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Si una rana se pone de repente en agua hirviendo, saltará, pero si la rana se pone en agua tibia que luego se lleva a ebullición lentamente, no advertirá el peligro y se cocerá hasta la muerte.
Algo así parece haber pasado con las Urgencias del hospital Insular de Gran Canaria, que sufre una saturación que ya en 2001 ocupaba la portada de este diario y que, tras más de dos décadas, sigue siendo noticia.
En los últimos 22 años han cambiado el personal, los pacientes, los escenarios y las proporciones del desbordamiento, pero los elementos básicos del problema son idénticos: una infraestructura insuficiente para dar respuesta a una demanda creciente debido a la reducida capacidad del hospital para acoger nuevos ingresos. La respuesta a las reiteradas denuncias del personal también ha sido la misma: parcheados puntuales o insuficientes para aliviar un problema estructural, incluido el traslado del servicio en 2011, tras ocho años de espera, y que al mes de estrenarse se revelaba insuficiente.
Y eso aunque, desde 2001, al frente del Servicio Canario de Salud han estado once personas y por la Consejería de Sanidad han desfilado diez responsables de distinto signo (de Coalición Canaria hasta el 2007 y entre 2010 y 2019; del PP, de 2007 a 2010, y del PSOE entre 2015 y 2016 y a partir de 2019). «Lo peor es que cada cuatro años hay que volver a empezar a explicarle a los políticos lo que ocurre en el servicio. No hay un pacto que trascienda de esos cuatro años y que busque una solución a largo plazo», señala Francisco Socorro, un urgenciólogo jubilado en 2022 tras 27 años trabajando en Urgencias del Insular.
La rana estuvo a punto de perecer el lunes 13 de marzo. Ese día el colapso de Urgencias fue absoluto. El hospital registró una ocupación del 100%, 130 personas se quedaron varadas en el servicio a espera de ingreso, 50 repartidas en camillas por los pasillos. La avalancha de pacientes obligó a bloquear las ambulancias durante tres horas en las puertas del hospital por la falta de camillas para dejar a los enfermos. El personal teme cometer errores, pide disculpas a los pacientes y sufre viendo las condiciones en las que, sobre todo personas mayores, se arrinconan en camillas y desprovistas de casi todo, hasta de su intimidad.
«Duele ver el sufrimiento de los pacientes. Somos sus manos, sus piernas, su voz... Están en camillas con colchones de diez centímetros. Al par de horas, sienten los hierros. No se pueden levantar. No hay una mesita para poner unas gafas, un audífono... Se les retira todo por riesgo de que se pierda. No hay sitio para una botella de agua. Se les da agua vaso a vaso. Son tantas cosas... », lamenta la enfermera Yasmina Amador, testigo de la transformación del servicio en estos 22 años.
Recuerda que en 2001 solo había 35 camas y hubo picos puntuales de sobrecarga. «La demanda de la población no tenía nada que ver con la de ahora. El tipo de paciente era distinto, más joven. La población ha envejecido mucho y tiene patologías agravadas. Antes, subían a planta, y las altas se daban en dos, tres días o una semana. Ahora, tardan un mes o dos meses», explica sobre la falta de camas en planta.
Este déficit se acentúa por el uso de camas hospitalarias para personas con alta médica. Un problema añejo que afloró en las páginas de este diario en 2005, cuando se informó de que seis pacientes vivían en el Insular a la espera de plaza sociosanitaria. En 2014, en tiempos de Paulino Rivero, 390 personas con alta vivían en los hospitales. Ahora, hay cien en el Insular.
En 2005 empezaron a asomar las camillas en los pasillos de Urgencias. El entonces presidente Adán Martín achacó el colapso a la gripe. Sería el primero de muchos en usar este argumento.
El espacio también ha cambiado. En 2001, Urgencias estaba en un área pequeña próxima al CULP. En 2011 el servicio se mudó a su ubicación actual. Al mes de abrir, sus carencias saltaban a nuestras páginas. «Era pequeño. Llevábamos ocho años esperando por ese servicio y era casi igual», dice.
En 2015 el problema se recrudeció. El personal reaccionó con una huelga. Pedían adecuar la plantilla a la demanda y habilitar espacios para que quienes estuvieran a punto de morir pudieran tener compañía. Ese año se liberó la planta 8 norte para 20 camas de Medicina Interna. Eso aligeró el servicio, relata Amador.
El personal acudió a la Fiscalía para dirimir responsabilidades en tres ocasiones; 2005, 2015 y 2019. «Por denuncias que no sea, pero es como hablar con una pared. No hay respuesta», señala.
El desbordamiento fue creciendo. Desde 2015, el uso de los pasillos es más frecuente. Tras la pandemia, permanente. El personal y los familiares de los pacientes denunciaron la situación en este diario en 2021 y el año pasado.
«Los pasillos pasaron de ser para gente pendiente de ambulancia, a usarse para ingresados sin cama y gente en estudio. Hay de todo y mezclado. No hay tomas de oxígeno. No hay material. Ni baños. Ni intimidad. Son zonas de tránsito. Es denigrante. Parece que estamos en guerra», sostiene la enfermera que no teme llegar al hospital a las 8 de la mañana un lunes y encontrar los pasillos llenos mientras llegan más pacientes. «No voy con miedo, sino con pena por los pacientes. Siento tristeza e impotencia», dice Amador testigo de cómo grandes profesionales abandonan el servicio. «Pasa el tiempo y no ven una mejora. No aguantan», insiste la enfermera que combina el trabajo asistencial con la formación del personal nuevo.
La solución aún no se divisa. Ni el consejero de Sanidad, Blas Trujillo, se atreve a realizar previsiones más allá del inicio del derribo del viejo Colegio Universitario de Las Palmas (CULP) en mayo. Allí se levantará, en un futuro indeterminado, un edificio que albergará, además de urgencias, medicina ambulatoria, anatomía patológica, cuidados paliativos, admisión o consultas externas.
Para el personal, la solución pasa por derivar a otros centros a las personas con altas y fomentar el cuidado a los mayores con más centros de día, ayuda a domicilio y residencias sociosanitarias. «Hay que reformar el modelo asistencial haciendo hincapié en la persona mayor dependiente, nuestro paciente estrella en Urgencias. Mientras no se plantee una acción global, vamos a estar igual». afirma el veterano Francisco Socorro.
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