» al «España está fatal, es insolvente, la rémora de Europa», etc, etc, sin término medio. Del «qué bueno vivir aquí» al «a ver cómo escapamos». País de contrastes.

Ahora toca, desencanto, desilusión, desafección, descreimiento, desconfianza, desaliento. Ahí están cientos de miles de personas en las calles poniendo voz a otros muchos miles que sólo barruntan negrura y ven con gran pesimismo el futuro.

Cómo andarán los ánimos que incluso asumimos con normalidad la involución y que los jóvenes de hoy, los mejor formados nunca jamás, vivirán peor que sus padres.

Así las cosas, cómo no se va a cuestionar el modo de gestionar la cosa pública, el modo de cómo se ha hecho política, lo que no quiere decir que se cuestione la política. ¿No resulta llamativo e ilusionante, cuánto se está hablando de política en estos momentos? Más que de fútbol. Un punto, pues, para el 15-M, ese activo y multitudinario movimiento que, miren por donde, ahora escandaliza a muchos de los establecidos que hasta ayer criticaban cínicamente el adocenamiento y conformismo de una juventud acomodada.

Bien es verdad que se habla desde el desánimo y esto ya ilusiona menos. Claro que, vistos los hechos, tal estado de postración es comprensible, en tanto en cuanto quienes están obligados, por la responsabilidad contraída, a activar entusiasmos no sólo no lo hacen sino que, al contrario, envían mensajes aterradores y de sumisión a unos entes etéreos pero insaciables que ahora llaman mercados y que recuerdan a Spectra, aquella organización de malos, malones, de las películas de James Bond. Y, claro, mal vamos si sólo nos presagian malos augurios y no hay ni proyecto ni nadie capaz de ilusionar. Triste futuro si todo pasa por el menos y lo menos malo.

Decía Raúl del Pozo que cualquier líder que se precie ha de soñar lo imposible, mirar más allá del horizonte y no amedrentar a la tripulación con la inminencia de las tormentas. De tener razón, y los hechos parecen dársela, a las muchas crisis que padecemos hay que sumar una más, la de liderazgos.

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Esta semana se presentó el nuevo pacto de Gobierno para Canarias entre CC y PSC. Quienes allí estuvieron coinciden en que no hubo entusiasmo en el acto. Carmen Merino nos lo contaba en este periódico: «No hubo alegría en la firma. Ni fingida ni real. Sólo una especie de resignación que dio a la ceremonia un aire tristón». Y qué quieren que les diga, para mi todo pensamiento triste termina siendo sospechoso.

Por supuesto que nos preocupa que todo los indicadores señalen que todo va mal y sería enloquecido abstraerse de la realidad; pero, si coincidimos en que la primera crisis a superar es la de la confianza, es urgente un proyecto ilusionador que nos conmueva para bien.

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