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El Sodalicio de Vida Cristiana es un grupo laico de derecho pontificio afincado en Perú, pero que funciona en Chile, Ecuador, Colombia, Costa Rica, Brasil y Estados Unidos. Sus miembros juran cumplir votos de pobreza, castidad y obediencia, pero los tentáculos de la comunidad, espoleada por su afianzado poder político y económico, se adentran en asuntos muy turbios, incluidas las denuncias de pederastia. Un antiguo fiel de la organización la ha calificado como «tóxica, sectaria, mafiosa y corrupta de fachada religiosa».
El Sodalicio fue fundado en Lima en 1971 por el laico consagrado Luis Fernando Figari. En 1986 Josef Ratzinger, entonces prefecto (ministro) de la Congregación para la Doctrina de la Fe, visitó la capital peruana con un mensaje de respaldo de Juan Pablo II al grupo, y once años después fue el propio pontífice polaco quien la aprobó y bendijo con el apoyo de no pocos cardenales y obispos. Actuaba, además, al amparo del concordato firmado entre el Gobierno peruano y la Santa Sede, lo que le dejaba manga ancha para actuar con impunidad y ampliar su patrimonio.
Eran tiempos en los que se propagaba el movimiento de la Teología de la Liberación también liderado por un peruano, el sacerdote Gustavo Gutiérrez, pero en este caso en favor de los pobres y en diálogo con el marxismo. El Soladicio, conservador y mimado por la derecha, servía como competidor, al tiempo que se sentía legitimado y respaldado para desalojar a los campesinos de sus tierras, según se ha sabido ahora.
Figari hablaba de sus miembros como «mitad monjes, mitad soldados» en una supuesta batalla contra los enemigos de la fe. Benedicto XVI, elegido ya papa, nombró a Luis Fernando Figari consultor del Pontificio Consejo para los Laicos, lo que le dio nuevos galones.
En 2015 se hicieron públicas las primeras denuncias contra los responsables del Soladicio, muchas de ellas por abusos fisicos y sicológicos, y también sexuales. Figari se paseaba por el continente dando entrevistas para defender las bondades de su movimiento, hasta que, en 2017, el Vaticano le prohibió hablar de manera pública y le ordenó que regresara a Lima. Pero siguió funcionando. Ahora, el papa Francisco ha enviado a la ciudad a su mejor equipo de sabuesos para investigar y llegar hasta el fondo, los 'Navy Seals del Vaticano' para resolver casos de abusos a menores.
Se trata de monseñor Charles Scicluna, arzobispo de Malta, y el sacerdote español Jordi Bertomeu Fornós, con dignidad de monseñor por su cargo de capellán del Papa. El primero, de formas suaves pero implacable, es un auténtico cazador de pederastas, desde que fue requerido por Doctrina de la Fe para perseguir los crímenes de pederastia eclesial. Fue fiscal antiabusos con Ratzinger y luego fue fichado por Francisco como secretario adjunto de la congregación. Es un reputado investigador, de la más absoluta confianza del pontífice, que actúa con plenos poderes, por encima de obispos y cardenales. Acumula más de 4.000 casos a su espalda.
Bertomeu es un sacerdote de Tortosa (Tarragona) de 55 años, doctor en Derecho Canónico, que trabaja como oficial cualificado en la sección disciplinar del antiguo Santo Oficio (antes Sagrada Inquisición). Ambos funcionan juntos y el cura catalán es más que un simple vicario judicial que interviene como notario eclesiástico. En algunos círculos se le conoce como el 'agente 007' del Vaticano.
Es el primero del equipo que toma contacto con los afectados y el que prepara la agenda para las indagaciones. Fue nombrado en el cargo por el jesuita mallorquín Luis Ladaria, hasta hace muy poco prefecto (ministro) de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Por su notoriedad, capacidad e influencia ha sido incluido por algunos medios catalanes en las quinielas para ser nombrado obispo de Girona, sede vacante desde el fallecimiento de su titular hace más de un año.
El dúo acumula experiencia en misiones delicadas para identificar a depredadores sexuales de niños y adolescentes, y desenmascarar a sus encubridores, algunos con altas dignidades, que se presentan en nombre de Dios. Scicluna, máximo experto del Vaticano en la lucha contra los abusos, ya lideró en 2005 las investigaciones al depravado sacerdote mexicano Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, que abusó durante años de varias decenas de niños y adolescentes, una conducta repulsiva tapada por dirigentes cualificados de la Iglesia católica. El arzobispo de Malta se enfrentó a aquella 'patata caliente' con profesionalidad y coraje, pese a las fuertes presiones sufridas.
Otra investigación clave fue la que se realizó en 2018 en Chile tras las denuncias contra el sacerdote Fernando Karadima, formador de religiosos y obispos, y un depredador con muchos crímenes en su mochila. El papa Francisco viajó a Santiago y sacó la cara al obispo Juan Barros, acusado de encubrir las fechorías del cura y, por tanto, de complicidad.
El pontífice manejaba información errónea sobre el prelado, así es que cuando se enteró de la auténtica verdad pegó un puñetazo en la mesa y se puso manos a la obra para desenmasarar el escándalo. Envió a Sciclana y Bertomeu a Chile, que levantaron albombras e interrogaron a decenas de personas. Tras su informe, Karadima fue expulsado del sacerdocio por el Papa y la cúpula de la Iglesia chilena fue decapitada casi en su totalidad tras rendir cuentas en Roma.
Con posterioridad prepararon otro viaje a México, pero por la crisis sanitaria de la Covid tuvieron que suspenderlo y trabajar a distancia. En el primer semestre de este año Sciclana y Bertomeu han estado en Bolivia y en Paraguay. Ahora acaban de regresar de Lima, donde se han entrevistado con víctimas, sacerdotes, obispos y periodistas. Su informe, que ya redactan en su despacho del palacio de la Congregación para la Fe, será fundamental para conocer el futuro del Sodalicio de Vida Cristiana. Los periodistas se refieren al dúo investigador como «los cazadores de monstruos». Incluso les han llegado a comparar con Van Helsing y el fraile Carl, los famosos perseguidores de vampiros en Transilvania.
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