Cansancio
Auditorio Alfredo Kraus, 25 de enero de 2011. Programa: Schubert: Sinfonía nº 8 en Si menor, Inacabada. Mahler: Sinfonía nº 6, en La menor, Trágica. Intérpretes: Orquesta Sinfónica de Viena. Fabio Luisi, director.
Javier Moreno
Lunes, 20 de julio 2020, 06:26
Alguna explicación habrá para el error de programación de este concierto, ya que solo un error puede explicar que se programen dos obras que dejaron catatónico al auditorio, a los músicos y al propio Fabio Luisi. Porque, aunque esté incompleta, la Octava de Schubert dura 30 minutos. Y a ella le sigue, tras un descanso de veinte minutos, la desquiciante Sexta de Mahler, que dura nada menos que noventa minutos ininterrumpidos. Que la idea no fue de Luisi resulta plausible a tenor de su cara desencajada al final de un concierto en el que, por mucho que se aplaudió, no concedió ni la más miserable propina que llevarse a la boca. Ni siquiera una Polca pizzicato, con lo poco que cuesta. La Sinfonía de Schubert recibió la misma lectura impecable que las obras de Mozart y Brahms del día anterior y, para seguir con la tónica, también contó con una orquesta en particular estado de gracia. Mi compañero de pupitre, un experto venido de lejos, puso de relieve que no resulta nada frecuente en esta delicada obra que el director de orquesta no haga ni la menor corrección a la ejecución orquestal. Según él, eso es señal de que la orquesta venía con la lección bien aprendida, lo cual, para los tiempos que corren, es digno de encomio. La Trágica de Mahler comenzó por similares derroteros, poco más o menos hasta el final del segundo movimiento. Justo en ese Adagio fue donde Luisi alcanzó las mayores cotas de refinamiento, al producir una lectura sosegada y poco dada al histrionismo y lagrimeo fácil de otros directores amantes de los talk show. Pero del Scherzo en adelante la cosa ya no se sostuvo. Probablemente, por el evidente cansancio de unos músicos y un director que se toman el trabajo tan en serio que resulta hasta una crueldad exprimirlos como un limón. Luisi comenzó a desplomarse, los músicos entendieron el mensaje y todos consensuaron que lo mejor era encadenar una ráfaga de chunda-chundas, acabar la cosa como fuera e irse a dormir. Como disculpa, yo señalaría que el eterno último movimiento Finale se me antoja como el peor fragmento de música clásica de todos los tiempos. Si no ha desaparecido del repertorio es porque los mahlerianos puristas considerarían esto un sacrilegio similar al de, para un cristiano fundamentalista, arrancar cuatro páginas del Antiguo Testamento. Yo, en cambio, las borraría de la partitura y me quedaría tan ancho.
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