«Nuestra vida peligra, el agresor se podría haber acercado y no pasó nada porque Dios no quiso»
Una víctima protegida con la pulsera telemática enumera los fallos del sistema: trazado inexacto del agresor, falta de alertas urgente y un dispositivo que se rompe
Después de varios destrozos que su exmarido hizo en su casa de campo, ella decidió pintarla de azul para que la policía pudiera llegar con ... rapidez a esa zona mal señalizada. Un puente que iba a pasar allí los días encontró un cachorro de podenco ahorcado, colgado en su propiedad. «A mí me encantan los animales, ¿sabes?, y sufrí un impacto brutal», recuerda M. Q., una de las víctimas que padeció también el funcionamiento defectuoso del dispositivo de protección de las pulseras telemáticas y del nuevo centro Cometa. «No era mi perro. Era uno suyo de su red de cazadores. Lo ahorcó con una cuerda naranja. Fue terrible». Unas horas después volvió el hombre para causar más daño, pero la policía le detuvo. Con ese episodio sumado a otros tantos que incluían el destrozo de su coche o de la cerradura de su domicilio en la ciudad, el juzgado decidió reforzar con una pulsera telemática la orden de alejamiento de 500 metros que ya tenía. Era 2015. «Para que te den la pulsera tiene que ser una cosa muy extrema», dice.
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Ella se había casado en 2008, con 40 años, y cuatro más tarde, en 2012, su entonces marido le pegó. «La relación se fue deteriorando muchísimo y lo denuncié, pero al final, como otras muchas, terminé por retirar la denuncia y darle una oportunidad más. Cuando creí que me iba a volver a pegar, me fui y me divorcié». El acoso comenzó por Whatsapp, camuflado en declaraciones de amor y disculpas, hasta que ella decidió «cortar radicalmente y él empezó a romper todo en mi casita de campo, que era una ilusión muy grande para mí. Vallas, asientos, macetas, cualquier utensilio que tuviera», rememora M. Q., que ha puesto en marcha una recogida de firmas para mejorar el sistema de protección, en Change.org. «Durante tres años subió poco a poco la chista y para mí fue desolador».
Tras aquella detención, a él le pusieron una pulsera telemática para seguir sus movimientos y le prohibieron acercarse a la víctima. A ella le dieron un móvil que pitaba y por el que recibía una llamada cada vez que él se acercaba. Era el protocolo. Él se dedicó a «entrar y salir de la zona prohibida», con la intención de activar la señal. «Me llamaba Cometa por teléfono cada vez. Te decían: el agresor ha entrado en la zona. ¿Dónde está usted, está acompañada? En un año sonó 600 veces. Siempre de madrugada». ¿Lo detenían? «No. La policía no acudía, porque era cosa puntual, pero la llamada sí la hacían. Yo sigo sin comprender cómo no había consecuencias para él», mantiene M. Q., gerente de una empresa familiar con estudios altos, «alegre y muy querida en mi círculo de amistad».
Con todo, ella estaba protegida y él, vigilado, aunque el dispositivo se hubiera convertido en una herramienta más del acoso. «Esto era con el sistema antiguo. Con una incidencia, se podían pedir los 'saltos' y te mandaban rápidamente la información con la que ir al juzgado. Gracias a eso, a él lo metieron en prisión provisional». La pulsera, que a los agresores machistas les colocan en el pie o en el brazo, para detectar la proximidad, emite una señal al centro Cometa y al móvil con una 'app GPS' que le entregan a la mujer.
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«Me cambiaron a un aparato más grande que un iPhone 16 Pro. No es disimulable ni cómodo para las mujeres. No piensan en eso, en las que lo tenemos que tener siempre encima».
Con aquel sistema, que gestionaba Telefónica, había margen para mejorar el servicio, reflexiona la víctima: «Era un móvil de muy mala calidad, que debías tener siempre, aparte de tu propio teléfono. La app nos la podrían instalar a nosotras en nuestro móvil y nos ahorraríamos esos aparatos, y no lo hacen». Pero en vez de mejorar, las cosas empeoraron.
De mal en peor
Llegó 2023 y le sonó el teléfono de Cometa, cuando M. Q. ya tenía bastantes años con el sistema de la pulsera telemática. «Era un número diferente y me dijeron: somos Cometa y te vamos a cambiar el aparato». El Ministerio de Igualdad había contratado a una compañía distinta, Vodafone, para encargarse de este sistema de protección. «Me dio una sensación malísima, me cambiaron a un aparato más incómodo, más grande que un iPhone 16 Pro. No es disimulable ni cómodo para las mujeres. No piensan en eso, en las que lo tenemos que tener siempre encima».
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Y empezaron los fallos, que enumera M. Q.: dejan de avisar de cada incidencia, como cuando se acerca la persona; una llamada urgente de la víctima a Cometa puede tardar cinco minutos «esperando a que te atiendan»; el nuevo dispositivo «se rompe súper fácil, a mí cuatro veces en un año y el antiguo no se rompía»; tampoco alertan cuando se empieza a acabar la batería, para evitar descuidos, como antes hacía «la otra empresa. Son comunicaciones obligatorias». Por ejemplo, un día ella estaba en su casa de campo y el teléfono sonó 34 veces, alertando que él se acercaba, «pero a mí no me llamaba Cometa ni la policía». Ella denunció en el Juzgado de Violencia de Género correspondiente. Sin embargo, el trazado del nuevo sistema fallaba en algo más que en falta de personal: era inexacto. «La jueza me denegó la posibilidad de tener un juicio porque dijo que no se veía claro». Para entonces él tenía una condena de tres años en prisión y un exconvicto, con el que él había compartido celda, le había advertido que estaba buscando un sicario para acabar con su vida, acusa M. Q.. A él le habían caído otros cuatro años, gracias al rastro del sistema de la pulsera que ahora fallaba. «Unas veces funciona y otras, no. Aquella vez no fue nadie ni me llamaron. Con el sistema anterior no hubiera pasado».
Como víctima que estuvo con ambos sistemas durante varios años, M. Q. es tajante: «Nuestra vida peligra, la mía y la de todas las mujeres. El agresor se podría haber acercado y no pasó nada porque Dios no quiso». Cumplida la pena del agresor, se acabó la protección de la pulsera. Ahora ella tiene un pastor alemán y nunca sale sola a la calle. «La que está presa soy yo».
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