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Del forofismo a la peineta: somos más romanos de lo que nos creemos

Del forofismo a la peineta: somos más romanos de lo que nos creemos

Muchos rasgos que consideramos modernos los compartían aquellos tipos de hace un par de milenios: «Tardamos 1.600 años en retomar sus niveles de civilización», explica el profesor Emilio del Río, que ha dedicado un libro a todos esos vínculos

CARLOS BENITO

Miércoles, 10 de junio 2020

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Solemos pensar en los romanos como unos señores con toga blanca que se dedicaban a construir calzadas y presenciar combates de gladiadores, pero resulta que, en buena medida, los romanos también somos nosotros. No solo ocurre que buena parte de nuestras costumbres hunden sus raíces en aquella civilización clásica, sino que algunos de nuestros rasgos más modernos, los que nos hacen sentirnos gente de nuestro tiempo, los compartían aquellos tipos de hace un par de milenios. Emilio del Río –doctor en Filología Clásica, profesor de la Universidad de La Rioja, político y colaborador de RNE– publica en Espasa el libro 'Calamares a la romana', en el que analiza la vida cotidiana de aquella época y defiende la tesis de que «somos romanos, aunque no nos demos cuenta».

«La Edad Media se cargó la civilización, el progreso, fue una terrible vuelta atrás. Eso es algo que debemos tener muy en cuenta y que la pandemia nos ha enseñado: somos vulnerables, puede llegar algo que acabe con todo esto. Escribí el libro antes del coronavirus, pero el último capítulo se titula 'En la cuerda floja': pensábamos que todo es seguro, que todo son certidumbres, y en realidad vivimos en la cuerda floja. Por tanto, 'carpe diem', disfrutemos de la vida como nos enseñan los romanos», argumenta el autor. Conociéndolos, nos conoceremos mejor a nosotros mismos. «La humanidad tardó 1.600 años en retomar sus niveles de civilización, hasta comienzos del siglo XX. ¡En la Roma clásica se llegó a aprobar una ley para limitar el precio de los alquileres!».

Los romanos asoman la cabeza (con corona de laurel o sin ella) en aspectos tan inesperados de nuestra sociedad como todos estos.

Tintorerías e 'influencers'

«En las películas de romanos van todos vestidos de blanco nuclear y con toga, ja, ja... En realidad, iban con muchos tipos distintos de vestidos y con muchos colores. Y, como no lavaban la ropa en los pisos, iban a las lavanderías y las tintorerías, que eran un gran negocio. Ahora, con el confinamiento, han estado abiertas: son establecimientos de primera necesidad... por los romanos», recuerda Del Río. ¡Hasta Ovidio escribió consejos de moda! El medievo fulminó todo aquello, pero los romanos se aseaban a menudo («dos mil años después, nos lavábamos menos que ellos»), tenían en gran estima la blancura de los dientes, se limpiaban la boca para evitar las caries (palabra latina que significa 'putrefacción') y usaban cosméticos para la piel y postizos para el cabello, entre los que eran particularmente apreciados los rubios de pelo germano. Hasta tuvieron 'influencers' como Escipión Emiliano, el primero en afeitarse a diario, al que acabarían imitando todos.

En pisitos de alquiler

Con los romanos pasa lo mismo que con nuestros contemporáneos: en el cine y la tele vemos más a los ricos, tan cómodos en su 'domus' o su chalé, que a las clases populares. En la época de Augusto, vivían en Roma alrededor de un millón de personas, y la mayoría residía en 'insulae' o edificios de hasta siete alturas. Tanto Augusto como Trajano, con siglo y medio de distancia, intentaron sin éxito limitar la elevación de los bloques. En cada planta había cinco o seis 'cenacula' o pisos, la mayoría de alquiler, y en los bajos estaban las 'tabernae', es decir, comercios con rejas de madera aseguradas con cerrojo. Ah, ¡también colocaban macetas con flores en las ventanas! El edil (otra palabra que no ha cambiado) velaba por los servicios públicos: «Tuvieron que pasar miles de años para que se recogiera otra vez la basura», destaca Del Río.

Unos tremendos 'hooligans'

Los romanos no jugaban al fútbol (sí a otros deportes de pelota), pero se volvían loquísimos con las carreras de carros y los combates de gladiadores. Los participantes en las carreras formaban equipos que lucían distintos colores: al principio solo había blancos y rojos, pero luego se sumaron azules y verdes. Y los ciudadanos se alineaban con unos u otros de manera apasionada y más o menos incondicional, análoga al forofismo de hoy en día. «También los emperadores: Calígula, Nerón y Domiciano fueron hinchas de los verdes, mientras que Vitelio y Caracalla lo fueron de los azules», explica Del Río. De hecho, de Caracalla se cuenta que, cuando unos aficionados 'verdes' insultaron a gritos a un auriga 'azul', mandó a su guardia que los matase.

El precedente de Madrid Central

En Pompeya se pueden contemplar (y utilizar, con cuidado de no perder el equilibrio) los pasos de cebra de los romanos, que eran varias losas alargadas que salvaban la calzada de piedra. El tráfico en Roma podía convertirse en una pesadilla, pese a que la urbe contaba con varias vías amplias de doble sentido. El movimiento constante de carros por calles muy transitadas era un fastidio y un peligro, así que Julio César aplicó un precedente lejano de Madrid Central: prohibió la circulación durante el día, una medida que Claudio extendió a toda Italia y Marco Aurelio, a todas las ciudades del imperio. Eso sí, el ruido del tráfico se volvió un problema por la noche.

Vinos y grafitis en los bares

«De ellos nos viene la pasión por salir a tomarnos unos vinos», resume Emilio del Río. Los romanos eran gente de bar: en Pompeya, ciudad de vacaciones con unos veinte mil habitantes, hay restos de 140 tabernas y posadas. Los romanos que vivían en pisos, sin cocina, solían desayunar y comer en los establecimientos hosteleros, donde también se tomaban unas cervezas o unos vinos (rebajados con agua) tras la jornada laboral. Las élites veían los bares como centros de agitación social y, en fin, en ellos no faltaban los parroquianos que dejaban grafitis para la posteridad: se han encontrado pintadas como 'me tiré a la tabernera' o 'Euplia lo ha hecho aquí con 2.000 hombres finos'.

Del roscón a los cuernos

De los romanos nos vienen cosas tan improbables como el roscón de Reyes, descendiente de la torta dulce de las saturnales, con su haba dentro. «¡Y el gesto de hacer la peineta, o el de poner los cuernos, o el de tirar de la oreja en los cumpleaños!», enumera Del Río. Las novias se casaban con túnica blanca y velo y, por supuesto, se ponían el anillo en el dedo que seguimos llamando anular. «Hemos tardado 1.600 años en recuperar el divorcio –recalca el profesor–. No hay nada más moderno que el mundo clásico. La diferencia es la tecnología: la luz eléctrica, los coches, los aviones, el teléfono... Cosas a las que, muchas veces, les hemos puesto nombres en griego o latín».

«Nos falta el respeto romano por los mayores»

Emilio del Río, en la portada del libro.

Parece cierto que, tal como argumenta Emilio del Río en su libro, somos mucho más romanos de lo que pensamos, que muchas de nuestras costumbres entroncan con su manera de vivir y ver el mundo. ¿Quizá deberíamos serlo todavía más en algún aspecto? ¿Hay algún valor romano que se haya perdido y que no nos vendría nada mal? «¡Lo tenemos muy reciente! Sin duda, falta en nuestra sociedad el respeto romano por los mayores. Ahora dejamos a nuestros mayores en las cunetas de la sociedad, lo hemos visto con la pandemia. Para los romanos, el respeto y el cuidado de los ancianos eran uno de sus principales valores».

Y el autor de 'Calamares a la romana' evoca una «imagen fabulosa y fundacional de aquella civilización», que resume la estima y la deferencia que se profesaban a los mayores:«Cuando el fundador de Roma, Eneas, sale huyendo de su ciudad, Troya, incendiada y saqueada por los griegos, lleva a su hijo pequeño de la mano y a su padre, Anquises, mayor y enfermo, a hombros. Es la imagen de una civilización:al fondo, Troya en llamas, destruida por los griegos, pero Eneas no abandona a su padre a su suerte. Aunque está enfermo, lo lleva con él».

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