Javier Mariscal, en el Museo de la Cerámica en Manises. J. Signes

Javier Mariscal

Diseñador
«Me gusta tirarme al precipicio sin saber lo que hay abajo»

De visita en su tierra, mientras inspecciona con la mirada siempre sagaz las salas del Museo de la Cerámica de Manises, desmiente la fecha de nacimiento que figura en el DNI

Jorge Alacid

Lunes, 22 de julio 2024

Me gustan las entrevistas porque me ahorro el psiquiatra». La cita con Javier Mariscal (Valencia, 1950) empieza mal pero a medida que el papá de ... los Garriris y del Cobi, entre otras cimas de nuestra cultura popular, se va confiando y deja que se active su memoria infantil y adolescente (y la inolvidable Valencia de las naranjas navel de perfecto ombligo que desaconseja comer en verano ), aflora un Mariscal encantador, de verso suelto e ingenioso. Un dinámico artista... salvo que le compares con Miquel Barceló: «Acabo de estar con él en su taller y a su lado me siento una hormiguita. Es incansable». De visita en su tierra, mientras inspecciona con la mirada siempre sagaz las salas del Museo de la Cerámica de Manises, desmiente la fecha de nacimiento que figura en el DNI: «La edad son siempre quince años más. O menos». Desde hace dos años vive en el Ampurdán («Aunque la verdad es que no me interesa hablar de mi intimidad», aclara), lo cual se puede interpretar como una suerte de símbolo: también el creador del Cobi abandona Barcelona… Puntos suspensivos.

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- Mientras preparaba la entrevista o me enviaba mensajes con usted, he visto que no para.

- Es que trato de vivir como los niños, al momento. No me gusta mirar por el retrovisor. Cuando voy con la Vespa, si está el semáforo en naranja, acelero. Me gusta tirarme a un precipicio sin saber lo que hay abajo.

- Sin nostalgia ni melancolía.

- Sin nostalgia ni melancolía. No tengo tiempo. Nunca cualquier tiempo pasado fue mejor. Cualquier tiempo será mejor en el futuro. Hoy es el mejor día de la historia de la humanidad pero mañana será mejor todavía.

En este punto de la entrevista, Mariscal relaja al fin el semblante y comparte sus reflexiones sobre las maravillosas piezas de vibrante colorido y fino acabado que que se custodian en el Museo. Parece conmovido, como si regresara al nido familiar, al paraíso perdido en Valencia. Confiesa que añora el estilo de vida a lo valenciano. «Ese ritmo loco, fugaz, que no se puede guardar en un museo… Eso es muy valenciano. Se vive y se pierde. Y ya está», musita, casi entre susurros. «En Valencia se entiende muy bien que las cosas nacen y se mueren. Y huir siempre de lo trascendental», observa. Y se pone a cantar: «Estoy sintiendo tu perfume embriagadooooor». Primeras risas de la tarde.

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- Estamos en verano, año olímpico. Como en aquella Barcelona del 92 en que nació su Cobi, que hoy es ya un milenial. ¿Estará buscando piso, tendrá problemas para emanciparse?.

-No me hago esas preguntas. Es un personaje que nace en papel, salta a los dibujos animados y me habla solo cuando le dibujo. Hoy está en una especie de nube. Nunca ha vivido la realidad, nunca lo veo con los problemas de su generación. ¿Qué tendrá ahora, 32 años?

- Sí, 32. Se lo pregunto porque me intriga qué clase de relación mantiene con él. ¿Paterno-filial?

- Como con cualquier otro personaje o con un mueble que has hecho o con una película. Sí, es un amor filial. Hay veces, cuando he hecho alguna exposición, en que alguien se ha llevado un cuadro y es como si me arrancaran a un hijo del estómago. Pero al mismo tiempo, tengo con Cobi y con mis otras obras una relación de colega. Y también de amor-odio. Hay muchas veces en que dices: 'Todo lo que he hecho es un horror'. Pero otras veces también te emocionas viendo lo que has hecho. Es importante saber aceptarte. Todo el mundo puede estar en algún momento muy jodido porque no somos Brad Pitt o Charlton Heston en su época mejor y tienes que aceptar que eres pequeñico, que no caminas muy bien, que dices tonterías… Y eso está muy bien. A partir de ahí, aceptas todo lo que haces. Yo por ejemplo me emociono mucho con los buenos trabajos de otra gente. Me abruma.

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- ¿Conoce la imagen gráfica de los Juegos que siguieron a Barcelona 92? La de París, por ejemplo. Recrea el gorro frigio de la Revolución.

- La verdad es que no. Nunca me ha interesado. Trato de no abrumarme con los histéricos altavoces de los periodistas. Todo son gritos, gritos y gritos. Y hay muchísimas buenas noticias que no aparecen. Además, mi cerebro es muy pequeño. Así que no tengo ni idea del diseño ni de la mascota. Ni tengo mucho interés, pero es que tampoco sé cuáles son mis intereses. Estoy tratando de que no haya ruido a mi alrededor. Que haya silencio. Tratar casi de escuchar mi respiración si puede ser. Me gusta que las cosas pasen. Sin más.

- El año del Cobi fue también el año de Curro, la mascota de la Expo de Sevilla. ¿Qué relación tienen ambas criaturas? ¿Se llegaron a conocer?

- La verdad es que no. Para mí fue un poco raro. Yo pensaba que se iban a conocer pero cada uno fue por su lado y estaban representando acontecimientos diferentes. Sí que hubo un momento en que pensé que hubiera estado bien hacer algo pero nunca ocurrió eso de que los sevillanos vinieran a Barcelona o al revés.

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- ¿Y se hubieran llevado bien?

- Cobi es una persona que se lleva bien con todo el mundo, así que sí. No tiene nada que ver conmigo, que soy muy maleducado (sonríe).

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