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Ilustración: Mikel Casal
El luto nacional: cuando llora un país entero

El luto nacional: cuando llora un país entero

VIVIR ·

Las jornadas oficiales de duelo, que sirven tanto para honrar a las víctimas de covid como para despedir a Maradona, se han vuelto más frecuentes en los últimos años: «Ha habido una democratización del dolor»

Miércoles, 9 de diciembre 2020, 23:02

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En teoría, no debería haber mayor unanimidad que la del luto nacional. Se supone que, cuando un Gobierno lo decreta, está oficializando de alguna manera la aflicción de la sociedad tras una pérdida significativa, que puede ser la muerte de una figura con peso institucional (también, en ocasiones, un ídolo popular) o el mazazo de algún desastre natural, accidente o atentado terrorista que ha conmovido el ánimo de la ciudadanía. Son jornadas de duelo compartido, en las que llora un país entero, pero a la vez todos sabemos que la mayoría de las veces no pasan de ser una medida simbólica, un gesto que en estos tiempos de debates identitarios y estatuas derribadas puede resultar particularmente problemático.

Hasta los ejemplos que parecen más oportunos se pueden someter a discusión. A finales de mayo, cuando el Gobierno español decretó diez días de luto nacional por las víctimas del covid, la oposición lo criticó por la supuesta tardanza en tomar esa decisión y por considerarlo «un globo sonda y una cortina de humo» para distraer la atención de los ciudadanos. El mes pasado, el Ejecutivo argentino marcó la muerte de Diego Armando Maradona con tres jornadas de duelo, que contrastaban con el profundo e intenso debate que se desarrollaba a nivel global sobre las facetas menos ejemplares del astro futbolístico. ¿Es legítimo proclamar el luto por una figura tan controvertida, con la que tantas personas encuentran imposible identificarse? Es cierto que, desde fuera, se daba por hecho que el país sudamericano estaba hundido en la desolación, arrasado por el dolor, pero las redes han difundido el vídeo de un reportero televisivo que abordó a varias personas al azar por las calles de San Juan y se topó con una indiferencia absoluta ante la muerte del ídolo. Huelga decir que, en el caso de los fallecimientos de figuras institucionales, esa frialdad en las calles se vuelve generalizada.

El profesor rumano Mihai Stelian Rusu, de la Universidad Lucian Blaga de Sibiu, es uno de los contados estudiosos que han analizado este asunto desde el punto de vista sociológico. ¿Cómo ve el luto nacional por Maradona? «Pese a todas las contradicciones que estropean su biografía, para mucha gente era una leyenda viva. Cuando alguien alcanza el estatus de icono nacional, los gobiernos sienten la presión popular para reconocer la grandeza del difunto, sin atender al pasado controvertido de la persona. Puede ser un movimiento enraizado en la política populista, una manera de ganar capital político al satisfacer ese deseo de la gente», reflexiona, además de recordar que Maradona está lejos de ser el primer jugador honrado con una medida así: en años recientes, Hungría ha decretado el luto nacional por Puskás, Portugal lo hizo por Eusébio, Albania por Pano y Kosovo por Vokrri, según enumera el profesor, como quien recita una alineación póstuma. También los ha habido por músicos (como Tose Proeski, el 'Elvis de los Balcanes', en Macedonia)o actores (Mihai Volontir en Moldavia).

Implicación emocional

No obstante, Rusu apunta que, en general, los días de luto oficial por muertes individuales suelen estar reservados a «personalidades de estado y políticos prominentes, para quienes estos rituales se decretan casi por defecto, pero sin mucha implicación emocional de la gente corriente». Los dedicados a tragedias colectivas son los que más a menudo pueden corresponderse con «un shock emocional». En estos tiempos nuestros, tan propensos a marcar distancias de las ideas ajenas, ¿los días de luto refuerzan la unidad o más bien alientan la discrepancia? «Son ritos de solidaridad que trascienden las grietas socioeconómicas y las divisiones políticas y que pretenden reunir a todos los miembros de la comunidad en un sentimiento de dolor y pena. Normalmente tienen éxito en esa suspensión temporal de los conflictos sociales entre los distintos actores, pero, tan pronto como expira el periodo de duelo, la sociedad sucumbe al ajetreo de los conflictos políticos cotidianos», concluye el profesor.

Banderas a media asta por las víctimas del covid.
Banderas a media asta por las víctimas del covid. Comunidad de Madrid

Puede sorprender que, lejos de ir a menos, las jornadas de duelo se hayan vuelto cada vez más frecuentes. Según los registros de Rusu, los países europeos han decretado luto nacional en 327 ocasiones entre 1989 y 2017, pero la inmensa mayoría de esas convocatorias son posteriores al año 2001, cuando los atentados del 11-S supusieron un punto de inflexión en esta práctica. «Se ha producido una democratización del dolor. En el pasado, el duelo nacional se reservaba a los miembros de las familias reales y, excepcionalmente, a estadistas eminentes. Pero, en las últimas décadas, las autoridades políticas han empezado a dedicar estos rituales de estado a más gente normal». Hay unas pocas naciones que se siguen ciñendo a la antigua costumbre: el Reino Unido decretó diez días de luto por la muerte de la Reina Madre, pero no adoptó esta medida cuando falleció Lady Di, pese a la sacudida de duelo popular que experimentó el país. «Tampoco lo hicieron con los 72 muertos del incendio de la torre Grenfell en Londres», añade Mihai Stelian Rusu. En el otro extremo, como ejemplos de países particularmente pródigos con las jornadas de duelo, cita a los estados del antiguo bloque socialista y también a Portugal, que ha marcado de esta manera numerosas tragedias y fallecimientos de personalidades, desde políticos hasta el guitarrista Carlos Paredes.

La extensión del luto también puede ser muy variable, hasta alcanzar el mes con ocasión de las muertes de Rainiero en Mónaco y del príncipe Enrique en Dinamarca, aunque, por supuesto, podemos encontrar duelos nacionales mucho más largos si salimos del marco europeo, como el año por la muerte del rey Bhumibol de Tailandia (durante el que se agotó la ropa negra y surgieron negocios de teñido de textiles) o los tres años con los que Corea del Norte lloró oficialmente a Kim Jong-il.

Con sensatez y mesura

En España, más propensa a estos rituales que monarquías del norte como el Reino Unido u Holanda, el duelo del covid ha sido el más largo de la democracia, aunque se queda muy por detrás de los treinta días que siguieron a la muerte del dictador Francisco Franco. Le siguen los lutos nacionales por la muerte de los padres del rey Juan Carlos (siete días por cada uno), los de los expresidentes Suárez y Calvo-Sotelo (tres) y los decretados tras los atentados del 11-M, el ataque yihadista en las Ramblas y el accidente de Spanair (también tres). Podemos citar además los dos días por el terremoto de Lorca o por el siniestro aéreo de Turquía en el que perdieron la vida 62 militares españoles.

En nuestro país, el principal reproche de los expertos es que la falta de una reglamentación específica convierte esta práctica en algo, en buena medida, arbitrario, sobre todo si tenemos en cuenta las múltiples ocasiones en que los Gobiernos autonómicos y locales deciden decretar lutos oficiales por su cuenta. «Durante la pandemia ha habido comunidades y ayuntamientos que aplicaron con escaso sentido una prolongación inaudita del luto, que no puede ser indefinido, sino que debe tener unas fechas concretas y un momento determinado. Creo que en algunos casos se abusa de esto, cuando debe reservarse para situaciones muy concretas y dolorosas en el ámbito institucional o social. Cada vez que fallece alguien, es un drama para unos pocos o para muchos o para toda la sociedad. El dolor queda ahí, pero la declaración de luto nacional, autonómico o local debe hacerse con la debida mesura. Normalmente tiene más impacto un día, dos o tres de luto que uno de diez días, de treinta o indefinido. No creo que deba decretarse a menudo», valora Carlos Fuente, director del Instituto de Protocolo ISEMCO y vicepresidente del Observatorio Profesional de Protocolo y Eventos. La falta de regulación conduce muchas veces al desconcierto ceremonial, ya que no se sabe bien, por ejemplo, qué banderas colocar a media asta y cuáles no.

No obstante, Fuente considera que el luto oficial aplicado «con sensatez y mesura y en situaciones claras» sigue teniendo el mismo sentido que tuvo siempre: «Es una forma de representar el dolor del Estado en su conjunto y de la sociedad. Aunque solo sea un gesto, creo que un país que en sus formas se hace insensible ante situaciones de mucho dolor no muestra la solidaridad y convivencia que tanto se necesitan en estos tiempos».

«La falta de una norma lo deja al libre albedrío de los gobiernos»

En España, el luto nacional está vinculado a sucesos de gran impacto social (como atentados, accidentes muy graves o la actual pandemia) y a la muerte de figuras de relevancia institucional (desde expresidentes hasta los padres del rey Juan Carlos o políticos como Alfredo Pérez Rubalcaba). «No suelen producirse lutos oficiales nacionales por otros personajes, por muy populares que sean», aclara Carlos Fuente. Otra cuestión es el plano autonómico y local, en el que sí se decretan en ocasiones jornadas de duelo «por la relevancia social» de algún fallecido.

La ausencia de una reglamentación lleva a que, en cada caso, la administración correspondiente sea libre para decidir, en el dolor del momento, el alcance temporal del luto. Por ejemplo, la Xunta decretó tres días de luto por la muerte de Manuel Fraga, los mismos que el Gobierno central por los 192 muertos del 11-M, que a su vez son cuatro menos que los establecidos cuando fallecieron los condes de Barcelona. El director del Instituto de Protocolo ISEMCO considera que urge una norma sobre esta cuestión: «Tenemos un Reglamento de Honores que, aunque no nos explica con detenimiento cuándo hay que aplicar luto nacional, nos sitúa en una senda que puede interpretarse. Pero carecemos de una norma específica acerca de la aplicación del luto, de tal forma que queda al libre albedrío del gobierno central, autonómico y local, lo que a veces ha traído excesos e inadecuadas praxis», lamenta Fuente.

Esto, además, genera muchas dudas. Por ejemplo, cuando un Ayuntamiento decreta el luto local, ¿deben dejarse también a media asta las banderas nacional y autonómica? «No hay normativa, por eso desde el Observatorio Profesional de Protocolo y Eventos hemos propuesto algunos criterios de unificación».

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