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ALBA POCURULL
Y si nos creemos 'cracks' y no lo somos

Y si nos creemos 'cracks' y no lo somos

He aquí unas pistas para saber si se trata de una ilusión de superioridad, llamada efecto Dunning-Kruger

Jueves, 9 de septiembre 2021, 23:04

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A continuación, quizá vayamos a romper el corazoncito a muchas personas que –algunas ostentosamente y otras en secreto– se creen auténticos 'cracks' en algo... y para nada lo son. Es algo que quizá nunca admitiremos, por modestia o por vergüenza, pero casi todos pensamos que somos muy buenos en un terreno: en el trabajo tenemos la idea de que lo hacemos mejor que la media (¡qué media, incluso mejor que el mejor!), vamos a un karaoke y lo damos todo como si fuésemos la reencarnación de Whitney Houston (aunque en realidad estamos machacando el tímpano de la audiencia), contamos chistes seguros de que nuestra gracia no tiene parangón, vamos a ligar y tenemos la convicción de que somos los seres más irresistibles sobre la faz de la tierra, nos leemos cuatro libros sobre un tema y ya nos vemos preparados para aconsejar a cualquiera sobre ello o impartir un máster... ¿Seguimos? La lista es interminable...

Esto es lo que en lenguaje coloquial y castizo se conoce como 'ir de sobrao': pensar que eres un 'crack' e ir por la vida haciendo gala de ello. Pero en psicología tiene un nombre técnico y es un fenómeno muy estudiado. Se conoce como el efecto Dunning-Kruger y afecta en mayor o menor medida a gran parte de la población. Si queremos saber si somos 'carne de Dunning-Kruger', he aquí unas claves para saber identificar este comportamiento.

«A este tipo de personas las vemos con frecuencia en los entornos de trabajo. En psicología los conocemos también como 'manzanas podridas', porque, al final, terminan contagiando su incompetencia a los demás. Es decir, si uno aparenta ser un 'crack' y, aun así, sigue funcionando dentro de la empresa, una parte de los demás pueden reducir su productividad. A fin y al cabo, ¿para qué esforzarme si hay otros que siguen ahí haciendo lo mínimo y convenciendo a los demás de que son los mejores?», explica la psicóloga y escritora Valeria Sabater, quien indica que este efecto psicológico tiene unas causas muy claras. «En primer lugar, la incompetencia. En estas personas es tan acusada que les roba la capacidad mental de darse cuenta de su propia ineptitud. A eso lo llamamos también 'metacognición' (incapacidad de observar y evaluar el propio pensamiento y comportamiento)», apunta la psicóloga.

¿Pero de verdad no son conscientes de que están haciendo un teatrillo y de que, en realidad, son un bluf? ¿Estamos tontos o qué? Nooo, para nada, este efecto no es típico de personas con baja inteligencia. Al contrario. A menudo suele verse en todo su esplendor en individuos que destacan en un área y que, por ello, se creen que ya son ases en muchas más. «Es como el experto en ingeniería espacial que se cree un gurú en biología», pone como ejemplo Sabater .

Así, el efecto Dunning-Kruger consiste en no calibrar adecuadamente las habilidades reales, valorándolas demasiado positivamente. «En ocasiones somos felizmente inconscientes de nuestra incompetencia, lo que es una bonita manera de decir que vivimos felices sin saber la verdad», afirma Marta Calderero, profesora colaboradora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).

Narcisismo

Y la 'culpa' la tiene nuestro cerebro: «Le cuesta ser preciso y no calcula bien el margen de error. Es decir, cuando nos piropeamos a nosotros mismos no nos damos cuenta de si estamos pasándonos un poquito o un montón», explica Calderero. El quid de la cuestión es por qué se produce este error. En opinión de su compañera de la UOC Mireia Cabero, hay dos posibles razones. «Puede ser por motivos inocentes, como la falta de consciencia, o por motivos más personales y que necesitan ser reparados, como la inseguridad, la necesidad de demostrar ego o el narcisismo», advierte. Según Cabero, esta es la razón por la cual, en las culturas patriarcales que han quitado valor a la mujer y han potenciado la valía del hombre, es más frecuente este efecto psicológico entre el colectivo masculino.

Si, al leer estas líneas, estamos revisando nuestros supuestos dones y habilidades y caemos en la cuenta de que nos hemos sobrevalorado..., ¿qué podemos hacer? ¿Le ponemos remedio o mejor seguimos igual? Para quien quiera poner los pies sobre la tierra, hay maneras de hacerlo.

Según Mireia Cabero, podemos cuestionar nuestra autopercepción preguntándonos si tenemos razones reales para vernos de esa forma. Así, podremos construirnos un autoconcepto más real, basándolo en hechos, no en suposiciones, sensaciones y emociones.

Y, como es muy complicado ser objetivo, sobre todo si tenemos el ego muy subido de tono, lo mejor es escuchar los 'feedbacks' que recibimos sobre cómo nos ven otros (ojo, sólo para hacer una comparativa, que la opinión de lo demás tampoco debe marcarnos de manera definitiva). «De esa forma, tendremos más información sobre nuestra imagen externa», recuerda. Ya que parece que nuestra percepción sobre nosotros mismos no es del todo fiable.

«Entramos en bucle. Nos lleva a hacer una tontería tras otra»

Los norteamericanos David Dunning y Justin Kruger descubrieron que no somos para nada objetivos al percibir nuestras limitaciones, un hallazgo que les valió el premio Nobel de Psicología en el año 2000. En su investigación determinaron que hay personas que tienen una opinión desmesuradamente favorable sobre sus habilidades intelectuales y sociales. Por ejemplo, comprobaron que quienes habían obtenido los resultados más bajos en pruebas de gramática y lógica sobreestimaron enormemente la percepción que tenían sobre lo bien que lo habían hecho. Y al tocar las habilidades sociales, el fenómeno era aún más acusado: gente sin ninguna gracia se puntuaba con un 6 en cuanto a comicidad y capacidad humorística. Todo esto no se queda en algo anecdótico: tiene consecuencias. «Entramos en un bucle sin salida: a medida que vamos actuando equivocadamente, vamos adquiriendo experiencia errónea, y eso nos lleva a hacer una tontería tras otra», señala Marta Calderero.

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