Fiódor Dostoievski era consiente, y así lo señaló, que «el secreto de la existencia humana no sólo está en vivir, sino también en saber para ... qué se vive». Y esto lo han entendido muchísimas personas, en las más diversas épocas y situaciones, a lo largo de la historia de la humanidad. Fue el eje de su existencia y lo que permitió que dejaran un legado útil y efectivo, aunque luego, en una significativa mayoría, fueran poco celebrados o incluso borrados. Esto lo señala el memorialista hispalense Nicolás Salas, en su obra '50 sevillanos del siglo XX' (2012) -entre los que recoge al grancanario allá asentado Francisco Morales Padrón-, cuando asevera como en ese ramillete de biografiados hay testimonios de vida que «valoramos como paradigmas dignos de recordar por su trascendencia humana, que en todos los casos representan hitos de la historia de Sevilla reciente, aunque en gran medida olvidados e incluso desconocidos».
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Si el ineludible DRAE nos define como 'personalidad', en una de sus acepciones, a esa «persona de relieve o que destaca en una actividad social», lo que, indudablemente, conlleva un esfuerzo que le traslada a una «diferencia individual que constituye a cada persona y la distingue de otra», aparece esa realidad, que describe la historiadora Margaret MacMillan, que requiere que, en el estudio de la historia, «no se puede dejar de lado el papel de los individuos, se trate de pensadores, artistas, emprendedores o líderes políticos», pues, además, «en ciertos momentos realmente sí que tiene importancia quién está al volante, o quién se encarga de hacer los planes», una serena y fecunda reflexión con la que abre su obra 'Las Personas de La Historia. Sobre la persuasión y el arte del liderazgo' (2017), en el que «se trata de la relación importante y compleja que establecen la biografía y la historia, los individuos y su tiempo».
La historia de Canarias en general, como de Gran Canaria en concreto, no es ajena a todo ello, y esto se puede apreciar en un mínimo, pero elocuente, recorrido entre los siglos XVI y XX, cuando surgía y fraguaba, poco a poco, la sociedad y la identidad del Archipiélago actual, a raíz de eventos de gran incidencia, de entramados políticos, económicos y culturales que modelaron épocas y dejaron rastros fuertes, de movimientos artísticos y arquitectónicos que trazaron el rostro de urbes y paisajes isleños, pero también bajo la égida y la influencia, las capacidades y la acción de personajes que se instituyeron luego como verdadero santo y seña de su tiempo, o de otros que hoy pasan verdaderamente desapercibidos, aunque, en casos, sus nombres rotulen vías históricas de las principales ciudades, villas y pueblos insulares.
Asomarnos al siglo XVI es hablar, inexcusablemente, y con sobrado mérito, de literatos como Bartolomé Cairasco de Figueroa, que en sus versos ya hablaba de la presencia de ilustres apellidos de la época, junto «con otros muchos de valor sublime, / dignos que la alta fama los estime», o de Antonio de Viana, que traza una primigenia descripción del paisaje de las Islas que se erigió en verdadero hito identitario. Pero como olvidar en ese XVI a personajes como D. Luis de la Cueva, señor de Bedmar que recuerda un antiguo callejón veguetero, primer capitán general de tierra y mar de Canarias en 1589, regente de la Audiencia y gobernador, así como a su hijo Gaspar Bernardino de la Cueva y Mendoza (Las Palmas de Gran Canaria, 7 de febrero de 1594-Madrid, 13 de julio de 1664), noble, cortesano y militar que dejó el linaje de este marquesado. Se rememora cada año al capitán gobernador Alonso de Alvarado, y a su ayudante Pamo Chamoso, que defendieron la isla con bravura ante el terrible ataque de Van der Does en 1599, pero tendemos a no recordar a quién contribuyó a formar las Milicias Provinciales, que se encargaron de velar por la seguridad isleña durante varios siglos, Pedro Cerón, que tiene calle muy transitada en Vegueta, pero que la mayoría no recuerda, o no sabe, por qué esta calle lleva tal nombre, como acontece con muchísimas otras de distintos siglos. Y podemos hablar de topónimos como Azuaje, Osorio o Ariñez, que derivan de apellidos ilustres de aquel siglo.
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Así, no es de extrañar que el cronista Carlos Navarro Ruiz, en la introducción a su célebre 'Nomenclátor de Calles y Plaza de Las Palmas' (1941), insistiera en que la nominación de calles «debe ser mirada con el mayor detenimiento para evitar errores de difícil y enojosa rectificación», dado que es un «alto honor reservado a los que contribuyeron al engrandecimiento del país, realizaron el bien general con sus concesiones, y se han distinguido por su patriotismo, servicios relevantes o por grandes méritos artísticos, literarios o científicos».
Y hablamos de personalidades que fueron reconocidas en su momento, pero que luego han caído en el olvido de la indiferencia o el desconocimiento, lo que exige un constante esfuerzo de recuperar la memoria ante cada nueva generación. Y esto ya lo resaltó Agustín Millares Torres en 1879 cuando, en un artículo publicado a propósito de la inauguración del monumento que recuerda permanentemente a Cairasco de Figueroa, apuntaba como no basta con levantar monumentos, sino que hay que editar sus obras, pues sino las futuras generaciones creerán que Cairasco es el mero nombre de un rincón urbano. Y así sucedió en gran medida, pese a que el fervor popular por el poeta del XVI siempre fue mucho mayor que la atención que le prestaron los organismos oficiales.
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Ocurre en el siglo XVIII, en cuyo marco se conmemora más que merecidamente a Viera y Clavijo o a los Iriarte, pero recordamos menos al gran periodista José Clavijo y Fajardo (Teguise, 19 de mayo de 1726-Madrid, 3 de noviembre de 1806), del que en 2026 se conmemorará el trescientos aniversario de su nacimiento. Y no olvido tampoco al almirante lagunero Domingo de Nava Grimón y Porlier, que alcanzó con gran prestigio el grado Teniente General de la Armada, y que presentó al consistorio de Las Palmas un primigenio y alumbrador informe, el 20 de noviembre de 1785, en el que proponía la construcción de un 'fondeadero' en la Bahía de Las Isletas, o a los ilustrados obispos Servera y Verdugo. Y también en el agitado y cambiante s. XIX, donde son figuras preeminentes, más que justificadas, personalidades como José Luján Pérez, Fernando y Juan de León y Castillo, Benito Pérez Galdós o Antonio López Botas, pero que, si se mira con detenimiento, también tuvieron presencia y liderazgo social decisivo otras como Benito Lentini, Juan E. Doreste, Cristóbal del Castillo y Manrique de Lara, Gregorio Chil y Naranjo o Roberto Houghton, sin menoscabo de muchas otras que es imposible recoger aquí.
El siglo XX en su comienzo, en esas décadas de esplendor cultural, pero a la vez convulsas en otros campos, con zigzagueante sendero en lo económico y lo social, se ve coronado en Gran Canaria por nombres como Néstor Martín Fernández de la Torre, Tomás Morales, Alonso Quesada o Saulo Torón, pero no se puede dejar de subrayar la incidencia que tuvieron las opiniones y las iniciativas de personalidades como José Franchy Roca, Domingo Doreste Fray Lesco, Rafael Ramírez Doreste, José Mesa y López o Tomás de Zárate Morales.
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Recoger y difundir la memoria y el conocimiento de personas de ayer y de hoy, que con su impulso y férrea voluntad, con su clarividencia y su eficaz dictamen, con su entrega absoluta y, cuando no, con su sacrificio personal, han contribuido, y contribuyen hoy día a día, a moldear una Canarias mejor, mas capaz de afrontar su progreso y su futuro, no sólo debe ser, como dijera Navarro Ruiz, «función interesante de los Municipios, que debe ser mirada con el mayor detenimiento para evitar errores de difícil y enojosa rectificación», sino de la sociedad civil en su conjunto, a través de la amplia y eficaz red de comunicación sobre la que se sustenta la sociedad del siglo XXI, pues hablamos de 'personas de la historia' de Canarias.
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