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Miguel Saavedra Suárez es de Arucas y socialista de toda la vida. Este martes dos emociones interrumpieron su día, como en las malas películas con una noticia buena y una mala. El orgullo de que un socialista de su pueblo tomaba posesión como ministro; el dolor por la marcha de un político al que admiraba y al que este miércoles quiso despedir, en un gesto breve y sentido, con una rosa.
Saavedra llegó temprano a Vegueta. La emoción nublaba su vista hasta el punto de tropezar con un escalón de las Casas Consistoriales de Santa Ana cuando accedía a la capilla ardiente del expresidente del Gobierno de Canarias. En su mano llevaba una rosa, la flor que define ese emblema socialista. La agarraba con la firmeza que Cruz Novillo imaginó al diseñar el icónico logo del partido.
Solo unos minutos después, Miguel abandonaba la casa del gobierno de Las Palmas de Gran Canaria y secándose las emociones con un pañuelo que colgaba de su bolsillo. «Hace 45 años Jerónimo Saavedra me dio una rosa en la ciudad de Arucas. Y se la he querido devolver con cariño», relató.
Miguel Saavedra no es militante pero toda la vida ha defendido los ideales del PSOE. Y en esa trayectoria siempre sintió orgullo por la labor de Jerónimo Saavedra. Así como por los compañeros de filas que siguieron sus pasos. «Como persona y como político fue alguien ejemplar. Y le estamos muy agradecidos por ello y por eso creí necesario venir hoy desde Arucas para devolverle una rosa. Esa rosa que él me dio hace 45 años en el primer mitin que dio en Arucas y que llevo en el corazón», cuenta emocionado.
Miguel llegó y se marchó acompañado, como un doliente al que no se puede dejar solo en la pérdida de alguien querido. Su rostro, las formas en las que se expresaba, humanizaban una capilla ardiente bordeada por mucha pompa y circunstancia. Con dolor auténtico, sin duda, pero muy institucionalizado.
Y es que la mañana en Vegueta transcurrió con cierta aroma de tranquilidad. Las banderas de Canarias, Gran Canaria y Las Palmas de Gran Canaria se encontraban a media asta, mientras que las de España y Europa estaban izadas por completo según el protocolo de los días de luto. Lo formal manda.
De Saavedra se supo siempre que era de Vegueta. Pero se le veía poco pisar sus empedradas calles. Esa ausencia en vida tal vez restaba emoción y contención al barrio fundacional de la ciudad. La vida funcionaba a medio gas pese al desfile de autoridades escalera arriba y escalera abajo en las Casas Consistoriales.
Los niños de los colegios concertados de la zona jugaban en la plaza de Santa Ana ajenos a lo que sucedía apenas unos metros más allá. Alguna profesora intentaba explicar en voz baja de regreso a las aulas la magnitud del acontecimiento a sus alumnos, más atraídos por las cámaras de televisión que por otra cosa.
La ciudadanía se espaciaba mucho en su visita al salón del duelo, ocupada la sala por la familia. La sanguínea y la política, que en algunos casos se fundían en una misma persona. Esta forma de despedir a un hombre insigne de la política está forzada por el protocolo y la corrección institucional, pero quedan muy lejos aquellos días en los que la hemeroteca cuenta que hubo grandes colas para despedir, por ejemplo en ese mismo lugar, a Juan Rodríguez Doreste hace ya 35 años.
Vegueta se siguió moviendo a sus ritmos de cada día. En sus cafeterías se trabajaba como en una jornada normal, algo más atareadas en Santa Ana recibiendo algunos concejales que hacían una parada en el velatorio para reconstituirse física y espiritualmente. En el adiós de Saavedra se consignaba cada lágrima, proporcional al número de elogios a su figura. El televisivo Daniel Calero abandonaba las Casas Consistoriales cuando la mañana todavía no había roto y el sol vivía detrás de las nubes. Era tal vez un efecto espejo con el presentador, que tras arropar un gesto triste pero sereno no podía disimular que en su interior se había desencadenado una tormenta de emociones que recorría toda una vida de momentos compartidos con el expresidente.
Así se producía el goteo de la mañana. El féretro de Saavedra era protegido por los que le querían mientras se iban sumando coronas de flores. En el primer recuento, un integrante del gabinete de comunicación del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria suma 120 solo para comenzar el día.
A las puertas de la capilla había un libro de firmas. El segundo desde que el duelo diera comienzo en la tarde del martes. En él se leían frases hermosas, encadenadas por los que le conocían de vida, pero también de obra. «Vegueta siempre se honró de acoger en su seno la enseñanza y la cultura. Descansa en paz allá donde la marea rompe en la vieja muralla», habría escrito un doliente en una página encabezada por un frío e impersonal epígrafe que para todos decía «le testimonia su más sentido pésame».
El Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria cifró en miles las personas que acudieron a la capilla ardiente de Jerónimo Saavedra. Es difícil cuantificar cuántas fueron realmente, pero lo que es evidente que Santa Ana no se desbordó en el adiós del que oficiara como alcalde en esas instalaciones que una vez al mes acogen el pleno de la ciudad.
Y es que en su dilatada trayectoria política, desde presidente del Gobierno hasta ministro, su breve paso de cuatro años por la alcaldía no será recordado como la mejor de sus obras. Incluso algunos hablaban ayer de decepción, al referirse a su gestión de la ciudad en aquel periodo comprendido entre 2007 y 2011, en el que llegó con mayoría absoluta y le enseñaron la puerta de salida de la misma manera.
Vegueta dijo adiós a Jerónimo Saavedra con la paz habitual de sus mañanas. Con los taxistas cruzando Obispo Codina con la luz verde encendida y buscando algún crucerista extraviado. Pocos pasaron ayer por la puerta de las Casas Consistoriales para preguntar qué pasaba o a quién se despedía.
La ciudad le dijo ayer adiós a Jerónimo Saavedra tras 87 años de vida. Vegueta reunió a la cohorte política del archipiélago para honrar la trayectoria política de un hombre que cobró luz durante los primeros movimientos democráticos de finales de la década de 1970, aquellos tan celebrados en su momento y hoy pocas veces tomados como ejemplo.
La ciudad pierde un habitante acostumbrado al cargo institucional y al poder orgánico. Y en su último adiós todo estos elementos se sentaron juntos a llorarle en la sede del gobierno de la ciudad más grande de Canarias. La ciudad que Jerónimo Saavedra pudo gobernar en su último cargo electo, antes de mudar su despacho unos metros más allá y empadronarse profesionalmente en la sede del Diputado del Común en la calle Cano.
Este jueves Vegueta volverá a sus rutinas. Sobre las Casas Consistoriales no se desplegará la Policía Canaria. Nadie irá ya a ponerle rosas a un hombre que lo fue todo políticamente hablando en las islas.
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