Apadrinados del digital
Enrique Zerpa
Viernes, 17 de julio 2020, 08:04
Hace ya unos años que la industria del cine cedió ante el cambio para renacer de sus cenizas bajo los auspicios de la llamada nueva era digital. Día a día se estrenan lujosas producciones realizadas en este formato y cineastas como David Lynch reniegan del celuloide refiriéndose a él despectivamente como "dinosaurio". Pero no han sido estos los mayores cambios que desde entonces se han producido. El actual abaratamiento de los costes ha supuesto una mayor democratización del cine. Como presagió el polifacético Jean Cocteau: "El cine sólo se convertirá en un verdadero arte cuando sus materiales sean tan baratos como el papel y el lápiz". Quizá andemos cerca de esta realidad porque cientos de jóvenes directores con un mínimo presupuesto se han hecho notar y han demostrado a los espectadores lo que ocurre en la gran pantalla cuando la independencia económica les permite contar lo que quieran y cómo quieran.
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Un buen ejemplo de ello a nivel local es el cineasta teldense Ado Santana. Este joven ha conseguido sacar adelante tres largometrajes gracias a una particular metodología que nace del compromiso de técnicos y actores que creen firmemente en su trabajo. Su última película, Amarillo, se proyecta en estos días en los Cines Monopol y permitirá a muchos acercarse a su particular visión del cine. Un cine diferente y contestatario que rompe con lo convencional asimilando multitud de referencias fílmicas y artísticas.
Su título es una clara alusión (así como traducción literal) a aquel subgénero de terror italiano denominado Giallo que tan buena suerte dio allá por los setenta a cineastas como Mario Bava, Dario Argento o Lucio Fulci. Tanto es así que son varias las referencias que a estos autores se les hace a lo largo del metraje. El empleo de las localizaciones, la sonrojante cercanía al rostro de los actores y su indudable picardía narrativa son, así mismo, ejemplo de un estilo fílmico mal llamado guerrillero que hace de la improvisación una máxima y de la falta de recursos una norma.
A medio camino entre el thriller y la comedia negra, estamos ante una autoconsciente parodia de géneros que bajo la complicidad del espectador juega a contarnos la historia de sus personajes. Esta se nos muestra bajo la ecuánime cotidianeidad durante los primeros minutos, desarrollándose día a día entre banales conversaciones y alguna que otra historia secundaria hasta confluir en una delirante bajada a los infiernos salpicada de violencia, erotismo y esa malsana visión de la condición humana que poco tiene que ver con aquella a la que nos tiene acostumbrados el cine de Hollywood.
Por tanto, la cosa esta clara, existe un cine diferente y en Canarias se hace como en cualquier parte del mundo. Muestra de ello son los trabajos de cineastas locales que afortunadamente podemos disfrutar en nuestros cines para escapar de aquél que más lejos nos queda y consumimos a todas horas. De eso se trata, de conocer las singularidades de nuestros artistas sin que nos lo dicte el box office ni aquella publicidad gratuita de la que nunca saldrá beneficiado un film como Amarillo.
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