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Ilustración: Higinia Garay
La 'heterosexualidad obligatoria': ¿dónde están los gais en los libros de historia?

La 'heterosexualidad obligatoria': ¿dónde están los gais en los libros de historia?

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'Maricones de antaño' rescata la «memoria proscrita» de los homosexuales del pasado, del emperador Adriano a Federico García Lorca: «Si incorporamos otros referentes, las nuevas generaciones de personas LGTB crecerán de un modo más libre»

Jueves, 10 de diciembre 2020, 18:01

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Muchos personajes históricos han acabado etiquetados como heterosexuales 'por defecto'. A menos que existan pruebas inequívocas de su homosexualidad, se suele dar por hecho que a los varones les atraían las mujeres y a las mujeres, los varones, con la particularidad de que esas pruebas inequívocas resultan muy improbables en épocas en las que el 'pecado nefando', como lo llamaban, estaba prohibido y castigado. O sea, durante la mayor parte de la historia de la humanidad. El filólogo y activista Ramón Martínez se refiere como «heterosexualidad obligatoria» a la práctica de atribuir sistemáticamente esa orientación sexual a cualquier protagonista del pasado, un sesgo que ha dejado a un montón de personas sin referentes con los que identificarse.

«Lesbianas, gais, bisexuales y trans crecemos sin que nadie nos hable de que en otros momentos de la historia existieron personas que amaron, desearon y se expresaron de un modo similar a como pretendemos hacerlo libremente. Todos los ejemplos de los que disponemos son heterosexuales y por eso llegamos a la edad adulta habiendo construido nuestra personalidad a partir de esos modelos. Pero, si incorporamos otros referentes, todo cambiará: las nuevas generaciones de personas LGTB conseguirán crecer de un modo más libre, gracias a que habrán podido contar con mejores espejos en los que reflejarse», argumenta. Con ese propósito, empezó a recopilar historias en Twitter bajo la etiqueta #MariconesDeAntaño, que ahora se ha transformado en libro de la mano de la editorial Egales. Lo apunta también en el prólogo Cristina Domenech, que acometió una empresa similar con sus 'Señoras que se empotraron hace mucho': «Somos una comunidad que crece casi sin intercambio de información entre generaciones. Cada nueva generación que llega olvida y reinventa, sin que nadie nos enseñe la inmensidad que vino antes de nosotros, los pilares que nos sujetan».

En 'Maricones de antaño', Martínez repasa milenios de historia con la intención de rescatar «una memoria proscrita». A veces la realidad resplandece, quizá oculta a plena vista en las cartas que escribieron los protagonistas, pero en otras ocasiones lo importante es plantearse la pregunta, la duda razonable. Y a menudo se produce una reacción significativa: hay quienes rechazan esa reflexión sobre la posible homosexualidad de un personaje histórico como si equivaliese a una ofensa o un insulto: «Habría que preguntarse por qué consideran que revelar la verdad que han estado escondiendo es algo insultante... Son personas a las que determinadas verdades les resultan demasiado incómodas», reprocha Martínez.

El recorrido de 'Maricones de antaño' arranca hace cincuenta siglos, con los huesos de un varón al que enterraron con rituales de mujer cerca de la actual Praga y con los assinu sumerios, unos sacerdotes que mantenían relaciones sexuales con otros hombres y vivían liberados de roles de género, y ya no se detiene en su búsqueda de indicios de ese amor que tantas veces no se atrevía a decir su nombre. En la Antigua Grecia las relaciones homosexuales se incorporaron a la mitología a través de figuras como el bellísimo Ganimedes, el joven más hermoso de la tierra, raptado por Zeus y convertido en su copero, y también se manifestaban en la vida cotidiana con relaciones de tanta intensidad como la de Sócrates con su discípulo Alcíbiades o la de Alejandro Magno y Hefestión. Y, en Roma, Catulo lo mismo escribía poemas arrebatados a Juvencio («los dulces ojos tuyos, Juvencio, / si yo pudiera besarlos sin cesar, / sin cesar lo haría trescientas mil veces / y nunca conseguiría saciarme») que ridiculizaba a sus adversarios tachándolos de homosexuales, mientras que entre los emperadores hay que citar a Nerón, que mantenía relaciones con varios efebos y llegó a contraer matrimonio con dos de ellos; al escandaloso Heliogábalo, que se refería al esclavo Hierocles como «su marido»; y, por supuesto, a Adriano, que acabó sumando a su amado Antínoo al panteón romano y lo inmortalizó en estatuas por todo el imperio. ¡Hasta bautizó con su nombre una constelación!

El recuento recupera a personajes como San Elredo, que veía la atracción física como un valor importante a la hora de convivir con otros varones en un monasterio, o Alhakén II, califa de Córdoba, tan interesado por los muchachos que no tuvo hijos hasta que una esclava se vistió de jovencito. Una y otra vez aparece la confusa frontera entre el amor homosexual y la amistad estrecha entre varones, con citas que pueden interpretarse como encendidas expresiones de camaradería o como elípticas declaraciones de pasión. «Sería más fácil olvidar la comida, que solo nutre mi cuerpo miserablemente, que vuestro nombre, que nutre tanto el cuerpo como el alma», le escribió Miguel Ángel al noble Tommaso Cavalieri, cuyo rostro aparece en tantas de las figuras pintadas por el artista. Y Francisco de Goya dirigía a su amigo de la infancia Martín Zapater unas cartas que no nos dejarían muchas dudas si las firmase un personaje de fama menos tradicional, en las que se despedía como «el que te ama más de lo que piensas» y solía trazar dibujos obscenos.

Hacer la puñeta

Es un hilo invisible que, a veces con certeza y otras con una convicción fundada, enlaza a Ricardo Corazón de León, Juan II de Castilla, Leonardo da Vinci, Cervantes, Shakespeare, la Monja Alférez, Federico II de Prusia, Emily Dickinson, Goethe, Chaikovski o Hans Christian Andersen: apunta Ramón Martínez que 'La sirenita', inspirado en una relación imposible del autor, es en realidad «la historia de amor entre dos hombres más triste que se haya escrito». También hay vivencias de gente corriente que, paradójicamente, se conocen gracias a la persecución, ya que documentos como las actas inquisitoriales han preservado la memoria de algunos 'pecadores'. Es el caso de Andrés Siciliano, un marinero juzgado en Valencia por seducir a jóvenes y ofrecerles regalos si le permitían «hacerles la puñeta», que en aquella época era sinónimo de la masturbación, o el de los dos jóvenes sorprendidos en unos jardines de la calle del Barquillo, en Madrid, y quemados en la hoguera días después. Como los inquisidores no prestaban mucha atención a la posibilidad del lesbianismo, del amor entre mujeres ha quedado todavía menos constancia.

Al llegar al siglo XX, los perfiles se vuelven más nítidos, con personajes como Antonio de Hoyos y Vinent (marqués, homosexual, dandi y anarquista, que combinaba el monóculo con un mono de obrero hecho de seda) o Álvaro Retana, autoproclamado «el novelista más guapo del mundo» y autor de cuplés como 'Sarasa' y novelas como 'Mi novia y mi novio', que dejó escrito esto en su testamento: «Fallezco sin acusarme de otros pecados que los exclusivamente de alcoba, perpetrados siempre sin perjuicios a terceros y tan de acuerdo con la parte beligerante que inevitablemente solicitaban repetición». Ramón Martínez defiende que el mejor equivalente a Oscar Wilde en nuestro país fue el nobel Jacinto Benavente, que no tenía reparo a tratar la homosexualidad en sus escritos. Se cuenta que, una vez, se cruzó en una acera estrecha con un periodista que le espetó: «Yo no me aparto delante de maricones». Benavente bajó a la calzada y respondió: «Pues yo sí».

De estas decenas de historias rescatadas de armarios cerrados, ¿cuál es la favorita del autor? «Tengo una debilidad especial por Federico García Lorca, y creo que eso nos sucede a un gran número de personas. Es el ejemplo perfecto de que podemos llegar a alcanzar una libertad nunca imaginada, pero que esa libertad siempre ha estado amenazada, tanto entonces, cuando el fascismo lo asesinó, como hoy, cuando nuevos fascismos enseñan sus fauces. Pero quizá la historia que más me guste es la de Adriano y su amante Antínoo. Muestra hasta dónde puede llegar la intensidad del amor entre dos varones: hasta las estrellas, literalmente».

El camino de siglos desde la sodomía hasta la homosexualidad

Detalle de la portada del libro, ilustrado por Juanma Samusenko.

La historia de los homosexuales implica un recorrido por las palabras con las que los ha ido designando la sociedad. Está claro que, en un libro titulado 'Maricones de antaño', los apelativos han de tener su importancia. Durante mucho tiempo se habló de sodomitas, por la ciudad bíblica de Sodoma, aunque fue San Pedro Damián quien, en el siglo XI, empleó por primera vez el término 'sodomía' y sustantivó así el sexo entre hombres. A principios del siglo XVI, Bartolomé Torres Naharro publicó su 'Comedia serafina' y escribió por primera vez la palabra 'maricón', que al principio se empleaba para referirse a varones afeminados pero acabó desplazando a la tradicional 'puto' para hablar de quienes mantenían relaciones homosexuales.

Un siglo más tarde se juzgó a la monja Inés de Santa Cruz y la criada Catalina Ledesma por «bujarronas», curioso uso en femenino de un término que procede de 'búlgaro', por entenderse que el sexo entre varones era habitual entre los de esta nacionalidad. Ambas mujeres, por cierto, fueron condenadas a azotes y destierro. Aún habría que esperar a finales del siglo XIX para que el periodista y escritor Karl-Maria Benkert acuñase los términos 'homosexual' y 'heterosexual'.

Hay otro lenguaje menos visible: el que sirve como contraseña, un código que solo entienden quienes pertenecen a la comunidad. Ahí están las lesbianas del franquismo, 'camufladas' como solteronas y preguntándose unas a otras: «¿Tú eres librera?». O la clave, todavía más restringida, que manejaban Federico García Lorca, Luis Cernuda, Vicente Aleixandre y unos pocos más, que entre ellos se referían a la homosexualidad con el vocablo inventado 'epentismo'. Así, Lorca escribía en una carta: «El epentismo granadino ya es epidemia».

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