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Harrison Ford, como Rick Deckard.

Contamíname de Orión

'Blade Runner' combatió contra sí misma entre una impostura vanguardista y una lúcida capacidad para generar atmósferas y espacios

Guillermo Balbona

Santander

Jueves, 5 de octubre 2017

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En todo exceso esteticista pulula un cierto aire de afectación y fragancia desmesurada. Ópera negra, disturbio espacial, distopía en busca de una identidad humana en crisis, efervescencia oscura, metáfora de géneros solapados y visionaria mirada, 'Blade Runner' combatió contra sí misma entre una impostura vanguardista y una lúcida capacidad para generar atmósferas y espacios. No se entendió o no se supo asumir su radical apuesta. Hubo tendencia al encasillamiento y las etiquetas y querencia por domesticar una gramática en la que se enfrentaban el intimismo filosófico y el espectáculo.

Pero las miradas de 1982 y la de 2017, ante esta secuela impostada o no –siempre polémica– ¿tienen algo que ver? Harrison Ford mantuvo un pulso, ya histórica en la compilación de los rodajes convulsos, con el cineasta Ridley Scott. Al margen de la egolatría de uno y la megalomanía del otro, el lamento de la estrella era que al director de 'Alien' solo le interesaban los encuadres, las sensaciones espaciales, la creación de atmósferas, en lugar de apostar por los personajes y, por ende, por los intérpretes. Hay algo de verdad en la acusación y, treinta y cinco años después, aún cabe preguntarse si la poética de la deshumanización que subyace en su capa exterior de cine negro, con rigurosos parámetros, factores y connotaciones, o si su poesía filosófica habitada por decenas de interrogantes que se clava en el noray de su amarre en la ciencia ficción, dejan resquicios para la emoción desnuda y libre.

En su arquitectura narrativa, donde conviven ese "yo he visto cosas que vosotros no creeríais" con la historia lineal de un investigador bajo la lluvia y las inquietantes revelaciones de la ingeniería genética, o ese mundo clasista de esclavos y planificadores sociales, su hipnótica influencia sigue residiendo en su fractura visual. 'Blade Runner' es una imponente y monumental construcción de paisajes. Un catálogo paisajístico de géneros, lenguajes y formas que generan y configuran un universo propio. Y en esa cosmogonía arquitectónica, sutilmente envolvente, a veces de celebración, otras agónica, siempre sugerente, encuentra el espectador de ayer y el de hoy un territorio de complicidad, de invitación a sumergirse en un imaginario con referentes y compartimentos estancos, pero sobre todo elevados por una personalidad visionaria que edifica un hábitat con muchos puntos de partida.

Imagen. Rutger Hauer y Daryll Hannah, en su papel de replicantes.

La belleza hipnótica, el estallido de un cielo oscuro, las nebulosas difusas del bien y del mal, la naturaleza transgredida, los límites de la ciencia, la bioética, la inmensidad espacial y las previsibles nanomáquinas de un engranaje en el que el viaje al fin de la noche se antoja un trayecto interminable. Se ha hablado hasta lo cansino de la influencia de la neoaventura de Rick Deckard en busca de los Nexus 9, pero en esta revisión alentada por la secuela, bueno es recordar para quienes ignoran el origen fílmico que el lenguaje de la publicidad se impregnó en gran manera de las aristas estéticas, la búsqueda de nuevas dimensiones y la exploración visual que la trayectoria de Ridley Scott, aún mas la de su hermano Tony, ya fallecido, han revelado en sus ficciones.

Tras la fachada más que aparente de los interrogantes existenciales Harrison Ford, Sean Young y Rutger Hauer (tres enemigos fuera de pantalla durante el accidentado rodaje); tras el duelo de fronteras entre lo humano y lo artificial, asoman el diseño de producción, la fricción onírica de un imaginario que discurre entre Vangelis y las lágrimas improvisadas del replicante Roy Batty. El visionado de 'Blade Runner', a mi juicio una ficción inferior en lo narrativo a 'Los duelistas' y a 'Alien', se singulariza en su mágico equilibrio entre la gravedad y la trascendencia y su superficie resbaladiza por géneros y estereotipos. Y se ensalza y postula como única gracias a lo que supone de experiencia estética.

Presagios

Lo urbano, el mundo de los videojuegos, la arquitectura, el posterior cine fantástico, el avance en el debate de algunas cuestiones clave en el ser y la identidad frente al desarrollo científico, con la inteligencia artificial como bandera, halla algún presagio, enunciado o visualización en 'Blade Runner'. Tras la tramoya del negro thriller se revela ese húmedo futuro cercano donde la riqueza y la miseria, el arriba y abajo vuelven a ser las coordenadas de una ciudad-metáfora de un universo deshumanizado. Una megalópolis donde el deseo de inmortalidad parece ser el motor de los vapores permanentes que enmarcan el retrato existencial.

Pero el joven adolescente de hoy adicto, por ejemplo, a la excelente 'Black Mirror', ¿qué encuentra en 'Blade Runner'? La adaptación de la novela de Philip K. Dick, un autor al que luego ha recurrido el cine con profusión, posee un sello especial innato. La consigna es abrir bien los ojos y dejarse contaminar más allá de Orión. Antes espera esa lluvia negra de lo sombrío, de la metafísica extendida entre escaparates y neones, entre sugerencias y hojas de ruta inquietantes. Un conjunto equilibrado, a modo de danza futurista, en la que conviven con seductora extrañeza los ecos de otros mundos, la enunciada hondura de una sociedad futura y la expresión estética.

Tres escenas de la cinta.
Imagen principal - Tres escenas de la cinta.
Imagen secundaria 1 - Tres escenas de la cinta.
Imagen secundaria 2 - Tres escenas de la cinta.

Para una mirada primigenia el descubrimiento de otra 'Metrópolis' puede ser una puerta abierta a otro concepto del espectáculo. Frente a ese cine domesticado y masticado que trata al espectador como un ingenuo consumidor / devorador de imágenes, 'Blade Runner' propone el insaciable vértigo de la sugerencia, la inmersión en un paisaje deslumbrante que acoge un resplandor trágico y romántico. En fin, frente al efectismo triturador del mainstream de salón, dejarse cegar por los Rayos-C en la oscuridad, cerca de la puerta de Tannhäuser, permite adentrarse como lágrimas en la lluvia en ese río de secuencias imperfectas que es la vida.

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