El pueblo de nueve habitantes que no ardió por los rumiantes
Ramiro y su ganado salvaron San Xulián, el más pequeño de los pueblos afectados por el descomunal incendio de Larouco, en Ourense. «Los políticos tienen que aprender de los que trabajan la tierra»
«Venir aquí a las tres de la tarde es de valientes». Lo dice bajo un sol de justicia Ramiro Folla, uno de los nueve habitantes de la aldea de San Xulián, una parroquia del concello de A Rúa, en el interior de la provincia de Ourense, un rincón gallego de la España vaciada encaramado sobre una montaña de alcornocales, choperas, castaños y abedules que el fuego ha reducido a troncos esqueléticos aún humeantes y a tierra quemada.
San Xulián, con apenas una decena de vecinos empadronados, es el pueblo más pequeño de todos los afectados por el incendio de Larouco, ya estabilizado, el más grave en la historia de Galicia, que ha devorado 45.000 hectáreas, incluidas las 1.105 de la sierra que rodea la aldea, y que sirven de pasto natural a las 200 cabras, el centenar de ovejas y las dos vacas de Ramiro, que hoy, sin forraje que llevarse al vientre, se mueren de hambre metidas en una nave industrial.
El pueblo está formado por una treintena de viviendas (aunque solo cinco permanecen habitadas todo el año), cuenta con una vieja ermita del siglo XVIII y su única calle (sin asfaltar) está jalonada de establos y casas de piedra, muchas en estado ruinoso, que se levantan junto a dos acequias por donde corre un agua cantarina, que aporta algo de frescor al calor infernal de las tres de la tarde. Las meigas de esta aldea vivieron en otro siglo tiempos mejores, pero hoy el aspecto de San Xulián es triste, tan lúgubre y dantesco como el paisaje quemado que la rodea.
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Ramiro, el único habitante que hemos podido encontrar a la hora de la siesta, nos recibe en bañador, con el torso desnudo y calzado con zapatillas de invierno de andar por casa («si me paro se me enfrían los pies, debo de tener mal la circulación»). Educado y pudoroso nos pide que para las fotos esperemos a que se enfunde una camiseta, la del club de pádel de A Rúa, el municipio a cinco kilómetros ladera abajo.
De 70 años, casado con Marina y padre de tres hijos, de entre 30 y 40 años, Ramiro se ha ganado la vida primero como conductor de camión y después como profesor de autoescuela. Desde que se jubiló es ganadero, un «quebradero de cabeza» que sufre «muy a gusto» por el amor que él y su esposa sienten por la vida rural.
«Tengo todos los carnés posibles, también los de maquinaria agrícola. Mi vida ha sido conducir y enseñar a conducir. Hasta que me jubilé y me vine aquí, de donde es mi mujer, a disfrutar de la vida en el campo y del ganado».
De su época de conductor apunta con retranca cuando se presentaba en público: Ramiro Folla. «Ya sé que suena mal, pero qué le vamos a hacer. Es mi nombre y mi apellido, que es 'folla' en gallego y 'hoja' en castellano. Recuerdo que cuando lo decí, la gente, sobre todo las mujeres, se me quedaban mirando como si les estuviera tomando el pelo y para no parecer irrespetuoso les enseñaba el DNI», esgrime nuestro caballero.
Ramiro salvó la vida de chiripa. El incendio de Larouco, el peor de toda la historia de Galicia, cogió fuerza cabalgando a sus anchas hacia San Xulián empujado por el viento. Cruzó abrazándolo el embalse de San Martiño, luego las vías del ferrocarril y la carretera de A Rúa reptando desbocado hacia la montaña, calcinando a su paso los bosques que rodean la aldea.
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Él, su mujer y sus tres hijos se atrincheraron en su casa provistos de mascarillas «más por miedo al humo que al fuego». Pronto llegó una brigada de bomberos forestales con dos autobombas para tratar de sujetar las llamas, sin conseguirlo. Luego lo hizo una patrulla de la Guardia Civil que les aconsejó abandonar la vivienda porque las llamas estaban a 20 metros. No lo hicieron.
Provistos de palas y mangueras, la familia logró apagar las llamas más próximas a la vivienda y buscó refugio en una zona que ya estaba quemada, una especie de oásis de ceniza a salvo del fuego «porque ahí no quedaba nada por quemar». Sobrevivieron los cinco. «Me siento afortunado. Si no llegamos a alcanzar ese lugar, estaría muerto», afirma con el miedo aún metido en el cuerpo. El incendio penetró en otras zonas del pueblo rodeadas de maleza, destruyendo por completo dos viviendas, una de ellas recién restaurada. «Es de una familia de San Xulián, pero viven en Francia y no estaban aquí».
«Sin maleza no hay incendio»
Hasta que el fuego arrasó con el monte, Ramiro soltaba temprano por la mañana sus cabras y ovejas por el campo junto a sus cinco mastines. No regresaban hasta el atardecer con las panzas bien llenas de los nutritivos matorrales que crecen en este rincón de los confines de Ourense, una tierra rica en helechos que aquí llaman fengos, y otras plantas salvajes, que denominan carqueixas, toxos y xestas. Todo esto hoy es pura ceniza. No hay pasto para alimentar su ganado y Ramiro está tirando del forraje que le ha enviado un sindicato de agricultores y de las patatas que recoge en los alrededores. Aún así no es suficiente.
Sentado tranquilamente en las escaleras de su casa, una rústica construcción de piedra con tejado de pizarra, Ramiro cuenta triste y resignado que sus animales llevan días sin apenas comer por culpa del fuego que ha quemado todos los pastos de alrededor y los bosques de abedules, choperas, castaños y alcornoques que coloreaban de verde un paisaje que hoy es una pesadilla, con esas laderas ennegrecidas que respiran ceniza. «Antes del fuego, había comida para esos 300 animales y otros mil más. Ahora se me mueren de hambre. Ya se me han muerto tres cabras. Su dieta es el forraje del campo. Y gracias a que han comido ese forraje, el fuego no ha llegado con tanta fuerza al pueblo. San Xulián se ha salvado gracias al ganado que limpia los montes. Cuando yo era pequeño», añade, «el campo se cuidaba más; las ovejas, las cabras y las vacas se alimentaban de la vegetación y no había la cantidad de matorral que hay ahora, que es el combustible del fuego».
Ramiro, que es el presidente de la Comunidad del Monte, que gestiona los montes de San Xulián, La Rúa y Fontel -otra parroquia del concejo-, se lamenta de que ahora nadie quiere cultivar la tierra ni dedicarse al ganado. «Prefieren irse de vacaciones o de fiesta. Es normal porque es una vida sacrificada y los animales necesitan comer todos días». Él dice que lo hace por amor a la vida rural. «Mi mujer y yo tenemos una pensión de tres mil euros entre los dos. No necesitamos el ganado para comer, pero nos gusta y también me siento un poco en la obligación de mantener el pueblo vivo porque si nos vamos todo esto se muere».
Por eso, tras el incendio que ha asestado este golpe de gracia al pueblo, Ramiro admite en tono solemne y con una rabia alimentada por el dolor que está «jodido», y echa en cara a los políticos «de un lado y de otro» que nunca estén a la altura cuando se trata del medio rural. «Los políticos enseguida se suben a la parra, pero no conocen la tierra. Pasan de nosotros. Somos pocos y no les interesamos. Te voy a poner un ejemplo. Yo llevo ocho años esperando a que me permitan quemar en invierno una parcela con maleza y no hay forma». Ante este «abandono» del campo, opina que «dentro de dos o tres años» esta zona de Ourense volverá a arder «si los políticos no se toman en serio la gestión de los montes». Y advierte una vez más: «Si no hay maleza, esto no arde; y el ganado contribuye a mantener la maleza a raya. Si los montes no se limpian esto volverá a arder porque cuando no es un rayo, es un loco que les mete fuego. Que los políticos se bajen de la parra y se dejen aconsejar por los que saben de esto».
Con pena, pero con la ilusión intacta, Ramiro no respirará tranquilo hasta volver a ver a sus 300 cabras y ovejas pastando de nuevo al aire libre entre carqueixas, fengos y toxos . «Son las que nos van a salvar del próximo fuego», vaticina el señor Folla, el 'héroe' del pueblo más pequeño frente al incendio más grande.
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