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Ilustración: Mikel Casal
Y tú, ¿te pondrías una camiseta de un grupo al que no escuchas?

Y tú, ¿te pondrías una camiseta de un grupo al que no escuchas?

Durante décadas fueron un código entre iguales, pero la industria de la moda las ha descontextualizado... ¿o no tanto? «AC/DC o Ramones son marcas que tienen sus significados»

Sábado, 27 de febrero 2021

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Allá por mediados de los años 50 del siglo pasado, un grupo de fans de Elvis Presley decidió confeccionar una camiseta dedicada a su ídolo. Fue una iniciativa muy modesta, que prácticamente se ha perdido en las nieblas del tiempo, pero ahí nació uno de los rasgos más distintivos de la cultura del rock: la costumbre de llevárselo puesto, es decir, de enfundarse camisetas de los artistas preferidos de cada uno. Es poco frecuente que una persona luzca sobre el pecho a su arquitecto, su escritor, su cocinero, su actor o incluso su futbolista favorito (las camisetas de equipos serían ya otra cuestión), pero en cambio la música popular extendió muy pronto sus dominios al terreno de la moda, en una alianza que ha evolucionado por caminos sorprendentes durante estos últimos años. Si consultamos ahora mismo la web de una cadena internacional como H&M, comprobaremos que podemos comprar camisetas de AC/DC, Pink Floyd, The Rolling Stones, Kiss, Guns N' Roses, Nirvana, Ramones, Iron Maiden o Metallica, en un despliegue muy alejado de aquella pionera de los 50 y también de los circuitos que ha seguido tradicionalmente este tipo de 'merchandising'.

La evolución histórica de las camisetas de rock (y entendamos este término en su sentido más amplio, como un comodín que puede abarcar el pop de Madonna o el hip hop de Run DMC) lleva a plantearse dos preguntas extrañamente complementarias. La primera sería qué lleva a los fans de una banda a incorporarla a su vestuario. La segunda sería qué lleva a quienes no son fans de una banda a incorporarla a su vestuario. Para unos, el vínculo con la música resulta esencial, indispensable, mientras que para los otros constituye un detalle sin la menor importancia. Empecemos por los primeros: «Nos aporta identificación con un grupo social, con una comunidad. Y, cumplida cierta edad, aporta también una conexión con nuestra adolescencia, con nuestros gustos juveniles, con nuestro yo del pasado, al que guardamos cierta fidelidad», analiza el sociólogo madrileño Fernán del Val, profesor en la UNED y autor de 'Rockeros insurgentes, modernos complacientes'. De esa lealtad al pasado se deriva, por cierto, otra rama singular de este mercado, que son las camisetas de rock para niños pequeños, incluso 'bodies' para bebés.

El sentido de pertenencia funciona con una fuerza especial en dos géneros, el heavy y el punk. «Este tipo de música se vive de una manera muy intensa, así que de alguna manera se lleva con orgullo la camiseta del grupo que te gusta. También está el tema de los diseños, que son muy cuidados», apunta Arturo Gracia, de la tienda zaragozana Leyenda-Rock, que desde su texto de presentación defiende el heavy como forma de vida. Y desde California responde Bryan Ray Turcotte, uno de los mayores coleccionistas de material punk del mundo, hasta el punto de que cientos de sus camisetas han aparecido en el libro 'Punk Shirts'. «Creo que llevar una camiseta de tu banda favorita es algo parecido a un tatuaje... Bueno, una versión un poco rebajada, ja, ja, como un tatuaje temporal en la cara. Los símbolos y el diseño permiten que el mundo eche un vistazo dentro de tu corazón y tu alma sin necesidad de que digas ni una palabra, es como una declaración silenciosa de tu manera de ver las cosas. No tiene nada que ver con la economía, la clase o el estatus social. Pongamos que me encuentro con un pulcro hombre de negocios en la cola de la cafetería: seguramente no pensaría que es interesante ni alguien con quien puedo conectar. Pero, si se vuelve y veo que lleva una vieja y usada camiseta de Metallica... ¡un respeto!».

Camiseta de Joy Division de H&M, logo de Black Flag (diseñado por Raymond Pettibon) y camiseta de AC/DC de ASOS (el grupo propietario de cadenas como Topshop).
Camiseta de Joy Division de H&M, logo de Black Flag (diseñado por Raymond Pettibon) y camiseta de AC/DC de ASOS (el grupo propietario de cadenas como Topshop).

Ese fue siempre el código de la camiseta de rock, algo así como una contraseña entre iguales y una advertencia al resto, pero el siglo XXI ha complicado bastante las cosas. Los estudiosos de la moda han marcado como punto de inflexión el año 2012, cuando la firma Balenciaga utilizó una tipografía muy similar a la del logo de Iron Maiden. A partir de ahí, se han desencadenado fenómenos casi paranormales que nadie habría sido capaz de pronosticar: desde la camiseta customizada de Nirvana que lucieron 'celebrities' como Justin Bieber (estética grunge con un precio de venta al público de más de mil dólares), hasta la sorpresiva irrupción de los feroces Slayer en el guardarropa de las Kardashian. Fue concretamente Kendall Jenner, una de las hermanas del clan, quien se dejó ver en público con una camiseta de la banda metalera, que no es precisamente un grupo al que se escuche inadvertidamente en el supermercado, mientras que uno de los guitarristas de Slayer, por su parte, actuó varias veces con un modelo que decía 'Mata a las Kardashian'. Algunos analistas han estimado que la elección de Kendall dio un buen empujón a la venta de 'merchandising' de Slayer, que en su gira de despedida de 2018 y 2019 recaudaron unos diez millones de dólares por ese concepto. Y aquí, por cierto, también podríamos ponernos maliciosos y apuntar que esas cifras no están mucho más cerca del 'underground' que las Kardashian.

La famosa lengua de 50 libras

Las grandes cadenas de ropa empezaron a vender camisetas descontextualizadas de bandas como Ramones o incluso los sufrientes Joy Division, justo en un momento en el que el rock (usemos ahora la palabra en sentido más estricto) iba desapareciendo de los medios y de los intereses de buena parte de la juventud, desplazado por músicas tan pujantes como el moderno R&B, el reggaetón o el trap. El 'merchandising' pesa cada vez más en los ingresos de los artistas, sobre todo en una situación tan anómala como la impuesta por la pandemia, y las licencias de bandas clásicas se han convertido en un filón con rentabilidades inesperadas: ahí está, por ejemplo, la camiseta que metamorfosea el logo de Black Sabbath en el lema reivindicativo 'black lives matter'. Iconos como la lengua de los Rolling Stones, por la que pagaron 50 libras al diseñador John Pasche en 1970, alcanzan hoy un valor incalculable.

¿Cómo ven nuestros interlocutores esta evolución? Arturo Gracia, de Leyenda-Rock, la contempla con desánimo, como una mercantilización que amenaza con desvirtuar el rock, y también siente la lógica inquietud gremial: «Esta música ha sido siempre algo relativamente minoritario. El ser distintos, el no vestir como todo el mundo, el no escuchar lo que escucha todo el mundo... Y está también el tema de la industria que hay detrás. Esto puede afectar a las tiendas especializadas, a los fabricantes y a los demás eslabones de la cadena, que podrían cerrar. ¿Dónde comprarían los fans las camisetas el día que las cadenas de moda se cansen de venderlas?», pregunta.

Algunas voces críticas han llegado a hablar incluso de apropiación cultural, igual que cuando se banalizan las señas de identidad de un grupo étnico. «A mí no me parece un término adecuado –rechaza el sociólogo Fernán del Val–. Creo que los Rolling Stones, los Beatles, AC/DC, Queen, Bowie o Ramones se convirtieron hace mucho en marcas, símbolos, signos. Y, como tal, son consumidos. Obviamente, son marcas con unos significados asociados: en unos casos podemos hablar de autenticidad, en otros de vanguardia, en otros de romanticismo... Cuando alguien que no ha escuchado a esos grupos utiliza sus camisetas, probablemente sí tenga en mente alguno de esos significados y quiera estar asociado a ellos. Los aficionados pueden sentirse dolidos, pero el rock hace mucho que aceptó las reglas del mercado».

Bryan Ray Turcotte, el coleccionista estadounidense, está de acuerdo con ese matiz de que algo permanece, de que el espíritu no se pierde del todo. «Los símbolos, la historia y los propósitos de esas bandas se mantienen como un modo de vida o como una forma de pensar con los que la gente conecta, sin importar su edad. Yo no puedo criticar a un chaval de 13 años que se pone una camiseta de Crass [influyente banda británica de anarcopunk], aun sabiendo que probablemente nunca ha oído su música, ya que sé exactamente por qué se siente empoderado al llevarla. Pensar libremente, cuestionar la autoridad y vivir tu propia verdad es más importante que ser fan de unas canciones de décadas antes de que nacieses. Las cuatro barras de Black Flag, por ejemplo, impactan tanto si conoces a la banda como si no: es un símbolo que habla, es poderoso. El sentimiento basta para pillarlo: es como cuando alguien se enfada contigo y te maldice en una lengua que no entiendes».

«Cambiaría mi colección entera por recuperar aquella camiseta»

Bryan Ray Turcotte.

Se puede desarrollar un vínculo emocional muy fuerte con la camiseta de una banda de rock. Hay gente que guarda durante décadas aquella prenda que lució con orgullo durante su juventud, por mucho que hoy sea más apta para hacer trapos que para vestirse con ella. Y, por supuesto, se puede sentir nostalgia por alguna camiseta que se perdió por el camino. Bryan Ray Turcotte posee cientos de camisetas punk, incluidos algunos modelos muy valiosos que se han exhibido en muestras dedicadas al arte de este movimiento, pero ni siquiera duda al preguntarle cuál es la más importante para él:«Una camiseta azul claro de Sid Vicious, con las mangas cortadas, que mi prima me regaló cuando yo tenía 13 años. Fue la primera camiseta punk que tuve y, mientras la llevaba, mi cara mostraba una sonrisa permanente. Aquella camiseta me permitía dejar claras mis intenciones en aquella época. Perdí a muchos amigos y también hice muchos amigos nuevos a raíz de aquella camiseta. Una novia me la mangó hace muchos, muchos años. Cambiaría mi colección entera por aquella camiseta, porque su significado no tiene precio para mí».

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