Un 'gimnasio' vasco para luchar contra el sida
Un laboratorio de la UPV/EHU emplea tecnología punta para dar con una cura y una vacuna para el VIH
La bioquímica Edurne Rujas tiene montado una especie de gimnasio en su laboratorio del Instituto Biofisika, situado en el campus de Leioa de la Universidad del País Vasco. Pero no es ni para ella ni para Pablo Carravilla, el colíder del equipo. Tampoco para Ander Ramos ni Joao Zulaica, los dos investigadores predoctorales que les ayudan en su investigación. Las mancuernas y las máquinas de musculación no son las habituales. Tienen forma de microscopios, probetas y ordenadores y su misión es entrenar a nuestras defensas para hacer frente a uno de sus peores enemigos: el VIH, el virus que causa el sida. Este 'gimnasio' tiene un nombre: ingeniería de anticuerpos.
Desde que se descubrieran los primeros casos en 1981 en California y Nueva York, y dos años después se identificara a este microorganismo como la causa de la enfermedad de la que hoy se celebra el Día Mundial, los avances médicos han logrado que los pacientes infectados puedan llevar una vida completamente normal.
En Euskadi se detectan cada año alrededor de 125 nuevos casos y cerca de 6.200 personas reciben tratamiento con antirretrovirales, unos fármacos que reducen la carga viral –la cantidad del patógeno en sangre– a niveles indetectables, de manera que ni puede transmitirse ni dañar al organismo. Sin embargo, «sigue sin haber ni una cura ni una vacuna», explica la investigadora Ikerbasque.
Son muchas las razones que hacen del VIH un adversario especialmente escurridizo. Una de ellas es que es capaz de insertarse en el ADN de nuestras células, de forma que puede permanecer 'durmiente' durante años y resultar indetectable para el sistema inmune. Una segunda razón es que ataca precisamente a quienes tienen que combatirlo. A diferencia de otros microorganismos, el virus del sida ataca a las células del sistema inmune. Y no a cualquiera de ellas. Dentro del 1,2 billones de glóbulos blancos que nos defienden, hay muchos tipos de soldados. Los macrófagos, los eosinófilos, las células asesinas naturales… Y unos generales, los linfocitos CD4, claves para producir las balas que destruyen a los invasores, los anticuerpos. Estos, los CD4, son precisamente el objetivo del VIH.
Sin embargo, la característica que más complica el trabajo de los científicos «es su enorme capacidad de mutación», destaca Rujas. Para que se hagan una idea, se calcula que dentro de una persona con VIH no tratado se encuentran más variedades del virus que todas las diferentes cepas de coronavirus en todo el planeta. Esto hace que pueda esquivar muchos de los ataques del sistema inmunitario, especialmente de los mencionados anticuerpos, que tienen dificultades para reconocer a un patógeno que cambia tanto y tan rápido.
Carrera armamentística
Cuando se produce la infección, comienza una «carrera armamentística» en la que nuestras defensas atacan al virus y este se defiende mutando una y otra vez. A la larga, el VIH acaba imponiéndose, nos desarma y nos hace vulnerables ante cualquier infección oportunista, que es la que suele resultar mortal. Es aquí donde entra la ingeniería de anticuerpos para ayudar a nuestras defensas.
En el caso de este particular 'gimnasio' contra el sida, Ander Ramos hace las veces de entrenador de anticuerpos. «Tratamos de hacerlos más fuertes, más potentes, para que con un menor número tengan mayor capacidad de evitar la infección», detalla sobre su trabajo, financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación. Algo así como ponerlos cachas.
Pero, como ocurre con todo lo relacionado con este enemigo, no es tarea fácil. Dado que muta con tanta facilidad, han tenido que buscar una parte que no cambia tanto, una «zona vulnerable». De los seis talones de Aquiles que se conocen en las proteínas de la superficie del virus, han elegido una región llamada MPER, ubicada en el «ancla» que utiliza para unirse a nuestras células e infectarlas.
«Estos anticuerpos se obtienen de personas llamadas neutralizantes de élite, individuos que generan de manera natural defensas extraordinariamente eficaces contra el virus», detalla la bioquímica. Estos son los que Ramos 'entrena' para «darles unas capacidades superiores. Los modificamos químicamente para reforzar su afinidad por la región MPER. Con ello logramos que se unan con mayor firmeza y neutralicen un abanico amplio de variantes del VIH con más eficacia».
«Un vehículo inteligente»
Hasta aquí la terapia. El trabajo del equipo tiene una segunda línea de investigación, en este caso financiada por el Gobierno vasco: el objetivo es desarrollar una vacuna. De ello se encarga Joao Zulaica. En una infección común, el sistema inmunitario reconoce los antígenos –virus, bacterias...– que actúan como señales de alerta y desencadenan la respuesta defensiva. «El principal desafío con la región MPER del VIH es que, por sí sola, apenas genera una respuesta inmunitaria y, además, permanece parcialmente oculta en la propia membrana del virus, lo que dificulta aún más que nuestras defensas la detecten», expone el joven investigador.
«Lo que hacemos es incorporar esa región MPER –es una proteína– dentro de un 'vehículo inteligente' capaz de dirigirse específicamente a las células del sistema inmunitario que deben reaccionar. Es una forma de decirles 'esto es lo que debe ser reconocido y atacado'». La idea es convertir un objetivo casi invisible en uno evidente. «Intentar que el sistema inmune identifique esa parte del virus es como buscar un alfiler en un pajar. Este vehículo funciona como un conjunto de focos sobre ese alfiler, haciéndolo mucho más visible para que el sistema inmunitario pueda detectarlo y responder», precisa Rujas.
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