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El castillo de Montrésor fotografiado desde la zona conocida como 'El Balcón', que ofrece unas vistas de postal a las orillas del río Indrois.

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El castillo de Montrésor fotografiado desde la zona conocida como 'El Balcón', que ofrece unas vistas de postal a las orillas del río Indrois. Virginia Carrasco

Turena: el tesoro escondido del Loira

Una ruta medieval de Loches a Tours, con parada en los castillos de Villandry o Langeais y pueblos con encanto como Montrésor o Chédigny

Virginia Carrasco

Tours (Francia)

Viernes, 5 de julio 2024, 23:22

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Los castillos suelen ser la imagen imborrable del Loira. En la Turena francesa, provincia histórica bañada por sus aguas y las de sus afluentes, no es diferente. Sus châteaux no tienen nada que envidiar a los de otras regiones. «Los castillos son uno de los principales atractivos de la zona» reconoce Olivier Châble, responsable de comunicación de turismo de Loches «Tenemos varios emblemáticos y con un importante pasado» Como ejemplo, Villandry, el último de los grandes palacios renacentistas del valle. A principios del siglo XX el científico español Joaquín Carvallo lo compró junto a su mujer y juntos le devolvieron todo su esplendor, con seis jardines de estilo francés que justifican con creces sus 300.000 visitantes al año.

Un poco más al oeste se levanta orgulloso el castillo de Langeais, escenario de la boda secreta en 1491 entre Ana de Bretaña y Carlos VIII que supuso la anexión del ducado bretón al reino de Francia. Su puente levadizo, su foso, su camino de ronda o la ambientación de sus estancias, con una mesa completamente preparada para un banquete propio del siglo XV hacen volar la imaginación. «Pero quedarse sólo con ellos sería un error» continua Châbles «Hay que ir más allá y aventurarse para descubrir los tesoros locales escondidos» La ruta por territorio poco transitado merecerá, y mucho, la pena.

Loches, la «pequeña Carcassone» del valle del Loira

Pasear por las calles medievales de esta ciudad real a orillas del río Indre es una delicia para el viajero que huye del turismo de masas. Por un lado está el casco histórico, un entramado de callejuelas empedradas con edificios renacentistas donde destacan el Ayuntamiento, la Chancillería o la Casa del Centauro, que evocan un viaje en el tiempo a una época donde Loches fue una parada clave en la ruta que unía París con España. Por otro, en la parte alta, la ciudadela fortificada a la que se llega a través de la antigua Puerta Real, su único acceso.

Rodeada por más de 2 kilómetros de muralla, en su interior se encuentra la Torre del Homenaje, una de las mejor conservadas y antiguas de Europa (data del siglo XI), reconvertida posteriormente en prisión y el palacio que sirvió de alojamiento real. Aquí arriba, en las dependencias más nobles, la historia tiene nombre de mujer. De tres, concretamente. Agnès Sorel, favorita de Carlos VII y primera amante de un rey de Francia oficialmente reconocida, vivió y fue enterrada en la contigua colegiata románica de Saint-Ours. Ana de Bretaña, esposa de dos reyes, propició la creación de una corte ecléctica y elegante, y Juana de Arco, que estuvo en la ciudad hasta en dos ocasiones en la campaña contra los ingleses, instó a Carlos VII a coronarse rey en Reims.

Montrésor, Langeais y Chédigny, tesoros por encontrar

A escasos 20 kilómetros al este de Loches, se llega a Montrésor, una de las joyas escondidas de la región. Reconocido como uno de los 100 pueblos más bonitos de Francia, este lugar de 300 habitantes invita al visitante a perderse por sus calles, pasear con tranquilidad por la orilla del río Indrois y disfrutar desde su ribera de unas vistas panorámicas de postal difíciles de olvidar. La colegiata gótica o el antiguo Mercado de Cardadores (Halle des Cardeux), que aún conserva sus pilares de madera de 1700, son otros de los atractivos de un pueblo conocido por los lugareños como 'la pequeña Polonia de Turena' por la importante presencia de la comunidad polaca. Y es que en el siglo XIX su castillo renacentista fue comprado y renovado por el conde Xavier Branicki, un exiliado polaco cuyos descendientes siguen pasando alguna temporada en él.

El plan cultural se puede combinar con una vuelta al aire libre por Chédigny, el único pueblo francés con la denominación de Jardín Notable. Más de 1000 rosales de 350 variedades diferentes adornan sus fachadas y aceras. Las rosas, pulcramente etiquetadas y catalogadas, son cuidadas únicamente por los jardineros del pueblo, que ha logrado tener ya tres variedades autóctonas. Lo que un alcalde promovió hace 25 años como manera para aumentar la calidad de vida de sus vecinos se ha convertido ahora en un importante foco de atracción, con más de 120.000 visitantes al año, coincidiendo sobre todo con la época de floración. El Jardin du Curé, al lado de la parroquia, es un réplica del antiguo huerto del cura donde se pueden ver árboles frutales, plantas medicinales e incluso un pequeño viñedo para aquellos que se queden con ganas de más.

Tours, la capital peregrina

Ciudad de bullicio estudiantil y punto de encuentro religioso ( el camino de Santiago también pasa por aquí), cuna de personajes tan dispares como Honoré de Balzac o la cantante Zaz, Tours es un lugar de contrastes. La plaza Plumereau, centro neurálgico de la vida social y hostelera, animada día y noche por terrazas siempre llenas, está a apenas unos metros de la Basílica de San Martin, meta de miles de peregrinos en busca de la tumba del santo local, cuyo cuerpo fue reubicado hasta en cuatro ocasiones. De la enorme basílica original solo quedan la Torre de Carlomagno y la Torre del Reloj, pero su impronta aún puede percibirse en la ciudad.

«En Rue du Change, justo a la esquina de las seis casas medievales con entramados de madera que aún se conservan, en el siglo XV se podían intercambiar hasta 52 monedas diferentes», indica Nicolas Corte, guía turístico oficial. «Eso da una idea de la importancia de Tours desde la Edad Media, porque no era nada común tener ese tipo de servicios entonces» Visitar la catedral gótica de Saint-Gatien con sus vidrieras, pasear por la Rue Colbert y admirar los edificios de piedra blanca hechos con la toba de la región o adentrarse por el pasaje de Coeur Navré siguiendo los últimos pasos de los condenados a muerte en la Place Foire le Roi son otras formas de conocer los secretos de una ciudad que tiene como símbolos un elefante y un cedro.

El arte del buen vivir

Y es que el último, pero no por ello menos importante, atractivo de la región es que han sabido encontrar el difícil equilibrio entre patrimonio histórico y cultural y ese arte tan francés como es el buen vivir. Lo describe a la perfección Aleksandra Cheuvreux, gerente del Domaine de la Trigalière «El buen vivir es comer bien, beber bien. Relajarse y disfrutar, conectar de nuevo con la naturaleza. En resumen, desconectar» instruye Cheuvreux. Todo ello se practica en el bosque de 1300 hectáreas del que es copropietaria, donde las opciones son infinitas: desde paseos en bicicleta hasta pescar o nadar en las refrescantes aguas de su lago.

Se puede lograr también durmiendo como reyes en el Château de Charnizay, donde Marine, la dueña, acoge a sus huéspedes compartiendo cena con productos locales. Y si lo que se busca es la gastronomía, un almuerzo en el Château de Rochecotte o en el restaurante George de Loches es una apuesta segura. Los apasionados del buen vino deben darse una vuelta por los alrededores de Saint-Nicolas-de-Bourgueil, rodeado de viñedos con denominación de origen propia, y si se quiere algo más informal, las Guinguettes de Tours siguen reuniendo a las orillas del Loira a todos aquellos que quieran beber, comer, bailar y socializar en un ambiente distendido con vistas al río. El atardecer desde allí, después tal vez de un paseo en 'toue', barco tradicional que aún hoy surca las aguas del Loira, sería el punto y final perfecto de una ruta que aúna castillos, paisajes e increíbles pueblos medievales.

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