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En aquellos tiempos no había redes sociales como las de hoy, pero los seres humanos –y, muy en especial, los adolescentes– también sentían el impulso de mostrar su personalidad al mundo, de hacer un resumen de sí mismos para que los demás pudiesen ubicarlos con solo un vistazo. La necesidad de validarse a través de la mirada ajena no es, ni mucho menos, una novedad que haya traído internet. A falta de otros soportes donde plasmar ese perfil de gustos y aficiones, los jóvenes de hace décadas (los 80 suelen servir de referencia cómoda, pero en realidad ya se hacía antes y se ha seguido haciendo después) aprovechaban una de las pocas superficies que podían customizar a su antojo: las carpetas del instituto se convirtieron en expositores portátiles donde uno trataba de reflejar, con más empeño que recursos, las cosas que más le interesaban en la vida.
La música, el deporte y la televisión se solían repartir esos centímetros cuadrados, que a veces se organizaban como un collage que trataba de abarcarlo todo y, otras, se centraban de manera monográfica en algún ídolo personal. Es ineludible la referencia a la revista 'Súper Pop', que a partir de 1977 suministró material para buena parte de aquellas composiciones artesanas e incluso acabó fabricando sus propias carpetas, en un curioso reflejo industrial de la espontaneidad callejera. Pero también había universos estéticos a años luz de aquel entorno colorista en el que habitaban Leif Garrett, Los Pecos, Joey Tempest, Rob Lowe o Patrick Swayze: ahí estaban, por ejemplo, los heavies de la clase, con sus sombrías estampas de Eddie (la mascota de Iron Maiden) o alguna imagen escandalosa de los W.A.S.P., por ejemplo.
Por supuesto, la decoración exterior convivía con las dedicatorias de los compañeros en los separadores interiores, aquellos aforismos y versillos que pretendían combinar sabiduría e ingenio: «Busqué en el mar, / pregunté a los peces / y no encontré una dedicatoria / como tú te mereces». Cinco periodistas de Vivir (de 1995 la más joven, de 1971 el mayor) hemos aprovechado las vacaciones de agosto para rebuscar en armarios, trasteros y desvanes de casa de los padres y reencontrarnos con nuestras viejas carpetas del insti... y con la parte de nosotros mismos que se quedó atrapada en ellas.
En primero de BUP (lo digo así porque suena mejor, pero en realidad me tocó la denostada LOGSE), una compañera del instituto, más mayor, más vivida, me escribió en la carpeta la letra de una canción: 'Amor se llama el fuego', de Joaquín Sabina. Y ahí comenzó el 'idilio'. Con ella (qué alegría me da encontrármela de vez en cuando, la última vez precisamente en un concierto) y con Sabina. Aquella carpeta me duró los cuatro años del instituto y la guardo aún: desvencijada, con el forro roto, alguna cartulina suelta, decenas de chuletas pegadas en los separadores. Chuletas escritas en letra apretada que camuflaba en la funda de las gafas o en el 'palestino' que llevábamos por entonces al cuello. Las releo ahora y no recuerdo absolutamente nada: «Cordillera Cantábrica: alineaciones orográficas elevadas y continuas que...». «El contrato de trabajo es aquel por el que un trabajador se compromete a prestar unos servicios...». Pero la canción no se me ha olvidado: «El agua apaga el fuego y al ardor los años, / amor se llama el juego en el que un par de ciegos / juegan a hacerse daño...». Sabina sigue hoy sin tener 'competencia', aunque en esos años de instituto compartiera protagonismo en la carpeta con los futbolistas. Eran los años de Julen Guerrero, de Bakero... y de Míchel, el 8 del Real Madrid, el más guapo de la 'quinta del Buitre'. Le entrevisté años más tarde, pero me dio apuro confesarle que todavía guardo recortes suyos de periódico, de los partidos que jugó en San Mamés...
La de la foto es mi carpeta de tercero de BUP y también viene a ser un espejo mágico que devuelve dos reflejos a la vez: me muestra cómo quería ser y cómo era realmente allá por los 16 años. Yo me sentía la mar de alternativo, aunque creo que a aquellas alturas de los 80 todavía no se usaba la palabrita, pero llegaba hasta donde podía alcanzar un adolescente de clase obrera, de Logroño y sin hermanos mayores: a falta de material chulo, lo que hice fue fotocopiar un par de mis contados discos (en blanco y negro, por supuesto) y plantar uno de ellos en cada lado de la carpeta: por delante va el 'Boys Don't Cry' de The Cure, que se habían convertido en mi gran pasión, y por detrás el 'Meat Is Murder' de The Smiths, que eran los segundos de mi panteón. Por dentro, a cada separador le correspondía un artista, como una capilla cutre, y ahí aparece la mezcla confusa que todavía hoy late en mi interior: Mike Oldfield, Talking Heads, Battiato, El Último de la Fila, Duncan Dhu, Siniestro Total, U2, Vangelis, La Unión, Joy Division, Loquillo, Immaculate Fools, Gwendal... Hoy, al borde de los 50, me da mucha ternura y un poco de repelús aquel crío ilusionado y tirando a pedante. Ah, el contenido de la carpeta está tal cual quedó, como una cápsula del tiempo, con las notas surrealistas de Silvia y Diana, los dibujos punkis de Diego (¿qué habrá sido de él?), el programa de fiestas del instituto (con la elección de míster, miss y cachondo) y los apuntes de mil cosas que hoy no entiendo.
De todas las carpetas que llevé al instituto (y fueron unas cuantas: me encantaba toda la parafernalia de principio de curso de ir a comprar el material, elegir la carpeta personalizarla...), solo una ha sobrevivido al ataque de Marie Kondo que sufrió mi madre hace un par de años y que acabó con todos los recuerdos escolares de mi hermano y míos en un contenedor de reciclaje. Ahora bien, la que ha conservado resume a la perfección mi paso por el instituto. A diferencia de Carlos Benito, yo tenía de alternativa menos tres. Fui la típica estudiante de BUP, esa que cumple con todos los clichés de una adolescente de los 90. Fan incondicional de 'Sensación de vivir', adoraba la 'Súper Pop' y todos los cantantes, grupos y protagonistas de series que salían en ella y que después recortaba para decorar los separadores de las carpetas, en las que por supuesto escribíamos poemas con tal grado de cursilería que dejarían a a Mr. Wonderful a la altura del betún. «De tu ventana a la mía, hay una cinta celeste que dice 'amigas hasta la muerte'». Ahí lo dejo. El fútbol era otra de mis pasiones por aquel entonces, así que, además del escudo del Dépor, siempre llevaba pegatinas de Pep Guardiola y Paolo Maldini.
Conservo dos viejas carpetas. Una de ellas me la regaló una de mis mejores amigas cuando teníamos 14 o 15 años. La forró ella y está llena de imágenes de Mario Casas, Cristiano Ronaldo, El Canto del Loco o 'High School Musical', porque eran los famosos, la música y las películas que nos gustaban en aquel momento. Yo la llevaba superorgullosa, aunque ahora me daría un poco de vergüenza que me viesen con ella porque ya no me identifico con la mayoría de las imágenes. Eso sí, la guardo como un tesoro, no solo porque fue un regalo, sino porque me trae muy buenos recuerdos de esa época. La otra carpeta que tengo guardada la forré yo misma, aunque en este caso con imágenes de frases, como por ejemplo: «Lo esencial es invisible para los ojos», de 'El Principito'. Fue una etapa un poco más mística en la que nació mi vena más literaria. Esa la llevé durante el Bachillerato y, si volviera a la universidad, puede que la recuperase. Además, era una friki de hacer apuntes bonitos y llenos de colorinchis, y dentro todavía conservo algunos de asignaturas que me gustaron, como Literatura Universal o Filosofía. Son cosas que te da pena tirar, aunque no las vayas a volver a utilizar en la vida.
En mi adolescencia había que elegir entre ser pija, grunge o adoratriz de la secta de The Cure. Debo decir que aquellos años no fueron para mí precisamente luminosos, así que nadaba como pez en el agua en el movimiento 'vanguard'. Yo y mi tribu no admitíamos en nuestro armario colores mas allá del negro, el blanco y el morado. Sonreíamos lo justo y bailábamos menos. ¡Los intensitos de la fiesta! Pero, aunque miraba con horror las carpetas llenas de 'sensaciones de vivir' y grupos patrios, yo también usaba mi carpeta para reafirmarme en mi oscuridad. 'Toda negra' era la única condición que ponía en la papelería. Hasta los separadores de dentro eran grises.
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Patricia Cabezuelo
José A. González y Lidia Carvajal
Encarni Hinojosa
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