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Y tú, ¿has sufrido más el calor este verano por el día o por la noche?

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Un estío sofocante

Abanico por el día y ventilador por la noche: ¿cómo sufriste este verano?

España superó 552 registros de temperatura que hicieron imposible vivir durante las tardes y descansar a última hora de la jornada

Viernes, 8 de septiembre 2023

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No ha sido la canción del verano, pero la melodía de ‘Escuela de Calor’ de Radio Futura ha estado presente en muchas cabezas durante junio, julio y agosto, porque las calles han ‘ardido’ al sol de Poniente… y también al de Levante.

Este verano meteorológico suma en España 552 récords de temperaturas tanto diurnas como nocturnas. Un periodo sofocante que ha dejado anomalías de 1,5ºC en la práctica totalidad de los puntos meteorológicos que forman parte de la red de Aemet. El ejemplo más llamativo fue el del 23 de agosto, un miércoles histórico en el que se batieron más de una veintena de registros en las estadísticas de la Aemet y hasta 48 estaciones superaron la barrera de los 40ºC.

Este día, Bilbao registró la máxima más alta de todo el país con 44ºC en el aeropuerto de la ciudad a las 15:04 de la tarde, según los datos de la Aemet. Aquella jornada pasó a la historia como el día más caluroso de 2023 con 29,1ºC de media, seis por encima de lo habitual para este periodo.

A pesar de lo llamativo de la cifra, el récord de este verano caluroso lo ha marcado Valencia, concretamente en su aeropuerto, con 46,8ºC el 10 de agosto a las 13:48 horas y suponen 3,5 grados más del mayor registro anterior, que data del 6 de julio de 1986.

Sin embargo, no es la temperatura más alta registrada en una estación de la Aemet. Este hito sigue en posesión de Alcantarilla, en Murcia, donde el mercurio alcanzó los 47ºC en agosto de 2021. Alcanzar los 40 grados y superarlos se ha convertido en una tónica habitual en los últimos años. En los 92 días de junio, julio y agosto ha habido 44 jornadas en las que alguna estación pasó los 40 grados.

Esto supone superar muchos umbrales «peligrosos» marcados por el Ministerio de Sanidad. «La asociación entre altas temperaturas e incrementos en la morbimortalidad es muy robusta», apunta el departamento liderado por José Manuel Miñones. Barreras de alerta que van desde los 26 grados en Asturias a los 41,5 en Córdoba.

Así, por cada grado que la temperatura ambiente supera esos picos, el riesgo de mortalidad atribuible a las altas temperaturas crece entre un 9,1% y un 10,7%, destaca el documento de Sanidad.

Golpes de calor

No obstante, el mundo científico se ha negado a dar una cifra exacta a la que el cuerpo humano comienza a sufrir, pero han establecido un rango entre los 40ºC y 50ºC. «El objetivo de nuestro cuerpo es mantener una temperatura central de unos 37ºC», explica Cristina Linares, científica titular del Instituto de Salud Carlos III. Normalmente, una persona sana tolera una variación de su temperatura interna de aproximadamente 3ºC sin que se alteren sus condiciones físicas y mentales.

Cuando hace calor, el cuerpo humano se esfuerza más por regular la temperatura y lo hace a través del sudor. «Lo que pasa es que durante los fenómenos de ola de calor la temperatura es tan elevada que al cuerpo no le da tiempo a ajustarse», añade Linares. Es ahí donde aparecen los golpes de calor. «Esta es la consecuencia más dramática del calor a corto plazo, ya que puede provocar un fallecimiento o un ingreso hospitalario», destaca Linares.

En los últimos 92 días, según los datos del Instituto de Salud Carlos III (ISCIII), se pueden atribuir al exceso de temperaturas un total de 2.809 muertes, en el que agosto se ha convertido en uno de los más mortíferos por esta causa. Aunque, los datos totales del verano se quedan lejos de las 4.715 de 2022. «Todas ellas se deben a complicaciones de patologías previas», señala Linares. «Este problema debe ir más allá de contar muertes, hay que crear planes de prevención», destaca.

En los últimos años, hablar de calor no es solo hacerlo para referirse a las horas centrales del día, también se ha convertido en un compañero incómodo durante las noches. Estar al fresco este verano ha sido tarea complicada en muchos puntos de la geografía, donde los termómetros no han bajado de los 20ºC y ha sido imposible conciliar el sueño. «El calor por la noche se suele asociar a disconfort, pero a la larga puede generar problemas de salud física y también mental», señala Cristina Linares, científica titular del Instituto de Salud Carlos III.

En España, las noches tropicales, aquellas en las que el termómetro no baja de los 20ºC, son comunes en las zonas costeras. Sin embargo este verano, este fenómeno se ha extendido a lo largo y ancho de la península ibérica e, incluso, se ha convertido en casi una rutina veraniega.

En el centro peninsular, más de la mitad de las noches han tenido mínimas por encima de los 20ºC. Ni el norte del país se ha librado de estas ‘noches toledanas’. Gijón registró tres jornadas nocturnas tropicales; Santander, 7; San Sebastián, 12; o Bilbao, 4.

Una normalidad un tanto anormal que ha provocado que se pase de hablar de noches tropicales a tórridas (más de 25ºC de mínima) y «en breve lo haremos de infernales», explicaba Rubén del Campo, portavoz de la Aemet, a este periódico hace unas semanas.

Un concepto que han conocido y, sobre todo, sufrido en Málaga, donde el mercurio del termómetro no bajó de los 30ºC el 20 de julio. El momento más fresco del día fueron 31,6 grados a las 23:17 horas.

El calor va por barrios

Este fenómeno de las noches sofocantes «se ha cuadruplicado en los últimos tres cuartos de siglo», asegura José Ángel Núñez, jefe de Climatología del Centro Meteorológico de Valencia, en su blog de la Aemet. El cambio climático, por un lado, y el crecimiento de las islas de calor han contribuido de forma notable a este aumento de noches tropicales, tórridas e infernales.

La construcción de las ciudades impide la circulación de aire de las típicas brisas de tierra nocturnas, que aunque muy débiles, refrescan las noches de zonas de playa o de fuera de la ciudad. «Los materiales que componen la estructura urbana contribuyen a una mayor concentración del calor durante el día, que luego resulta más difícil disipar a lo largo de la noche», explica en su publicación. «Tenemos que trabajar en una senda de adaptación de nuestras ciudades», apunta Dolores Huerta, directora general del Green Building Council España (GBCe).

La planificación urbana emerge como un componente clave en la lucha contra el calor extremo. La escasez de zonas verdes y árboles en las ciudades impide que se produzca una bajada de temperaturas. Pero también hay que mirar al interior de las casas, donde solo el 36% de las viviendas tiene aire acondicionado. «Hay que sumar además los bajos niveles de climatización», comenta Huertas.

La renovación de las cubiertas contribuye a reducir la temperatura en el interior de los edificios y su dependencia energética. «Hay que incentivar la rehabilitación», añade la directora de GBCe. Aunque un paso para «poder dormir bien es instalar un ventilador», explica. «Más económico y ecológico que un aire acondicionado», apostilla.

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